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Capítulo 07| "Pensé que ibas a besarme"

Giré el pomo de la puerta de mi casa, me deslicé en el interior seguida de Albert y giré los ojos con fastidio y frustración.

Este había sido un largo y tedioso día; primero, el hecho de pasar siete horas recibiendo lecciones, mientras soportaba un calor infernal; después, pasar 6 horas limpiando mesas, lustrando los pisos y aguantando el genio de mierda con el que Robert había llegado hoy al café. Y, como si fuera poco, el periodo me había visitado la noche anterior, lo que me hacía sentir sensible y enojada a la vez.

Y sí, sólo me había hecho falta que uno de mis hermanos haya ocasionado un nuevo desastre en mi trabajo... pero ¡Oh! ¡Claro! Albert había pasado toda la tarde ahí sentado sin hacer nada, y no sé cómo demonios había logrado romper tres tazas las cuales habían sido rebajadas de mi salario instantáneamente.

Apoyo mi espalda contra la puerta y dejo salir un suspiro de exasperación. Son cerca de las 9: 30 pm, lo que me hace desear solo subir a mi habitación, tomar un baño y meterme entre las cobijas.

—Jugaremos jenga esta noche —dirijo mi mirada hacia el centro de la sala. Ahí, mis otros tres hermanos se encuentran sentados sobre la alfombra, mientras terminan de armar la torre sobre la mesa—. El que pierda, lavará los platos de la cena —comunica Alex, viendo hacia Albert y yo.

Sacudo la cabeza y ruedo los ojos.

—Hoy no quiero jugar; además, según el calendario de tareas que papá tiene pegado en la puerta de la nevera, a ti te toca lavar los platos hoy, Alex —lo señalo, a lo que el castaño voltea los ojos y se concentra nuevamente en la torre que tiene frente a sus narices.

—¿Qué mierda te pasa hoy, hermanita? Nunca te niegas a un buen juego que involucre una apuesta.

—El rubio no estuvo hoy en el café —se burló Albert, estirando su mano para alborotar mi cabello negro.

Allan enarcó sus cejas con interrogación, pero aun así, se negó a abrir su boca.

—¡Solo estoy cansada, idiota! —refunfuñé, terminando de dejarlos atrás.

Subí hasta mi habitación y me encerré en ella, me tiré de espaldas en mi cama y cerré los ojos, tratando de regular mi ritmo cardíaco. Quizás Albert tenía razón, al suponer que la ausencia de Mason en el café durante esta tarde, era la mayor causante de mi disgusto. Apoyé mi brazo derecho en mi frente y dibujé figuras invisibles con mis otros dedos en el espacio. Habían transcurrido un poco más de tres semanas desde su llegada, y desde entonces, no había pasado un solo día en que no llegara a la cafetería durante las noches, además de que me había acostumbrado a verlo todos los días en la universidad... pero hoy parecía que se lo había tragado la tierra, no se presentó a ninguna de las clases, y por más que esperé verlo entrar al Trébol, nunca llegó.

Quizás se había cansado de esperar a que aceptara su propuesta de ir a dar una vuelta con él, y ahora había decidido irse. Reí sintiéndome como una maniática, mientras entrelazaba mis dedos sobre mi abdomen y me dedicaba a observar el blanco techo de mi habitación. Eso era estúpido... había montones de chicas hermosas por doquier; inclusive Stacey Fernández se la pasaba coqueteándole durante las horas de clases, ¿Por qué debería de estar interesado en una chica asmática que casi vestía como chico?

Fácil... no lo estaba.

Una respiración rápida y artificial dejó mis labios, mientras mi habitación era inundada por la música de mi teléfono móvil al mostrarme el ingreso de una nueva llamada.

Fruncí el ceño al estirar mi mano para tomarlo. Era raro que alguien me llamase, no es como que tuviese tantos amigos después de todo. El número no estaba inscrito en mi identificador, así que dejé que la llamada se perdiera. The reason, de Hoobastank se reprodujo en tres ocasiones más, hasta que me digné en tomar la llamada.

