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Los días se pasaron. August cumplió al pie de la letra su promesa de venir por los niños el sábado temprano, y luego el domingo por la mañana. No le pidió que los acompañara, tal vez intuyendo que se negaría. Cuando los vio partir estuvo a punto de pedirles que la esperaran para ir con ellos, pero luego pensó en esta tarde a solas, tomando un largo baño con una copa de vino, paz absoluta en la casa, y se contuvo.

Y exactamente eso hizo. Puso música, llenó la bañera de sales y perfumes que había comprado hacía mucho tiempo y que nunca había usado, y se sumergió en ella con absoluta delicia. Tenía su cabello limpio, sus piernas depiladas, el agua seguía caliente y el vino era bueno. No se le podía pedir más a la vida.

Y luego se puso a arreglar la ropa de los niños.

Una mamá era una mam&aacut

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