Capítulo 5

Por un momento Victoria pensó en retirarse de la mesa no quería comer acompañada de su madrastra, pero no podía estar huyendo de ella toda la vida, así que tenía que encontrar la manera de convivir con ella y de tolerarla, así que se sentó en la misma mesa provocando un gran desconcierto en Dinora, quien pensó que su hijastra iba a salir corriendo cada vez que la viera.

—Iré a relajarme unos días a la casa de la playa, todo esto de tu padre me tuvo tensa por mucho tiempo y ahora que ya no está voy a retomar mi vida, pero no te preocupes querida, estaré aquí para tu boda. ¡Ah, perdón! Se me olvidaba que ni siquiera tienes novio.

—No te preocupes Dinora, tómate todo el tiempo que quieras, te avisaré cuando tenga la fecha de la boda, te aseguro que vas a ser la invitada de honor.

—Entonces en cuanto haya pasado el novenario me iré, me iría hoy mismo, pero no quiero darle de que hablar a las viejas metiches del pueblo.

—Por mi puedes irte ahora, yo no tengo ningún inconveniente, tal vez encuentres tú un amor antes que yo y decidas rehacer tu vida.

—Olvídalo querida, yo prefiero quedarme sola, que pobre, así que acostúmbrate a mi presencia, porque pretendo vivir muchos años en esta casa, junto a ti.

Terminaron de comer y Victoria se levantó inmediatamente de la mesa, una cosa era tolerarla y otra muy distinta torturarse.

Entró en la habitación que era de su madre, era la más grande y bonita de la hacienda, la habitación principal, nunca espero que su padre la hubiera clausurado y evitado que alguien más la usara, no hubiera soportado que Dinora hubiera dormido en la misma cama que su madre ocupaba.

La última vez que había entrado en esa habitación, tenía trece años, fue un día antes de que su madre falleciera y ella estaba justamente en esa cama, sin fuerza, apenas si podía hablar y abrir los ojos.

Decidió que iba a tratar de recordar solo momentos felices, se duchó y se puso un camisón, tenía tanto sueño acumulado por las desveladas, que apenas se acostó se quedó dormida.

Eran las cinco de la mañana cuando sonó la alarma, quería madrugar para llegar a la ciudad de México lo más temprano posible, ya que quería regresar el mismo día, así que rápidamente se duchó y se preparó para salir, Lupita ya se había puesto en pie y le tenía preparado un chocolate con leche y un pan de dulce.

—Con mucho cuidado mi niña, me preocupa que te vayas tan temprano, todavía está muy oscuro, y la carretera puede ser peligrosa.

—No te preocupes Lupita, no me va a pasar nada.

—Y si le digo a Mario que mande un peón a que te acompañe, por lo menos hasta que tomes la autopista.

—  No lo molestes, ya verás que nada me pasa, ya me voy antes de que se haga más tarde y para que estés más tranquila, te digo que Pedro va enviar un chofer de la fábrica a recogerme al aeropuerto, mi vuelo llega a las nueve de la noche.

—Ve con Dios hija.

—Gracias nana.

Subió al auto y se puso en marcha, debía cargar gasolina en la próxima estación porque ya le quedaba solo un cuarto de tanque, la parte más oscura del camino, era atravesar los cacaotales, pero ya los peones empezaban a trabajar, así que se les veía caminando sobre el sendero, llegó hasta el pueblo y pasó a cargar gasolina tal como lo había previsto y se detuvo a poner en marcha el GPS, el sol comenzaba a salir, pero todavía estaba oscuro, a la salida del pueblo, antes de tomar la autopista, una camioneta la rebasó a toda velocidad, de pronto, la camioneta se detuvo y ella pudo ver claramente cuando desde la camioneta, arrojaban el cuerpo de un hombre dejándolo en medio de la carretera y después arrancó a toda velocidad.

A Victoria se le heló la sangre en las venas, no podía creer lo que había visto, era el cadáver de un hombre y lo dejaron allí tirado, en medio de la autopista, por un momento no supo que hacer, la camioneta ya se había ido, tal vez ella podría bajarse a ver si el hombre todavía estaba vivo y llamar una ambulancia, pero… ¿Y si los hombres que lo tiraron volvían? Avanzó despacio, no se veía ningún otro automóvil, decidió llamar a la policía y seguir su camino, pero de pronto el hombre intentó levantarse ¡Estaba vivo!

—¡A…ay...ayuda!

Ella no tenía el corazón para dejar ese hombre así, moribundo y necesitando ayuda, pero… ¿Y si era un delincuente? Se armó de valor, por lo menos iba a ayudarlo a quitarse de en medio de la carretera en lo que llamaba a una ambulancia, allí en medio corría el riesgo de que algún automóvil a gran velocidad no lo viera y lo arrollara.

