Por supuesto, Bal será el escudo de su suegra. Saludos!!
BaldassareMe pregunto si Azzura heredó el carácter ácido de ella. En el físico, nada que ver. Es que, viéndolo todo de cerca, fui un iluso. Azzura tiene la genética de los Minniti.—Sácame de este sitio. Prometo no huir de la cueva —ruega Santo y se arroja a mi pierna. Me conmueve—. Per favore, no buscaré peleas. Solo llévame.La mano delicada de la mujer en mi palma logra que corte mis emociones y desvíe mi mirada del sufrimiento del niño.—Grazie por matarlo —dice con voz rota, y la ayudo a levantarse.Carmina Serra me observa, evaluándome. Busca si soy amigo o enemigo. Aparta su mano y da dos pasos atrás, evitando mi mirada. Se pasa la manga del pijama por la frente, regándose la sangre, y arruga su cara en el proceso. Mi suegra es bonita, con un porte elegante; su cabello suelto enmarca su rostro, y baja la mirada para observar sus pies descalzos.—Los disparos han acabado —murmura Ariel, rompiendo el incómodo silencio.Toco la cabeza de Santo.—Santito, tranquilo, todo terminó —
AzzuraLa villa se incendia y con ella mi fortaleza. Escuchar a mi madre suplicando por el Biondo Diavolo me sofoca. «Per favore», se repite en mi cerebro. Dudé de él y mi madre lo protegió. Estoy anonadada. El disparo no me despertó. Me siento vagando fuera de mi cuerpo.—Déjame ver la herida —la voz de mi madre tira de mi alma.Me obligo a mirar. La profesión la mueve y examina el brazo de Baldassare. Merda, sus ojos me penetran el alma. El pecho se me comprime al ver lo que ocasioné.—Nadie preguntó, pero ahí les va el dato. —Scarido me salva por enésima vez y desvío los ojos hacia él—. El ataque no es por parte de Cosa Nostra —hace una pausa para restregármelo en la cara—, sino por los albaneses.Scarido patea al tipo, aplastando con la suela su espalda hasta que presiona su mejilla en el pavimento.—Su vestimenta es de Cosa Nostra —refuta Terzo.—No es mi culpa que no puedas apreciar el buen gusto de Cosa Nostra —murmura con soberbia el Biondo Diavolo.—La bala solo rozó el área
Azzura«¿Qué hace un Vitale en mi propiedad?», la pregunta flota en mi mente.—No quiero ser aguafiestas —responde el Biondo Diavolo, pero no da la respuesta correcta—, pero el incendio debe apagarse.—Ya llamé a emergencias —informa Kenta.La tensión corta el aire y un teléfono suena, sumando más drama.—Es el Don —comunica Terzo con voz amortiguada.«¿Algo peor puede suceder?».—Infórmale que tienes al enemigo en tu territorio y no lo has matado —dice con burla Maddelena.Esto se me ha salido de las manos. Maddelena usará esa carta en mi contra. Lo puedo leer en su mirada de hiena.—No es lo que piensas —discute Terzo, mintiendo en mi defensa mientras aprieta el celular en su mano.El maldito aparato finalmente calla. Su semblante lo delata: puro alivio. Recorro con la mirada a mi alrededor hasta que mis ojos se pierden en Baldassare. Merda, odio verlo abatido. No tiene que gritar al viento que lo lastimé porque lo puedo leer. «Azzura, ya le has hecho mucho daño». Baldassare se ha e
BaldassareNo puedo creer que tenga en mis brazos a Azzura. Mi Gacela. Mi mujer. Demonios, mi corazón va a estallar de felicidad. Soy el despachador, el diavolo despiadado cuando amerita. Estaba decidido a irme, para no darle más problemas. Aunque sabía que no duraría mucho mi distancia. La buscaría. Continuaría demostrándole lo bien que la pasamos juntos. Nuestros cuerpos son imanes. Mi vida es mejor con una Gacela retándome. Mis sentimientos son tan fuertes que, si la pierdo, el fuego de la villa se quedaría corto comparado con el mío.Los asiáticos han decidido salir en sus motocicletas. Amerigo está con la puerta del conductor abierta, apoyando el brazo en ella.—Los seguimos —anuncia Amerigo.No sé cómo se tome el Capi y los demás la llegada de tantas personas. Extraños. Incluso para mí. Tengo que consultarlo como el equipo que somos. No puedo exponerlos. La cueva es su hogar.Guido llega con la camioneta, se baja y trota hasta ubicarse delante de nosotros.—El Capi dice que son
