Mientras tanto, en el corazón de la comunidad de los Trece, la atmósfera era opresiva. La cámara secreta, apenas iluminada por las tenues llamas de velas dispuestas en candelabros de hierro, parecía contener más sombras que luz. Allí, sentado en un trono de mármol negro tallado con intrincados grabados, estaba Varek, su figura imponente dominando la sala.Sus ojos, de un violeta profundo, observaban a Darían con una mezcla de desdén y cálculo. Frente a él, el antiguo líder permanecía de pie, su postura desafiante, aunque en su mirada era evidente que la rabia contenida se mezclaba con una cierta precaución.—Tráeme a Aisha, — dijo Varek finalmente, su tono bajo, pero cargado de autoridad. —Ella me pertenece, y así será siempre.Darían apretó los puños, sintiendo que la ira burbujeaba bajo la superficie. Su voz tembló apenas un instante, antes de endurecerse de nuevo.—¿Qué planeas hacer con ella, Varek? — preguntó, dando un paso adelante. —Aisha no es un objeto ni una herramienta para
La residencia brillaba con la calidez de las luces doradas, pero para Aisha, el lugar se sentía como una jaula. Las sombras de los candelabros danzaban en las paredes, proyectando figuras que parecían susurrar secretos en cada rincón. Mientras caminaba detrás de Sanathiel, su mente seguía atrapada en el torbellino de emociones de esa noche.Sanathiel encendió la chimenea, y el resplandor del fuego iluminó sus rasgos definidos. Sentado en un mueble blanco, parecía relajado, pero Aisha sabía que bajo esa calma había un huracán de intenciones.—Puedo imaginar que Rasen, ese vampiro de las sombras, debe estar rastreándote en este preciso instante — dijo Sanathiel, rompiendo el silencio. Su tono era casual, pero su mirada penetrante no dejaba lugar a dudas.Aisha apretó los labios, desviando la mirada.—Tiene una afinidad contigo, algo que no termino de comprender — continuó, su voz volviéndose un susurro que parecía invadir sus pensamientos.—No es asunto tuyo, Sanathiel. — Ella respondió
La tormenta rugía con una furia que parecía brotar de los mismos abismos. Truenos retumbaban sobre el claro del bosque, haciendo eco de un destino ineludible. Luciano Kerens, arrodillado, sentía el barro frío y la sangre empapando sus rodillas. Frente a él, un altar de piedra oscura se alzaba, cubierto de símbolos arcanos y rodeado por cenizas de antiguos sacrificios. La niebla giraba a su alrededor, como si el aire estuviera impregnado de la maldad que él mismo había convocado.Luciano alzó la vista hacia el cielo, cargado de nubes. Su pecho ardía con una mezcla de temor y determinación. El apellido “Kerens” pesaba en su mente, un nombre que había tomado en honor a su amigo Moira, su único lazo verdadero en un mundo lleno de traiciones. Ambos, huérfanos de guerra, habían sobrevivido juntos. Moira, su hermano de alma, y quien ahora yacía perdido, castigado por una culpa que no le correspondía del todo.El aire se tensó, y en medio del vacío, el demonio apareció. Su figura era una amal
La luna llena se alzaba sobre el horizonte, bañando el bosque con su luz pálida. Las sombras se alargaban entre los árboles, creando figuras que parecían moverse por sí solas. El aire estaba cargado, denso, como si algo ominoso estuviera por ocurrir. En el centro de esa quietud aterradora, Luciano Kerens caminaba con paso firme, sus pensamientos pesados como la oscuridad que lo rodeaba.Había llegado el momento.El frío mordía su piel, pero eso era lo de menos. Lo que realmente sentía era el peso del pacto que había hecho, el pacto que había sellado su destino y el de sus hijos. La marca que el demonio le había grabado en la piel aún ardía, recordándole que no había escapatoria. Sus ojos, apagados por el paso del tiempo y las atrocidades que había cometido, buscaban entre las sombras el altar de piedra que lo había traído hasta aquí.Cuando finalmente lo encontró, el lugar no había cambiado. Las piedras, gastadas por el tiempo, seguían impregnadas del mismo poder oscuro que había senti