—¿Qué pasa? —refunfuñé sin tratar de ocultar mi mal humor.

Una risa divertida y bastante conocida resonó en mi oído, lo que me hizo contener la respiración por unos segundos.

¡Hey, Cookie! ¿Sabías que gracias a ti ahora tengo una pequeña adicción con las galletas de chocolate?

—¿Cómo es que tienes mi número?

Un buen mago nunca revela sus secretos.

Mordí mi labio inferior y cerré los ojos con fuerza. Estaba comenzando a sentirme como una chiquilla emocionada y eso no era bueno... nada bueno.

¿Qué tal si sales de la cama y miras por tu ventana? —continuó hablando.

Fruncí el ceño e hice lo que me pidió, arrastré mis pies con cansancio hasta el enorme ventanal que decoraba el fondo de mi habitación. Las abrí de par en par y me recosté en el balcón, aun presionando el móvil en mi oído.

—¿Dónde estás? —le pregunté, entrecerrando mis ojos ligeramente al no verlo bajo mi ventana.

En mi casa —contestó divertido. Voltee los ojos y suspiré—. Deja de voltear los ojos, solo no quería que te perdieras de la hermosa iluminación que nos brinda la luna esta noche.

—¿Cómo sabes que voltee los ojos si no estás aquí?

He aprendido a conocerte muy bien, Cookie. Y sé que antes de que sueltes la respiración de esa manera, has girado los ojos.

Reí y sacudí la cabeza, viendo hacia las nubes. Tenía razón, en el cielo, una espectacular luna llena acompañada de infinitos puntos llamados estrellas, transmitían una descarga de paz a mi cuerpo.

Es hermosa, ¿Verdad?

—Lo es —acepté, soltando lentamente la respiración—. No estuviste hoy en clases.

Tenía algo importante qué hacer —sonrió—. Veo que me extrañaste.

Guardé silencio por largos segundos. ¿Lo había extrañado? Lo cierto es que no había tenido ni un poco de paz al imaginar si algo le había sucedido. Estaba tan acostumbrada a verlo todos los días, que su ausencia me había perturbado completamente.

—Lo hice —acepté.

¿Quieres caminar un rato? —indagó sin siquiera dudarlo.

Fruncí el ceño y negué con la cabeza.

—Mis hermanos están jugando jenga en la sala, no puedo salir de casa.

Espera a que se duerman, estaré ahí en dos horas.

—Mason...

No voy a aceptar un no por respuesta esta vez, Cookie —interrumpió mi oración.

Reí, alborotando mi cabello con mi mano.

—Deja de llamarme Cookie, ¿Quieres?

No, no quiero.

Después de ello, la línea se quedó muda. Me exalté al darme cuenta de algo... ¡Saldría con Mason esa noche!

Mierda.

¿Y ahora que debería de ponerme? ¡Oh demonios! Es en ese momento en el que deseaba tener un poco de ropa de chica en mi armario. Aunque ahora tenía algo mucho más importante de qué preocuparme: debía deshacerme de mis hermanos.

Caminé a paso rápido hacia la cocina, ignorando las palabrotas que Theo soltaba al haber sido el causante de derribar la torre por tercera vez en la noche.

Abrí la alacena y obtuve el tarro de cacao, además de la canela y el azúcar. Tomé la leche de la nevera y después coloqué cuatro tazas sobre la encimera. En cuestión de 15 minutos, ya tenía cuatro tazas de chocolate caliente preparadas. Las coloqué en una bandeja y me dirigí hacia la sala, ensayando la sonrisa más irresistible que podía dibujar en mis labios.

—¿No están cansados ya? —cuatro pares de ojos voltearon a verme. Theo levantó ambas cejas al mirar las tazas.

—No —sacudió la cabeza—. ¿No se suponía que ibas a meterte a la cama?