AzzuraEs una locura descomunal estar en un club clandestino de luchas, pero mi cuerpo quiere ir hacia ese ring. Los dedos de Itala se hunden en mi antebrazo y nos abro paso entre los hombres eufóricos. Mi mejor amiga —prácticamente, hermana— no soporta estar en sitios concurridos. La he traído a rastras. No solo es malo que entremos dos mujeres a este sitio de mala muerte, lo peor es que estamos en territorio enemigo. Un borracho me derrama su bebida en el brazo —el que abre camino en la ola de hombres— y lo empujo furiosa. Continúo empujando con el antebrazo y por más que trato de igualar su fuerza; es complicado. Los hombres brincan y rugen hacia los dos luchadores. Todo hubiera sido sencillo si no nos hubiéramos escapado del hotel en Reggio. Conseguir que el padre de Itala nos trajera a Italia fue un gran logro. El Quintino de Canadá me ha abierto las puertas de su hogar y por más tenebroso que sea; lo admiro. Él ha sido como un padre en ausencia del mío. El dilema es que nos pidi
BaldassareEstiro mi cuello con cada paso dado. Los puños abro y cierro. Mi cuerpo, zumba con energía y solo quiero dar la vuelta para acabar con ese cafone (perdedor). Él se atrevió a mear en la puerta de mi negocio, por supuesto, figurativamente. El tipo no va a volver a robar en su vida. La gacela solo le dio una breve esperanza, pero tan pronto termine con ellas regreso a liquidarlo. Mis hombres no lo dejarán ir hasta que de la orden. La puerta es abierta por uno de mis soldados para que pasemos y una vez cruzo el umbral los murmullos se desatan en el club. En el pasillo solo se oyen los pasos de nosotros. Lidero el camino y no me molesto en mirar hacia atrás. Paso varios cuartos hasta llegar a la última puerta, a mi despacho. Giro el pomo y me arrojo al asiento de cuero. Estiro el brazo y agarro la cubeta de hielo. Entierro el puño derecho y me reclino en el asiento. Entran las mujeres y solo dos de mis hombres. No me gusta tenerlos si no es necesario y ellos lo saben.—Imbecille
BaldassareLa amiga se ubica a su costado y enrosca su mano en el antebrazo de la gacela.—Vinimos de visita a Italia y en el hotel conocimos a dos chicos que nos hablaron del sitio. —La chica hongo es la que contesta.Me hierve la sangre.—Mi club es clandestino, esos chicos no son buena compañía para dos damas como ustedes. —Las apunto con el mentón.Detesto que hayan tan siquiera hablado con esos tipejos.—Fue mi culpa, amo las luchas —habla la gacela.—Es cierto, Bonfilia, quería ver e investigar si las mujeres compiten —informa la chica hongo.Dejo caer la otra venda y la gacela se pierde en mis nudillos. Al darse cuenta de que la atrapo; esquiva sus ojos.—¿Te gusta luchar? —Mi lengua no se controla.—Es mi pasión, cada puño liberado es una manera de romper con los parámetros que nos exigen —susurra, perdida en su mente.Mi corazón da un salto por sus palabras. Este negocio lo abrí en contra de la negativa de mi viejo. Me esforcé en que lo aceptara. Todo eso lo hice porque quier
AzzuraEn el transcurso hacia el Ferry no se dijo ni una palabra. Hemos sido entrenadas para detectar cuando debes callar y dentro de este auto el aire es viciado. Hasta nosotras sabemos que Baldassare Vitale ha alzado sus barreras con esa llamada. No ha parado de tamborilear sus dedos contra el volante. A falta de palabras, observo su perfil. El tablero del auto refleja su cara. Retuerzo los dedos en mi regazo para no alargar la mano y rozar sus pómulos. Itala me saca de mi evaluación con un codazo en el brazo y apunta la ventana con la barbilla. Ella se encarga de examinar que nos lleve al Ferry y no seamos secuestradas. Es absurdamente ridículo; después de ser la primera en subir al auto. No tenemos alternativa. Estamos sin armas y sin protección. En otras palabras, nos tiene a su merced. La realidad es que no teníamos idea de que era un Vitale. Escuchamos en el hotel a dos chicos mencionar el club y usamos nuestros atributos. Coqueteamos con ellos hasta sacar la información del si