El invierno lo envolvía todo en un manto blanco y helado. Sanathiel caminaba descalzo por los fríos suelos de su refugio, envuelto en una sensación de desolación que parecía eterna. Su mente era un torbellino de añoranza, atrapada en la desesperación de un deseo imposible: volver a ser humano. La maldición que le habían impuesto, un cruel recordatorio de su linaje Nevri, lo mantenía prisionero en una pesadilla interminable, sin posibilidad de redención.La venganza ardía como una llama inextinguible en su interior. En sus momentos de debilidad, la esperanza de encontrarse nuevamente con ella, aquella figura que habitaba sus sueños, era lo único que calmaba su ira. Sin embargo, la amargura le recordaba que su destino era estar solo, atrapado entre el hombre y la bestia que coexistían en su ser. Caminó hacia el balcón y, al asomarse a la noche, dejó que la luz de la luna llena iluminara su rostro, desvelando un destello de su naturaleza oscura.Observando el paisaje bañado por la luz pla
La lluvia azotaba el parabrisas del auto mientras este avanzaba lentamente por el camino de piedra. Al detenerse frente a la imponente mansión, la puerta del vehículo se abrió, y un hombre alto, vestido de un impecable traje azul marino, descendió. La figura que sostenía la sombrilla lo seguía con precisión calculada, protegiéndolo del aguacero. La presencia del recién llegado era innegable; su andar pausado, pero cargado de autoridad, imponía un peso sobre la comunidad que observaba desde la distancia.La comunidad de los trece estaba en alerta. Sanathiel, un nombre que evocaba respeto y miedo, había regresado.—Señor, ha llegado antes de lo previsto —murmuró el mayordomo, acercándose con un pergamino en las manos. Sus movimientos eran medidos, pero su rostro no podía ocultar el nerviosismo—. Este mensaje llegó poco antes de usted.Sanathiel tomó el pergamino sin prisa, dejando que la sombrilla cayera al suelo.—¿Quién lo envió? —preguntó con frialdad, sin molestarse en mirarlo.—Es
El frío aire matutino llenaba los pasillos de la escuela, pero Aisha apenas lo notaba. Su mente estaba atrapada en imágenes desconcertantes: el resplandor de la luna roja, el eco de un aullido distante, y esos ojos dorados que la acechaban cada vez que cerraba los suyos."Deben ser sueños… nada más que sueños", se dijo mientras doblaba la esquina. Fue entonces cuando chocó contra alguien, el impacto fuerte la sacó bruscamente de sus pensamientos.—Lo siento —murmuró una voz profunda.Aisha levantó la vista y se encontró con unos ojos que la dejaron sin aliento. Eran oscuros, intensos… y, de alguna manera, familiares.—Tú… —murmuró sin pensar, mientras su corazón latía con fuerza.El joven frunció el ceño. Se agachó para recoger los libros de Aisha, sin apartar la mirada de ella.—¿Estás bien? —preguntó, ofreciéndole un cuaderno.Ella asintió, aunque su atención seguía fija en él. Algo en su mirada les recordaba a las visiones que la habían atormentado últimamente. Su mente, rebelde, l
—¿Por qué eres tan amable conmigo? —preguntó, su voz quebrándose al final, mientras una lágrima se deslizaba por su mejilla.La pregunta lo tomó por sorpresa. Rasen tragó saliva, sin saber qué responder. En un impulso, dio el paso final que los separaba y la abrazó.El contacto fue inesperado, pero para ambos se sintió como si hubiera sido inevitable desde el principio. Aisha, conmovida, apoyó la frente en su hombro, dejando que la calidez de su abrazo disipara la fría soledad que llevaba dentro.—Todo mejorará, Aisha. Solo no me apartes —susurró Rasen, su voz cargada de una promesa silenciosa.Aisha cerró los ojos, sintiéndose segura por primera vez en años. Las palabras hirientes del patio, las miradas acusadoras y el peso de su pasado se desvanecieron momentáneamente en sus brazos.—Lo siento… por arrastrarte a mis problemas —murmuró, su voz apenas un susurro.Rasen se apartó lo suficiente para mirarla a los ojos. Su mirada era firme, pero sus labios se curvaron en una leve sonrisa