—Pensé que tal vez querrían tomar una taza de chocolate caliente antes de dormir —contesté, encogiéndome de hombros.

—¿Qué bicho te ha picado, Tessa? —cuestionó Allan con curiosidad.

—¿Acaso no puedo atender a mis hermanos? Solo me complace consentirlos algunas veces.

¡Mentira! Nunca acostumbraba lavarles el cerebro de esa manera.

—¿Qué estás tramando? —ahora era Alex quien hablaba, entrecerrando los ojos ligeramente en mi dirección.

Giré los ojos, tragándome una sarta de maldiciones que tenía preparadas para soltarlas en dirección a mis hermanos.

—¡Solo trato de disculparme por haberlos tratado mal en cuanto llegué! Pero si no quieren aceptarlas, ¿No pueden simplemente decir no quiero, en vez de hacer tantas preguntas? Discúlpenme por tratar de consentirlos, cuarteto de idiotas.

—¡Jo! Relaja esas botas, vaquera —Albert se puso de pie y caminó en mi dirección—. Yo si quiero, nunca podría rechazar tu chocolate con canela —se inclinó a besar mi frente y tomó una de las tazas—. Ahora ustedes, ya saben que cuando nuestra chica anda con el maldito periodo, se vuelve sensible y su carácter de mierda surge desde lo más profundo de sus entrañas. Así que tomen el maldito chocolate y lárguense a dormir —dejé escapar lentamente el aire que tenía reprimido en mis pulmones, al menos había logrado avanzar un poco en el plan escape.

Obedientemente y sin chistar, los otros tres grandulones se adueñaron de una taza de chocolate cada uno, y se sentaron en completo silencio mientras la ingerían. Por experiencias anteriores, sabía que el chocolate siempre terminaba por mandarlos pronto a la cama, por lo que era solo cuestión de minutos para que terminaran por rendirse.

Mi corazón comenzó a latir con fuerza, pues aún no lograba por creer que estuviese a punto de salir sin autorización de mi casa. Mordí mi labio inferior con fuerza, sin dejar de ver a mis hermanos.

Tal vez el chocolate hubiese sido más efectivo si hubiera utilizado un tipo de somnífero... ¿En qué carajos estaba pensando? ¡Son mis hermanos, joder!

—Como siempre, delicioso —Theo me guiñó un ojo, colocando su taza nuevamente en la bandeja—. Gracias, Tes.

Le sonreí en respuesta y asentí.

Los siguientes 55 minutos, fueron los más largos de la historia. Le ayudé a Alex a lavar los platos de la cena, había limpiado la alacena y cada uno de los electrodomésticos de la cocina, mientras continuaba escuchando a mis hermanos jugar, sin ánimos de que quisieran retirarse a sus dormitorios.

El tiempo transcurría y poco a poco veía más lejano el que pudiese escaparme esa noche. Incluso, los ovarios comenzaban a dolerme del estrés; hasta que mis oídos captaron algo de suma importancia: Alex comenzó a bostezar, a la vez que pasaba constantemente las palmas de sus manos por sus ojos. Me fue inevitable no reír, al verlo como el niño de ocho años que solía ser cuando se dormía sobre la alfombra, esperando a que papá lo llevara a la cama.

—Estoy agotado, creo que es tiempo de que me vaya a la cama —dijo en medio de un bostezo, antes de levantarse y subir las escaleras. No pasaron ni diez minutos, para que los otros tres se despidieran y se retiraran a sus habitaciones.

Mi sonrisa continuaba plasmada en mi rostro, subí las escaleras y me encerré en mi habitación. Quité las cobijas y acomodé las almohadas en fila, simulando un cuerpo envuelto entre las sábanas. Me detuve frente a mi cómoda y cepillé mi cabello, dejándolo caer sobre mis hombros como dos agradables cortinas. Me puse un poco de lápiz labial, y después elegí una chaqueta color negro. Tomé mis zapatillas entre mis manos y así me dispuse a abandonar mi casa en completo silencio.

