Capítulo ~3~

Maya. 

Mientras observaba el cielo oscuro, iluminado por la brillante luna, me puse de pie en el césped y comencé a danzar, con la mirada fija en el resplandor lunar. Esta extraña costumbre, arraigada desde mi infancia, siempre me ha intrigado. Sin embargo, al notar una figura en el balcón, cesé mis movimientos abruptamente. Era el señor Valentino, observándome con su mirada penetrante. Su presencia siempre despierta un torbellino de emociones en mí, aunque me resulta desconcertante experimentarlo. —Maya estúpida—me recriminé mentalmente, sumiéndome en un sentimiento de indignidad.

Dejo de mirar hacia el balcón y decido entrar a la mansión, pero detengo mis pasos al ver al Señor Valentino en el lumbrar de la puerta. ¿En que momento llego aqui?... Él me sonrió antes de acercarse a mí.

Me sorprendió con su cabello recién mojado y un aroma a perfume lujoso, lucía notablemente atractivo.

—Te gusta apreciar la luna llena— comentó con amabilidad.

—Si señor, disculpe que este merodeando por su Jardín sin su permiso.

—No te preocupes, pequeña. Eres bienvenida aquí siempre que lo desees. Pero¿cómo has venido a trabajar aquí?— preguntó con curiosidad.—¿Cómo te llamas?—Nuevamente preguntó con amabilidad.

—Mi nombre es Maya, señor— respondi nerviosa por su cercanía.

El señor Valentino sonrió, haciendo que mi corazón latiera aún más rápido.

—Lucrecia me contrató—Dije a lo que él  asintió, pero luego me miró con curiosidad 

—¿Y tus padres?—

Una sonrisa triste se dibujó en mi rostro —No tengo padres, soy huérfana. Crecí con las monjas en un reformatorio—respondi sin quitar la mirada de el.

—Lo siento, puedes estar aquí la veces que quieras.

—Gracias señor Valentino —Agradezco apenada...

****

Al adentrarme en la habitación contigua a la cocina, la tensión que sentía cerca del Señor Valentino se hizo evidente. A pesar de los rumores que circulaban sobre él, describiéndolo como un hombre arrogante y poco afable, con una rigidez en su trato y poco dado a la conversación, me di cuenta de que tal vez esas percepciones eran injustas.

Cambiando de tema, me embargaba la angustia por lo que estaba ocurriendo en el convento. Los hombres que me buscaban amenazaban con arrebatarle el Orfanato a las monjas... y todo parecía ser mi culpa. Bajé la cabeza, desorientada y sin saber qué hacer. Sentía la urgencia de encontrar una solución para detenerlos y proteger a las monjas de sus constantes intimidaciones y acechos.

Al día siguiente llegó al Orfanato con determinación, sin embargo mi confianza se desvaneció cuando me encuentro con los hombres de Igor Lombardo. Aque magnate el cual las hermanas le deben  una inmensa cantidad de dinero el cual pensaron que fue para beneficio del Orfanato, no obstante todo era una tregua para atraparme y querer obligarme a irme con él. Ese italiano haría lo posible por tenerme a la fuerza.

Intentó persuadirlos para que le dieran más tiempo para reunir el dinero, pero uno de ellos sacó una pistola, amenazando con disparar si no accedía a sus demandas.

—Si no vienes con nosotros, ellos morirán— me advirtieron fríamente—Te has comprometido a salvar este lugar y a esas viejas. Por lo tanto, pagarás con tu cuerpo, seras la mujer del Don.

Conmocionada y a punto de gritar, intente resistirme, pero los hombres me tomaron con violencia. A pesar de mi intento de morder la mano de uno de ellos, recibi una bofetada que me hizo retroceder. Al ver la amenaza de hacerle daño a uno de los niños, me obligó a calmarme, aunque en mi mente bullía la necesidad de encontrar una solución...

—Dame tiempo, Porfavor. Esta semana hare lo posible por pagar, dile al Italiano que no puedo ser su mujer. 

—No es necesario —Rugio una fuerte voz a mi espalda.

Mi corazón se acelero al ver que era el señor Valentino. Sus ojos estaban fijos en mi... podía ver su molestia, giro su rostro hacia los hombres y molesto se acercó a ellos.

—¿Cuanto le debe ella, pagaré todo? Que sea la última vez que vienen con amenaza a este lugar. No permitiré que intenten llevarse a la chica a la fuerza.

Qué hombre tan admirable.

—Usted no debería involucrarse en este asunto. No creo que pueda cubrir la gran inversión del Don —replica uno de los tipos, mirando despectivamente al Señor Valentino.

Valentino estalla en carcajadas ante el comentario del hombre. Su determinación me deja boquiabierta.

—Puedo pagar eso y mucho más... dile a ese tal Don que puede enviar su número de cuenta americana de inmediato, o bien, que me contacte.

Los mafiosos observan al Señor Valentino con hostilidad. El chófer se acerca a ellos y les entrega una tarjeta. Ellos aceptan y luego me miran a mi por un segundo para después  hablarle a Valentino.

—¿Quién es usted? Conoce a esta Chica—pregunta el tipo alto y fornido que aún me sujeta con fuerza.

—Deja a la chica y resolvemos esto de una vez. Es lo último que te diré —responde Valentino con voz amenazante. El hombre me suelta bruscamente y me alejo de ellos para acercarme a una de las monjas, que se nota asustada, al igual que los niños.

Valentino habla con los tipos sin temor, mientras tanto veo a algunos pequeños algo asustados.

—Maya, Dios mío, pensé que te llevarían con Don Igor. Lamento que estés pasando por todo esto por nuestra culpa —me dice la Hermana Lucía, acaricio su mejilla, ya mojada por las lágrimas.—¿Conoces a ese señor? —pregunto, limpiándose las lágrimas.

—No te preocupes, conozco a ese señor, el dueño de la mansión en la que trabajo.

—Gracias al cielo, pequeña —susurra Lucia. Asiento dedicándole una sonrisa y le indico que entre al convento con los niños. Veo que los tipos se van, pero no sin antes dirigirme una mirada amenazante.

—Señor Valentino, muchas gracias —le digo, observándolo detenidamente. Mi corazón palpita fuerte, su mirada es fría pero parece contener muchas cosas no dichas. Ahora estoy en deuda con él y no sé si será algo bueno.

—¿Estás bien? —asiento apenada— Me llamo Valentino, no vuelvas a llamarme Señor.

—Lo siento, señ... Valentino. Le pagaré lo que hizo por nosotros.

—¿Cómo lo harás? —pregunta con una sonrisa de lado que provoca miles de chispas en mi sistema nervioso, acerca su mano en mi mejilla la cual aun duele por la bofetada de hace un rato.

—A como usted quiera—Logre decir sin ser consciente de lo que dije.

¿Ahora en que rayos estoy metida?

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