Capítulo ~5~

Maya.

Mis uñas eran víctimas constantes de mis nervios. Desde aquel entonces, no he vuelto a verlo, ni he sabido nada del señor Valentino. Lo peor fue haber dicho que hiciera lo que quisiera conmigo. Claramente, me estaba entregando a él en bandeja de plata. Después de todo, el Don, quien sabe qué podría hacer conmigo, llevaba años acosándome y rogándome que fuera a vivir a su mansión, cosa que jamás hubiera hecho ni por necesidad. Ahora, resonaba en mi cabeza la frase que le dije al señor Valentino.

―Como usted quiera. Vaya, qué tonta he sido. Seguro piensa que soy una fácil... En fin, haría lo que fuera. Después de todo, él me ayudó en ese momento crucial. Fue como un ángel apareciendo justo cuando esos matones planeaban llevarme a la fuerza, y para colmo, querían lastimar a los pobres niños inocentes, incluyendo a las monjas. Dejo de lado mis pensamientos al escuchar la puerta de la habitación abrirse. Lucrecia se acerca a mí, su rostro serio, ¿qué estará pasando?

―Mi pequeña, creo que lo mejor será que te vayas de esta mansión.―Niego horrorizada. ¿A dónde iría? ¿Será que él le pidió que me echara? No dejo que termine de hablar cuando me levanto de mi alcoba, decidida a hablar con ese señor. ¿Qué mal he hecho?

―¿Maya, qué haces?

―Iré a pedirle que no me eche, Lucrecia. ¿Qué haré en la calle? No quiero que el mafioso de Igor me atrape. Ese señor me causa pánico.

Lucrecia se me acerca, negando.

―El señor Valentino no te está echando. Solo que tengo miedo, no sé, mi niña. Olvida lo que acabo de decir.

―Entonces, ¿eres tú la que quiere que me vaya de aquí?―Replico, decepcionada.

Salgo de la habitación y me dirigí al jardín. La luz pálida de la luna se refleja en mi rostro, acentuando mi expresión melancólica mientras susurro al viento:

―¿Por qué nunca puedo vivir en paz? ¿Por qué parece que nadie me quiere?

Una voz inesperada interrumpe mis pensamientos, haciéndome girar sorprendida. Detrás de mi una figura imponente se recorta contra la penumbra del jardín. Sus ojos oscuros me observan con intensidad, me sonrojo al encontrarme con esa mirada penetrante.

―¿Por qué lo dices? ―pregunta Valentino con la voz firme.

―Lo siento, es solo que... no sé a dónde ir ―respondi acolorada, sintiendo cómo las palabras fluyen cargadas de incertidumbre.

―¿A dónde iras? Pero tú vives aquí, trabajas aquí ―replica Valentino acercándose con pasos seguros.

―Disculpa, no quiero causarle problemas a Lucrecia. Ella ha sido muy buena conmigo. Espero que no se moleste con ella por haberme dado trabajo y sobre todo un espacio donde  quedarme.

Un nudo de emociones se enreda en mi pecho, mientras estoy luchando por expresar mis pensamientos. Pero antes de que pueda continuar, una mano cálida se posa suavemente sobre mi hombro, reconfortánte... de repente siento una extraña sensación en mi corazón.

―Maya, no pasa nada. Puedes quedarte aquí todo el tiempo que necesites, y no te preocupes por Lucrecia ―Expresa él, llena de comprensión y calidez.

Un destello de alivio cruza mi rostro, y una sonrisa tímida asoma en mis labios. Me acerco tímidamente a él, depositando un beso en su mejilla como muestra de gratitud. Pero antes de que pueda retirarme, las manos del señor Valentino me detienen suavemente, y sus ojos me inspeccionan fijamenta.

―Eso no es suficiente. Quiero más ―susurra con su voz y su tono cargado de deseo, antes de que sus labios encuentren los mio en un beso sorprendente y apasionado, dejándome aturdida y con el corazón galopando desbocado en mi pecho.

―Me encantas, Maya ―susurra, sin querer soltarme. Sus palabras resuenan en el silencio de la noche, cargadas de un deseo palpable que me deja sin aliento. Necesito más de él, más de este momento que nos envuelve en una burbuja de intimidad y pasión.

Nos separamos por un breve instante, y el silencio se hace eco de mis pensamientos confusos. ¿Qué debo decir en este repentino momento de vulnerabilidad? Pero una parte de mí anhela más, ansía explorar cada rincón de este sentimiento que nos une.

―Déjame demostrarte lo que siento cada vez que mis ojos te ven ―susurra él, y asiento como un autómata, entregándome al impulso del deseo. Esta vez, acerco mis labios a los suyos, dejando que el miedo se disipe y permitiendo que la pasión nos envuelva en un abrazo íntimo y ardiente.

Es la primera vez que experimento una tormenta de sensaciones en mi pecho, como un torbellino que me arrastra hacia lo desconocido. Sus besos son deliciosos, cada uno, una caricia suave que despierta emociones dormidas en lo más profundo de mi ser. Nunca antes había besado a alguien con tanta entrega, con tanto deseo. Aquel único beso forzado en el pasado solo dejó un amargo recuerdo, pero con él, es como si tocara la luna y la acariciara con mis propias manos.

Me separa de él y mi instinto protesta, pero una sonrisa traviesa curva sus labios mientras vuelve a besarme con pasión desenfrenada. Cada beso es un vendaval que me hace temblar, pero esta vez, el temblor es de pura dicha y emoción desbordante.

De repente, nos separamos al sentir un fuego ardiente emanar de mi interior, envolviéndome en una sensación extraña y desconocida. Es la primera vez que experimento tantas emociones al mismo tiempo.

―Me da vergüenza ―susurro, apartando la mirada de la suya, sintiéndome vulnerable ante la intensidad del momento.

―No tienes por qué estarlo. Todo ocurre de esta manera. Solo déjate llevar ―responde él con su voz firme y una sonrisa tranquilizadora en su rostro.

Me pregunto si él quiere intimar conmigo por haberme salvado de las garras de Igor.

Seguramente...

―Maya, de ahora en adelante puedes quedarte aquí. Te protegeré de ese italiano, no te preocupes ―dice él, ofreciendo su protección sin reservas.

―¿A cambio de qué, señor Valentino? ―pregunto sin titubear, dejando a un lado las formalidades―. ¿Acostarme con usted? ―añado, observando cómo eleva las cejas ante mi atrevimiento.

―A como sea. Veo que no eres indiferente, Maya. Tendrás todo lo que necesites, incluso los niños estarán protegidos, y las monjas tendrán víveres ―responde con calma, ofreciéndome un trato tentador y generoso.

Me siento nerviosa y decepcionada al mismo tiempo. Trago saliva, sintiendo el peso de su propuesta sobre mis hombros.

Sin más preámbulos, decido aceptar. Me gusta, no lo niego, pero nunca pensé que llegaría a este punto. Quizás la excusa perfecta es pensar que lo hago por el reformatorio y el convento, cuando en realidad es mi propio deseo lo que me impulsa.

Con firmeza, le digo:

―Me acostaré con usted, pero debe prometerme que proporcionará todo lo necesario para que las monjas y los niños huérfanos vivan bien y tengan lo que necesiten.

―Lo haré. Todo lo que me pidas ―responde él con seguridad.

Una vez más, toma mi rostro entre sus manos y me besa, transportándome a un lugar donde parece que puedo tocar la luna con las yemas de los dedos...

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