Leonardo entró al consultorio del doctor con pasos firmes, pero con el ceño fruncido. Aunque la preocupación por Camila seguía en su mente, había algo que no le cuadraba del todo. La actitud de ella, siempre tan teatral, lo mantenía en una constante duda. Sin embargo, si había algo que podía calmarlo era escuchar la versión profesional y directa del médico.—Señor Arriaga, gracias por venir —saludó el doctor Herrera, un hombre de mediana edad con una expresión seria que inspiraba confianza.—Doctor, no tengo mucho tiempo, así que prefiero ir directo al punto. ¿Qué está ocurriendo exactamente con Camila?El doctor asintió, tomando un expediente de su escritorio y abriéndolo.—La señorita Camila me informó que usted estaba al tanto de su afección cardíaca. Tras varios exámenes, hemos confirmado que su condición es delicada. Aunque no se encuentra en un estado crítico, sí requiere tratamiento inmediato.Leonardo cruzó los brazos, esperando más detalles.—¿Qué tipo de tratamiento?—Necesi
Leonardo Arriaga empujó las puertas del bar con una fuerza que reflejaba su estado de ánimo. Estaba perdido en un torbellino de emociones que no lograba controlar: el enojo con Camila, su incapacidad para alejarse de Isabela, y una confusión constante que le impedía pensar con claridad. Se dirigió directamente al barman y pidió un whisky doble. No era la primera vez que se refugiaba en el alcohol, pero esta noche la sensación era diferente. Bebió con rapidez, casi desesperación, como si el líquido ardiente pudiera silenciar las voces en su cabeza. —Otro —murmuró al terminar su vaso. El barman lo miró con cautela, pero obedeció. Las horas pasaron, y con cada trago, los pensamientos de Leonardo se volvieron más borrosos, menos coherentes. Sin embargo, una imagen permanecía fija en su mente: Isabela. Su rostro, sus ojos llenos de emociones que él nunca había logrado descifrar del todo, y la sensación de su piel bajo sus dedos. Intentó alejar esa imagen de su mente, pero era imposibl
El sol comenzaba a brillar con fuerza sobre la ciudad cuando Camila ingresó al imponente edificio Arriaga Enterprises. Caminaba con paso firme, su elegante vestido negro ajustado y tacones resonando sobre el mármol pulido del vestíbulo. Había salido temprano de la Mansión Arriaga con una sola misión en mente: encontrarse con Leonardo. Al llegar al nivel ejecutivo, los empleados desviaban la mirada, incómodos con su presencia. Camila no era conocida por su amabilidad, y su expresión de impaciencia no hacía más que intensificar el ambiente tenso. —¿Dónde está Leonardo? —preguntó directamente a la asistente personal del CEO, sin molestarse en saludar. La joven asistente, acostumbrada a la frialdad de Camila, trató de mantener la compostura mientras revisaba rápidamente la agenda de su jefe. —El señor Arriaga no ha llegado todavía, señora. Camila arqueó una ceja, sorprendida. —Eso es imposible. Leonardo siempre está aquí antes que nadie. ¿Estás segura de lo que dices? La asistente
Leonardo Arriaga entró a la imponente torre de su empresa con un aire de autoridad habitual, pero con un toque de cansancio que no pasaba desapercibido. Era un hombre acostumbrado a tener el control absoluto, sin embargo, los últimos días parecían haberlo desestabilizado. Había mucho en su mente, demasiados hilos que se enredaban en sus pensamientos: Isabela, Camila, los negocios, y ese extraño deseo de algo que no podía nombrar. Cuando cruzó el lobby, los empleados a su alrededor murmuraban, sorprendidos por su tardanza. No era propio de Leonardo llegar después del amanecer. Al ingresar a la planta ejecutiva, su asistente personal, Laura, lo esperaba frente al despacho con una expresión tensa. —Señor Arriaga, buenos días. Camila estuvo aquí toda la mañana esperándolo. Leonardo alzó una ceja, visiblemente molesto. —¿Y sigue aquí? Laura asintió con un leve gesto de cabeza, pero antes de que pudiera responder, una voz familiar interrumpió la conversación. —¡Leonardo! —exclamó Cami
