Capítulo 30
Esta vez, ella vino sola. Este honor especial le daba a Milena una sensación de alegría etérea.

Santiago le trajo un par de pantuflas, y apenas entraron en la sala, Milena lo abrazó por detrás, su voz temblando de emoción:

—Señor Cruz... no encienda la luz...

Santiago, que había estado contenido toda la noche, se encendió inmediatamente con esta provocación. Se dio la vuelta, agarró las muñecas de Milena y la llevó al sofá.

—Señor Cruz... Señor Cruz...—En la oscuridad, Milena lo llamaba una y otra vez, su voz suave como el agua.

Santiago sujetaba sus muñecas, escuchando sus urgentes llamados, pero el fuego en su interior comenzaba a apagarse poco a poco.

Al ver que él no se movía, Milena tomó la iniciativa. Se giró, se sentó a horcajadas sobre sus piernas, rodeó su cuello con sus brazos y acercó sus labios rojos.

Santiago apretó la mano que sostenía, sintiendo un rechazo instintivo al acercamiento de la mujer, pero se contuvo. Después de todo, aquella noche habían pasado un buen rato
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