Se bajó del auto y se acercó a él.

—¡Ayúdeme por favor!

—¡Voy a ayudarlo no se mueva! ¿Santiago?

—¡Ah lady Londres eres tú?

—Ayúdame por favor, llévame a la cabaña.

—¡Voy a llamar a una ambulancia te ves muy mal!

—¡No! ¡No por favor! Solo llévame a la cabaña, por favor ayúdame a ponerme de pie.

—Santiago te ves muy mal, a ver, apóyate en mí.

Santiago era un hombre alto y fuerte y Victoria no era muy alta, su cuerpo era perfecto, pero menudito, con mucho esfuerzo logró ayudar a Santiago a subirse al asiento trasero de su auto.

—Santiago, voy a llevarte al hospital, estás muy lastimado,

—No victoria, por favor, voy a estar bien, al parecer no tengo nada roto, solo son los golpes, nada más necesito descansar.

—Está bien, como tú quieras.

Llegaron a la cabaña y él sacó las llaves de su bolsillo para que ella abriera.

Con mucho trabajo, logró llevarlo a la cama de la habitación.

—Voy a lavarte las heridas, en la sala me pareció ver un botiquín, espero que haya algo allí. —Caminó hacia la puerta de la habitación.

—Lady Londres, —ella volteó a verlo con una mueca en la cara por el apodo. — ¡Gracias!

Fue a la sala y efectivamente encontró un botiquín con los productos básicos para realizar curaciones y recordó que en su bolsa traía un analgésico suave para el dolor de cabeza, de algo le debía servir a él para mitigar el dolor. Puso a calentar un poco de agua y le lavó con cuidado las heridas de la cara, le puso vendolete en la ceja, en el labio y en el puente de la nariz, afortunadamente en el botiquín había también un antiséptico. Salió para dejar los utensilios en la cocina y cuando regresó a la habitación, Santiago se estaba desabrochando la camisa.

—¿Qué haces? No te muevas te vas a lastimar.

—Creo que tengo fracturada una costilla, me duele mucho, ¿Me ayudas a quitarme la camisa?

—Eh…Si claro, te ayudo.

—No voy a poder sacar las manos de las mangas, será mejor que la cortes, trae un cuchillo por favor.

—No, es necesario, aquí en el botiquín hay unas tijeras.

Victoria cortó con cuidado la camisa y no pudo evitar mirar el torso desnudo de Santiago, ¿Cómo podía un hombre tener el cuerpo tan perfecto? No había nada fuera de lugar y ni un solo exceso de grasa. Victoria nunca había tenido novio, el internado era una cárcel, pero los fines de semana los pasaba viendo películas y leyendo libros románticos, así que sabía perfectamente lo que era el deseo carnal y ella no pudo evitar ruborizarse al imaginar a Santiago en una escena erótica de alguna película.

—¿Sucede algo? No me digas que nunca habías visto un hombre sin camisa.

—Por supuesto que sí y no solo uno, varios.

—Si claro, cómo olvidar que vienes de la Europa liberal.

—No me digas que tú, sigues siendo un macho mexicano retrógrado, que piensa que la mujer debe ser casta y pura hasta el matrimonio.

—Digamos que no precisamente, no tengo ningún problema en no ser el primero, pero tampoco me gustaría ser el vigesimoquinto.

—Dicen que lo importante no es ser el primero, sino el último.

—El hombre que logre ser el último contigo, se va a sacar la lotería.

—Literalmente— susurro ella pensando en la herencia de su familia.

—Gracias por ayudarme Victoria, tal vez ahora estaría muerto, arrollado por un auto si no te hubieras detenido.

—No tienes nada que agradecer, lo mismo hubiera hecho si hubiese sido un cachorro herido.

—Sí, eso supuse. ¿Me puedes hacer un último favor?

—Sí claro, dime.

- Ya deben haber abierto la farmacia, ¿Me podrías comprar algún medicamento para el dolor? El analgésico que me diste no me está ayudando nada, y unas vendas gruesas, necesito vendar mis costillas.

—¿Y si traigo un médico?

—No te preocupes, no es necesario, sólo necesito hacer una faja con las vendas para ejercer presión.

—Está bien, iré, te traeré también algo de desayunar, pero con una condición.

—¿Cuál?

—Que ya no me digas Lady Londres.

—Está bien lo voy a intentar.

