El suelo bajo nuestros pies se desplomó. Dimitri nos observaba desde lo alto, su risa resonando como un eco en el abismo. La oscuridad nos envolvió mientras caíamos hacia lo desconocido. Era su mundo ahora, y nosotros éramos sus piezas de juego.Aterrizamos con un estruendo en un espacio inundado, rodeados de sombras y un silencio opresivo. Una tenue luz se encendió, apenas suficiente para revelar el agua que nos llegaba a los tobillos. Al movernos, sentimos el peso de las esposas en nuestras muñecas.—Por un demonio, esto no puede ser real, —exclamó Varek, examinando fijamente las esposas—. Ishana debe estar en peligro.—No... no lo está. Confía, —traté de calmarlo, aunque mi propia voz temblaba.Arriba, en un balcón sombrío, Dimitri nos observaba fijamente. Un megáfono amplifica el sonido de su voz:—Bienvenidos, mis adorados juguetes. Aquí comienza su verdadera prueba. En este lugar, la vida y la muerte son las únicas opciones. ¿Quieren ganar su libertad? Entonces, sobrevivan. Que
Las luces verdes parpadeaban como una advertencia en las instalaciones subterráneas de Dimitri Snova. Skiller Snova, con una sonrisa cínica, se abría paso entre los cuerpos inertes de los guardias, su andar era seguro, decidido. Sabía lo que buscaba, y nada ni nadie lo detendría.Frente a él, una cámara de cristal contenía el cuerpo de Zaira, la madre de Aisha. Su piel pálida y su expresión serena parecían un eco de vida atrapado en el tiempo. Skiller rompió el cristal con un golpe certero, liberando el agua y desconectando los cables que la mantenían prisionera.—Vaya, hermano, ¿tan bajo has caído? Obsesionarte con esto... —murmuró mientras cargaba a Zaira en sus brazos.Tomando a Zaira en brazos, Skiller activó un botón oculto en la pared, desencadenando el protocolo de autodestrucción. Las alarmas comenzaron a sonar, y una serie de explosiones consumían las entrañas del lugar mientras él se retiraba con su "regalo".Horas después, Dimitri recorría los restos de sus instalaciones, s
La tormenta rugía con una furia que parecía brotar de los mismos abismos. Truenos retumbaban sobre el claro del bosque, haciendo eco de un destino ineludible. Luciano Kerens, arrodillado, sentía el barro frío y la sangre empapando sus rodillas. Frente a él, un altar de piedra oscura se alzaba, cubierto de símbolos arcanos y rodeado por cenizas de antiguos sacrificios. La niebla giraba a su alrededor, como si el aire estuviera impregnado de la maldad que él mismo había convocado.Luciano alzó la vista hacia el cielo, cargado de nubes. Su pecho ardía con una mezcla de temor y determinación. El apellido “Kerens” pesaba en su mente, un nombre que había tomado en honor a su amigo Moira, su único lazo verdadero en un mundo lleno de traiciones. Ambos, huérfanos de guerra, habían sobrevivido juntos. Moira, su hermano de alma, y quien ahora yacía perdido, castigado por una culpa que no le correspondía del todo.El aire se tensó, y en medio del vacío, el demonio apareció. Su figura era una amal
La luna llena se alzaba sobre el horizonte, bañando el bosque con su luz pálida. Las sombras se alargaban entre los árboles, creando figuras que parecían moverse por sí solas. El aire estaba cargado, denso, como si algo ominoso estuviera por ocurrir. En el centro de esa quietud aterradora, Luciano Kerens caminaba con paso firme, sus pensamientos pesados como la oscuridad que lo rodeaba.Había llegado el momento.El frío mordía su piel, pero eso era lo de menos. Lo que realmente sentía era el peso del pacto que había hecho, el pacto que había sellado su destino y el de sus hijos. La marca que el demonio le había grabado en la piel aún ardía, recordándole que no había escapatoria. Sus ojos, apagados por el paso del tiempo y las atrocidades que había cometido, buscaban entre las sombras el altar de piedra que lo había traído hasta aquí.Cuando finalmente lo encontró, el lugar no había cambiado. Las piedras, gastadas por el tiempo, seguían impregnadas del mismo poder oscuro que había senti
