Aisha sintió cómo la presión del aire a su alrededor disminuye. Aunque su cuerpo aún estaba débil, sus pasos comenzaron a recuperar firmeza. Skiller intentó detenerla, su voz teñida de preocupación.—¡Aisha, no puedes ir sola! —gritó mientras ella avanzaba, apartándose con una mirada decidida.—Si no regreso, Sanathiel y Varek morirán. Y eso no lo permitiré.La determinación en su voz fue un golpe seco. Skiller se quedó inmóvil, incapaz de replicar. Aisha corrió hacia las imponentes puertas al final del pasillo. Las p
El fuego azul crepitaba alrededor del cuerpo de Sariel, iluminando la oscuridad con un resplandor abrasador. Su figura se tambaleó antes de caer de rodillas, la energía desbordante quemando incluso el suelo a su alrededor. Sanathiel y Varek intentaron acercarse, pero Sariel levantó una mano. Desde las profundidades del suelo, gruesas cadenas de oscuridad emergieron, atrayendo a sus hermanos como presas atrapadas en una trampa inevitable.Los ojos de Sariel destellaron rojos, pero en su expresión apareció algo más. Por un breve momento, Rasen emergió. Su rostro mostró desesperación, como si estuviera atrapado en un torrente de emociones opuestas. Entonces, la voz de Sariel resonó, entremezclada con la de Rasen, como si fueran uno solo.—Finalmente... completo. —El tono era una mezcla de satisfacción y agonía.Sariel movió sus dedos, y las cadenas que aprisionaban a Varek se apretaron con una fuerza brutal, haciéndolo caer de rodillas.—Siempre has intentado detenerme, hermano. Pero est
El calor del fuego azul lo llenaba todo, retumbando en el aire como una tormenta viva. Las paredes del lugar, ya agrietadas por la presión del caos desatado, comenzaron a desmoronarse mientras las figuras de Sariel y Varek se alzaban como titanes en un enfrentamiento final. Sanathiel y Salomón, que hasta ese momento habían luchado con ferocidad, se vieron obligados a retroceder cuando Varek levantó una mano en señal de alto.—Lo siento, hermano, pero esta pelea... es mía. —La voz de Varek resonó con un eco sobrenatural, mezclada con dolor y determinación.Antes de que Sanathiel pudiera detenerlo, Varek se impulsó hacia Sariel. Su espada, bañada en su propia sangre inmortal, atravesó el pecho de Sariel. La oscuridad que envolvía el lugar pareció encogerse, cediendo momentáneamente, pero en el último instante, Sariel se tambaleó y la oscuridad volvió a expandirse como una bestia herida. Varek, atrapado en el colapso de su enemigo, lo sostuvo en sus brazos mientras ambos descendían al su
La oscuridad lo cubría todo. El sol no se alzó aquella mañana, y Sanathiel, con los ojos clavados en el horizonte, sintió el peso de la pérdida como un golpe en el pecho. Varek había caído, y con él, la última barrera que separaba al mundo humano del caos absoluto.—El día no llegará, —susurró, su voz un eco entre los suspiros de los Nevri a su alrededor.Aullidos desgarradores rompieron el silencio. Bestias surgían de todas partes, criaturas descomunales con piel pegada a sus huesos y ojos rojos como brasas, mientras los chupasangres creados por la comunidad de los Trece se lanzaban sobre todo ser vivo a su alcance. Desde las sombras, Darían, el estratega detrás de la invasión, observaba con una sonrisa.—Todo se lleva como se planeó. Fase final. —Su voz resonó, sus órdenes movilizando a las hordas.El caos envolvía al mundo humano. Ciudades ardían, los gritos de los inocentes se entremezclaban con el rugido de las bestias. Sanathiel sabía que este era el fin, a menos que actuará.S
El cielo, teñido de un rojo profundo, parecía una herida abierta sobre la ciudad. Las luces de los rascacielos titilaban tenuemente, proyectando sombras alargadas que se movían como si tuvieran vida propia. A medida que la intensidad de la luz artificial descendía rápidamente, la luna en su punto más alto dominaba la escena, como una sentencia ineludible.Desde las alturas, la ciudad era un infierno: criaturas grotescas llenaban las calles. Los licántropos, de un tamaño descomunal y pelaje rojizo, se devoraban entre sí, irracionales y hambrientos. A su lado, los vampiros deformados, con sus cuerpos esqueléticos, ojos negros y columnas sobresalientes, se movían como una plaga imparable, sin lealtad ni propósito más que destruir.En medio de ese caos, Sanathiel, en su forma de lobo blanco, lideraba a los Nevri como un faro de esperanza. Su pelaje brillaba bajo la luz de la luna, y con un rugido ensordecedor, ordenó a su manada dispersarse.—¡No dejen que estas abominaciones avancen! ¡Pr
“Cuando el cielo se parta, sabrás que el Edén fue una mentira.”El campo de batalla estaba teñido de sangre y caos. Los Nevri más viejos, exhaustos pero implacables, acababan con los vampiros creados por la comunidad de los Trece. Sus movimientos, aunque más lentos y pesados, conservaban una precisión mortal. Sin embargo, cada golpe y cada mordida dejaban entrever su desgaste, como si el peso de la guerra les arrancara años de vida.Los Nevri más jóvenes retrocedían, buscando refugio tras Sanathiel, quien se erguía como su última línea de defensa. Su pelaje blanco, manchado de sangre, no opacaba la fuerza y liderazgo que aún emanaban de él.La escena se tornó aún más
Luciano Kerens no eligió nacer entre cicatrices. Fue hijo del silencio que dejaron las guerras, un huérfano que aprendió a morder la vida antes de que la vida lo mordiera. En el Pueblo Esperanza del Ciervo, donde creció, lo llamaron imprudente por robar pan para alimentar a Kevs —su hermano sin sangre—, e ingenuo por creer que algún día ese lugar lo aceptaría. Pero la verdadera imprudencia fue descubrir la cripta oculta en el bosque, sus muros carcomidos por el tiempo y repletos de oro maldito. Robaron juntos, Kevs y él, convencidos de que el mundo les debía algo a cambio de tanta hambre.Con el botín, compraron una cabaña cerca de un convento. Allí, Luciano conoció a Beatrice, una novicia de sonrisa quebradiza y manos marcadas por los rezos. La sedujo entre sombras, entre susurros de salmos y secretos compartidos bajo la luna llena. Ella, ahogada por votos que no eligió, se dejó amar. Y cuando el vientre de Beatrice se hinchó de vida, Luciano cometió su segundo error: liberó a Azael,
La luna colgaba sobre el bosque como un ojo pálido, iluminando el altar de piedra donde Luciano Kerens se arrodillaba. Las marcas en su piel ardían con un fuego familiar, recordándole que el pacto seguía vivo. La tormenta había pasado, pero la oscuridad en su pecho persistía, más densa que la niebla invernal que envolvía los árboles.El frío mordía su piel, pero eso era lo de menos. Lo que realmente lo consumía era el peso del juramento grabado en sus huesos, aquel que había sellado el destino de tres generaciones. Sus ojos, apagados por décadas de sombras, recorrieron las hendiduras del altar. Las piedras gastadas por el tiempo aún transpiraban el mismo hedor a azufre que recordaba de aquella noche.Un chasquido de ramas quebró el silencio.Antes de que pudiera girarse, una voz cargada de resentimiento heló su sangre:—Luciano…Se volvió con la lentitud de quien reconoce lo inevitable. Entre los árboles, una silueta esbelta avanzaba. La luz lunar acarició primero las garras: curvadas,