Victoria fue a la farmacia más cercana, compró las vendas y también consiguió una faja ortopédica especial para fracturas de costilla, el encargado de la farmacia le recomendó unas pastillas muy fuertes para el dolor que no necesitaban receta médica y le sugirió un lugar para comprar un desayuno para llevar, compró algo de fruta, agua embotellada electrolitos orales y una revista para que se mantuviera entretenido.

Regresó a la cabaña y el extraño, estaba completamente dormido, se quedó mirándolo por un largo rato, ese hombre era perfecto, era muy guapo y sus facciones eran demasiado finas, estaba segura que no era un hombre de campo, sus manos no tenían callosidades que indicaran algún tipo de trabajo manual, por el contrario, las tenía muy bien cuidadas, incluso podría jurar que su manicura, era profesional, algo raro en los hombres. ¿Por qué lo golpearían de esa manera? ¿Tendría algo que ver la mujer a la que vio el día anterior? Y ¿Si era un delincuente?

—Regresaste

—Te traje todo lo que me pediste, ya debo irme.

—Sí, entiendo, no te preocupes voy a estar bien, hierba mala nunca muere.

—¿Qué dijiste?

—¡Ah, sí! olvidaba que no estás familiarizada con los dichos populares de México.

—No te burles de mí, diez años es mucho tiempo y yo era muy pequeña cuando me fui. ¿Necesitas algo más?

—No, gracias, ya has hecho demasiado.

—Entonces me voy, ya debería estar llegando a Veracruz

—¿Te vas del pueblo definitivamente?

—Creo que esa pregunta, no tiene una respuesta. Adiós Santiago buena suerte.

—Adiós victoria y nuevamente gracias.

Victoria regresó a la hacienda, ya no quiso ir a la ciudad de México, en cuanto llegó, le pidió a Mario que llevara a lavar el auto para que al siguiente día Pedro enviara un chofer a entregarlo y ella, iría de compras a Villa Hermosa

—¡Pero Victoria, qué te pasó? El asiento trasero viene manchado de sangre.

—Es que en el camino encontré un perro herido y lo llevé al veterinario, por eso ya no me fui.

—Mario necesito un auto para moverme.

—Si niña, la hacienda cuenta con dos camionetas y la fábrica con cuatro puedes usar la que quieras, aunque también están los autos de don Santiago, su camioneta personal y un auto deportivo.

—¿Dinora los usa?

—No, ella tiene su propio auto con chofer, al parecer no sabe conducir.

—Entonces usaré la camioneta, después de todo, es parte de la herencia.

—Como tú digas niña, las llaves están en la gaveta.

—Voy de compras a Villahermosa, volveré antes de la cena.

Tomó la camioneta Tacoma sport 4x4 color plata de doble cabina, que era de su padre y en menos de una hora, ya estaba en Villahermosa, entró en una plaza comercial y compró la ropa y zapatos que necesitaba, sobre todo blusas ligeras, faldas, shorts, jeans, camisas y algunos vestidos cortos y casuales, debía empezar a conocer hombres si deseaba casarse en menos de tres meses.

Se quitó la ropa que llevaba y se dejó puesta una falda corta de jeans, con flats y una blusa color naranja, con mangas por debajo de los hombros y un coqueto escote con botones al frente, entró en una estética y pidió que le recortaran el cabello, se hizo un flequillo que la hacía ver sexy e inocente a la vez y entró en una cafetería, eligió una mesa frente a la puerta de entrada y miraba fijamente a los hombres que entraban.

—Muy bajito, muy gordito, muy viejo, demasiado joven, acompañado, gay, “Estás loca Victoria” así no vas a encontrar un marido, tienes que pensar en algo pronto.

Sacó su teléfono móvil y comenzó a revisar sus redes sociales, ella no solía tener mucha actividad en redes, sólo tenía una verdadera amiga en Londres, era su compañera de habitación en el internado y no había hablado con ella, así que le escribió, esperaba que se encontrara despierta, por el cambio de horario y para su sorpresa le contestó inmediatamente.

Le contó todo lo que había pasado con el testamento de su padre y Elie asombró al saber que su amiga estaba buscando un marido.

—¿Y por qué no te suscribes a una página de citas?

—¡Tienes razón Elie! ¿Por qué no lo había pensado?

—Porque me necesitas para pensar con claridad.

—¿Vendrás a mi boda?

—¡Por supuesto Victoria San Román, y también iré a tu luna de miel!

—¡Si por favor!

Las amigas se rieron por la situación, pero en realidad Victoria estaba muy preocupada, sólo tenía una amiga y estaba del otro lado del atlántico, no tenía ni la más remota idea de cómo conocer a un hombre y mucho menos hacer que se enamorara de ella.

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