Luisa Navarro salió del restaurante con una sonrisa calculada en su rostro. Su conversación con Camila había sido más reveladora de lo que esperaba. Sabía que Camila estaba desesperada por recuperar el control sobre Leonardo, pero lo que más le interesaba era la creciente distancia entre ellos. Si Camila no podía manejar la situación, Luisa lo haría. Se detuvo frente a su auto, un elegante deportivo negro que reflejaba tanto su personalidad como su ambición. Mientras encendía el motor, comenzó a repasar mentalmente su estrategia. No era la primera vez que se enfrentaba a una mujer como Camila, alguien manipuladora pero carente de la frialdad y astucia necesarias para mantenerse en la cima. “Leonardo Arriaga no necesita a una mujer como ella,” pensó mientras aceleraba. “Necesita a alguien como yo, alguien que entienda su mundo, que pueda ser su igual, no un problema constante.” --- En su elegante departamento, Luisa se instaló en su oficina privada, encendió su computadora y comenz
Leonardo estacionó su auto frente a la imponente torre de la compañía Altamirano, su mirada fija en la entrada como si esperara encontrar respuestas al tumulto de emociones que lo acosaban. Desde que regresaron de las islas caribeñas, los pensamientos sobre Isabela no le daban tregua. Cada momento compartido, cada palabra intercambiada, y cada mirada que ella le dirigía resonaban en su mente. Era hora de hablar con ella, de poner las cosas en claro, aunque aún no sabía exactamente qué quería decirle. Al bajar del auto, ajustó su chaqueta y caminó hacia la recepción, decidido pero tenso. La recepcionista, una joven que lo reconoció al instante, se puso de pie con una sonrisa profesional. —Señor Arriaga, es un honor tenerlo aquí. ¿En qué puedo ayudarlo? —Estoy aquí para ver a Isabela Arriaga —dijo, omitiendo cualquier formalidad. La recepcionista revisó rápidamente en su sistema, pero antes de poder responder, un asistente del piso superior llegó apresuradamente. —¿Está buscando a
La mañana comenzó con una extraña calma en la mansión Arriaga, una calma que Isabela sabía no duraría. Había sentido la tensión desde que regresó de la oficina, el ramo de flores de Leonardo aún fresco en su mente. Sin embargo, todo cambió cuando Camila irrumpió en su espacio, con esa actitud altiva que tanto le disgustaba. —Isabela —dijo Camila con una sonrisa que no alcanzó sus ojos mientras cerraba la puerta tras de sí—. Tenemos que hablar. Isabela, que estaba organizando algunos documentos en su habitación, levantó la vista con cautela. —¿Sobre qué? —preguntó, esforzándose por mantener la calma. Camila se acercó, sus tacones resonando sobre el suelo de mármol como un preludio de su próxima embestida. —Sobre Leonardo y yo, por supuesto —dijo con una expresión satisfecha—. Sé que últimamente has estado intentando ganarte su atención, pero quiero que quede claro: Leonardo y yo estamos planeando tener un hijo. Las palabras cayeron como un balde de agua fría sobre Isabela, que ta
La mansión Arriaga despertaba con la primera luz del día, pero no para Isabela. Ella había pasado la noche en vela, su mente atrapada en una tormenta de pensamientos. La conversación entre Leonardo y Camila en la biblioteca seguía resonando en su cabeza. Las palabras de Camila, cargadas de veneno, habían abierto una herida que no parecía querer cerrarse. Cuando el sol comenzó a colarse por las cortinas de su habitación, Isabela se levantó con una decisión firme: terminar con todo. Era hora de pedir el divorcio. Se vistió con calma, eligiendo un conjunto sobrio pero elegante que reflejara la fortaleza que intentaba proyectar. Después de un largo suspiro, salió de su habitación y se dirigió al despacho de Leonardo. --- Leonardo estaba revisando algunos documentos en su despacho cuando escuchó el leve sonido de unos pasos acercándose. Levantó la vista y se encontró con Isabela en la puerta. Algo en su expresión le indicó que esa no sería una conversación común. —¿Podemos hablar? —pr