El invierno lo envolvía todo en un manto blanco y helado. Sanathiel caminaba descalzo por los fríos suelos de su refugio, envuelto en una sensación de desolación que parecía eterna. Su mente era un torbellino de añoranza, atrapada en la desesperación de un deseo imposible: volver a ser humano. La maldición que le habían impuesto, un cruel recordatorio de su linaje Nevri, lo mantenía prisionero en una pesadilla interminable, sin posibilidad de redención.La venganza ardía como una llama inextinguible en su interior. En sus momentos de debilidad, la esperanza de encontrarse nuevamente con ella, aquella figura que habitaba sus sueños, era lo único que calmaba su ira. Sin embargo, la amargura le recordaba que su destino era estar solo, atrapado entre el hombre y la bestia que coexistían en su ser. Caminó hacia el balcón y, al asomarse a la noche, dejó que la luz de la luna llena iluminara su rostro, desvelando un destello de su naturaleza oscura.Observando el paisaje bañado por la luz pla
La lluvia azotaba el parabrisas del auto mientras este avanzaba lentamente por el camino de piedra. Al detenerse frente a la imponente mansión, la puerta del vehículo se abrió, y un hombre alto, vestido de un impecable traje azul marino, descendió. La figura que sostenía la sombrilla lo seguía con precisión calculada, protegiéndolo del aguacero. La presencia del recién llegado era innegable; su andar pausado, pero cargado de autoridad, imponía un peso sobre la comunidad que observaba desde la distancia.La comunidad de los trece estaba en alerta. Sanathiel, un nombre que evocaba respeto y miedo, había regresado.—Señor, ha llegado antes de lo previsto —murmuró el mayordomo, acercándose con un pergamino en las manos. Sus movimientos eran medidos, pero su rostro no podía ocultar el nerviosismo—. Este mensaje llegó poco antes de usted.Sanathiel tomó el pergamino sin prisa, dejando que la sombrilla cayera al suelo.—¿Quién lo envió? —preguntó con frialdad, sin molestarse en mirarlo.—Es
El frío aire matutino llenaba los pasillos de la escuela, pero Aisha apenas lo notaba. Su mente estaba atrapada en imágenes desconcertantes: el resplandor de la luna roja, el eco de un aullido distante, y esos ojos dorados que la acechaban cada vez que cerraba los suyos."Deben ser sueños… nada más que sueños", se dijo mientras doblaba la esquina. Fue entonces cuando chocó contra alguien, el impacto fuerte la sacó bruscamente de sus pensamientos.—Lo siento —murmuró una voz profunda.Aisha levantó la vista y se encontró con unos ojos que la dejaron sin aliento. Eran oscuros, intensos… y, de alguna manera, familiares.—Tú… —murmuró sin pensar, mientras su corazón latía con fuerza.El joven frunció el ceño. Se agachó para recoger los libros de Aisha, sin apartar la mirada de ella.—¿Estás bien? —preguntó, ofreciéndole un cuaderno.Ella asintió, aunque su atención seguía fija en él. Algo en su mirada les recordaba a las visiones que la habían atormentado últimamente. Su mente, rebelde, l
—¿Por qué eres tan amable conmigo? —preguntó, su voz quebrándose al final, mientras una lágrima se deslizaba por su mejilla.La pregunta lo tomó por sorpresa. Rasen tragó saliva, sin saber qué responder. En un impulso, dio el paso final que los separaba y la abrazó.El contacto fue inesperado, pero para ambos se sintió como si hubiera sido inevitable desde el principio. Aisha, conmovida, apoyó la frente en su hombro, dejando que la calidez de su abrazo disipara la fría soledad que llevaba dentro.—Todo mejorará, Aisha. Solo no me apartes —susurró Rasen, su voz cargada de una promesa silenciosa.Aisha cerró los ojos, sintiéndose segura por primera vez en años. Las palabras hirientes del patio, las miradas acusadoras y el peso de su pasado se desvanecieron momentáneamente en sus brazos.—Lo siento… por arrastrarte a mis problemas —murmuró, su voz apenas un susurro.Rasen se apartó lo suficiente para mirarla a los ojos. Su mirada era firme, pero sus labios se curvaron en una leve sonrisa