—¿Y cómo… te sentiste al verlo? —le preguntó suavemente Heather a Tess, que estaba sentada frente a ella, con los brazos fuertemente cruzados, sus ojos secos y moviendo agitadamente un pie.
—¿Qué cómo me sentí? Pues… sentí ira. Me sentí furiosa, con ganas de… escupirlo.
—¿No sentiste un poco de dolor?
—¿Dolor? Me dolió en el alma el tiempo perdido todos estos tres años. Tres años, Heather, ¡tres años de mi vida! —Heather la miró y suspiró, pero no interrumpió a su amiga—. Ya no me duele él, ahora sólo pienso que es un maldito hijo de… —Heather la detuvo alzando sus cejas, pues el pequeño Roger estaba en sus brazos, con la barriguita llena de leche y dormido. Tess se mordió los labios—. Sólo me sent&iacut
Tess regresó un poco tarde en la noche. Se había quedado en casa de Heather lamentándose por haber perdido ante August en el juzgado, y de paso, Raphael le había contado todo lo que habían averiguado de su flamante ex marido. Heather le había pedido que se quedara a pasar la noche, pero Tess se había negado. Necesitaba tiempo para pensar, para acomodarse a su nueva realidad… otra vez.—Gracias, John —le dijo al chofer de Heather, que la había traído hasta aquí y la ayudaba con Rori, que dormía ya profundamente, mientras ella llevaba a Nicolle, también dormida. En un brazo llevaba el bolso en el que guardaba algunas cosas de los niños, y Kyle, algo cansado y adormilado, se aferraba a su mano libre.Antes de entrar los dos adultos se detuvieron, y John se puso en alerta cuando vio un sujeto acercarse desde la casa.—Un intruso —susurró J
August ayudó a Kyle a acostarse, le quitó los zapatos, le ayudó a ponerse el pijama y luego lo arropó, conversó unos minutos con él y le besó los cabellos al igual que Rori cuando al fin cerró los ojos.—No me quiero dormir —dijo Kyle con una sonrisa—. Es tan genial que estés aquí.—Tú lo has dicho —le dijo August—. Genial… y así será siempre.—¿Lo prometes?—Lo juro—. ¿Por qué estaba haciendo esto?, se preguntó Tess cerrando con fuerza sus ojos. August, sabía, era un hombre voluble, cambiante. Hoy era un entusiasta de la familia, la vida y el amor… pero en unas semanas estaría por allí, quejándose de las obligaciones, de la rutina, de no poder salir con sus amigos por tener que cuidar tres críos. Y los que sufrirían serían
Tess abrió los ojos y apagó la alarma de su teléfono móvil sin la más mínima energía. Oh, cuánto necesitaba seguir durmiendo, de verdad… Hasta el mediodía, quizá.Pero los niños debían ir a la escuela, y ella trabajar, y nada de eso le sería posible si se quedaba aquí remoloneando en la cama.A veces sentía que esta era la parte más dura de ser madre soltera.A veces, porque en realidad había muchas otras.Se sentó y miró a su lado en la cama, pero Nicolle no estaba, lo que le hizo fruncir el ceño. ¿Dónde estaba esa pequeña?, ¿se habría ido a despertar a sus hermanos, como hacía a veces? Dobló la espalda allí sentada en la cama y se masajeó la cara. Estuvo allí unos minutos hasta que, inevitablemente, todos los momentos vividos el día
Desayunó lo preparado por August, que incluso se quedó con Nicolle hasta que fue la hora de su guardería, y le prometió llevarla él personalmente hasta allá. Y mientras los dos la acompañaban a ella a tomar el autobús para ir a trabajar, August le declaró cuánto ganaba actualmente en su trabajo, lo que la desconcertó tremendamente. Un porcentaje de ese ínfimo sueldo sería para ella y los niños, tal como había sentenciado el juez.—No necesito tu dinero —le dijo ella, y él asintió.—Ahora no, porque ganas tres veces lo que yo, pero ascenderé, me posicionaré, y luego volveremos a hablar de este tema—. Tess rio con sorna.—No me digas—. August se giró a mirarla, que estaba cruzada de brazos y con su bolso apretado en su pecho. Él puso su dedo índice sobre su ceño, masaje&
Tess abrió los ojos y esta vez voló de la cama. Había despertado antes de que sonara la alarma, y aun así, notó al mirar el reloj, durmió una hora más. Otra vez August… o quien quiera que estuviera en su cuerpo.Salió de la habitación anudándose la bata y arreglándose un poco el cabello y se encontró otra vez una escena en la cocina. Los niños limpios y vestidos, desayunando, pero ya Nicolle no estaba sobre los hombros de su papá, sino sentada como una dama en la encimera, comiendo. Tess se cubrió la boca con la mano cuando vio que August intentaba peinar a Rori con un listón de seda rosa.—Yo haré eso —le dijo, y él la miró entre agradecido y sorprendido. Ella no estaba molesta, sino… sonriente.—¿Dormiste bien? —le preguntó volviendo a los fogones. Tess miró su espalda si
Los días se pasaron. August cumplió al pie de la letra su promesa de venir por los niños el sábado temprano, y luego el domingo por la mañana. No le pidió que los acompañara, tal vez intuyendo que se negaría. Cuando los vio partir estuvo a punto de pedirles que la esperaran para ir con ellos, pero luego pensó en esta tarde a solas, tomando un largo baño con una copa de vino, paz absoluta en la casa, y se contuvo.Y exactamente eso hizo. Puso música, llenó la bañera de sales y perfumes que había comprado hacía mucho tiempo y que nunca había usado, y se sumergió en ella con absoluta delicia. Tenía su cabello limpio, sus piernas depiladas, el agua seguía caliente y el vino era bueno. No se le podía pedir más a la vida.Y luego se puso a arreglar la ropa de los niños.Una mamá era una mam&aacut
—¿Quién eres tú? —él volvió a sonreír, volvió a inclinarse y pegó su frente a la de ella.—¿Quién más voy a ser? Soy sólo… August, el idiota que te hizo llorar por tanto tiempo.—No, no… Tú…—Y alguien que se muere por estar contigo—. Tess se quedó en silencio por unos instantes, agitada no sólo por sus respuestas, sino por su abrazo—. Alguien que quiere estar aquí —siguió él con voz que parecía más un ronroneo—, justo aquí.—¿Y sólo eso? —preguntó ella con ojos llenos de malicia— ¿Te conformas sólo con estar aquí, abrazados? —por los ojos de August pasó lo que pareció ser auténtico fuego azul.—No me provoques, Tess. Sólo est&aacut
August Warden volvió a casa de sus padres cual hijo pródigo… o eso era lo que le parecía a él cuando también Henry, su padre, lo abrazó con cariño. ¿Cómo alguien podía dejar todo esto atrás?, se preguntó nuevamente estrechando al anciano.Cuando era Adam Ellington, el exitoso millonario, nunca tuvo tanta gente alrededor que llevara su sangre y que lo amara de esta manera. Ahora estaba feliz de haber cambiado toda su fortuna por esta familia; si le hubiesen pedido voluntariamente que lo hiciera, tampoco lo habría dudado.—Estás… estás tan guapo —le dijo Beth, su madre, la mujer que lo había dado a luz. Era una guapa mujer rubia y de ojos claros que ya tenía muchas canas y arrugas alrededor de los ojos. Debían tener setenta, o casi, pero se mantenían saludables, sobre todo, porque Henry sufría del coraz&oacu