No podía dejar de sentirme emocionada, nunca pensé que el hecho de estar escapando de casa casi a la mitad de la noche me hiciera sentir... ¡libre! Me sentía como un gorrión que ha pasado encerrado en una jaula durante toda su vida, y que justamente ahora le habían dado la libertad de abrir sus alas al mundo.

Me detuve en la puerta y me incliné a colocarme las zapatillas. Cuando me enderecé, mi mirada enfocó una alta figura sentada sobre uno de los columpios. Mi sonrisa se ensanchó aún más, cuando él se levantó y caminó hacia mí.

—¿Llevas mucho tiempo aquí? —indagué, mientras bajaba las gradas del pórtico.

Una sonrisa asomó en sus labios mientras negaba con la cabeza.

—Treinta minutos, quizás cuarenta.

Estiró su mano y acarició suavemente mi mejilla con su pulgar.

—Estás hermosa.

Bajé mi mirada, sintiéndome avergonzada. Nunca antes me había disgustado mi vestimenta, a como lo hacía ahora. Hoy solo quería lucir como una chica normal. Él pareció notar mi incomodidad, pues no hizo un solo comentario más y solo me invitó a caminar a su lado.

—¿Dónde estuviste hoy? Te has perdido de unas clases asombrosas —dije, siendo sarcástica.

Una risa divertida abandonó sus labios, mientras me veía de medio lado.

—Debia de ir a visitar a mi familia. Mi madre no deja de recriminarme cada día el hecho de que los tengo muy abandonados.

—¿Vives solo?

Asintió.

—Ya soy un chico grande, Tessa.

Mordí mi labio inferior y asentí.

—¿En dónde vive tu familia? —quise patearme por estar haciendo tantas preguntas, pero a él pareció no importarle, pues contestó sin dudarlo.

—En Tennessee.

—¿Tennessee? —Repetí con impresión—. ¡Dios! ¿Decidiste mudarte a 430 km de distancia a tu familia? ¿Por qué Kentucky? ¡Son como 4 horas y media de viaje! —caminé de frente a él; y al ver su gesto de diversión plasmado en su rostro ante mi reciente vómito verbal, hizo que me sintiera avergonzada otra vez. Aclaré mi garganta y volví a caminar a su lado—. Lo siento, no quiero ser una imprudente.

—¿Por? —levantó sus hombros viéndose indiferente—. No me molestan tus preguntas, Cookie —guardó silencio por largos segundos, mientras se dedicaba a observar el cielo—. Me gusta Kentucky, es igual de tranquilo que Tennessee —habló al fin—. Necesitaba independizarme, vivir lejos de mi hogar y así poder ser la persona que realmente quiero ser.

Fruncí el ceño y comencé a jugar con mis dedos, comenzando a sentirme muy incómoda al estar a su alrededor.

—Hace mucho no me sentía cómodo estar alrededor de alguien —continuó hablando, viéndome con ternura—. Incluso hay algunas veces que comienzo a olvidar quien era realmente yo, y entonces entras tú... despertando unas interminables ganas en mi interior de volver a sacar a flote mi verdadero yo.

Abrí y cerré mi boca tratando de entender cada frase que salía de su boca. O no sabía si es que realmente era una chica muy ingenua e inocente, o Mason solo trataba de confundirme.

—No entiendo —digo en un susurro, viéndolo a los ojos.

Él se detuvo, parándose frente a mí. Sus manos subieron hasta tener cautivas mis mejillas, sus ojos se cerraron mientras su frente se presionaba con la mía.

—No tienes por qué entenderlo, Cookie —suspiró—. Me odiarías si lo hicieras.

Su nariz jugó con la mía, ocasionando con ello que mi piel se erizara aún bajo mi suéter. Cerré los ojos, rogando en mi interior que se decidiera por besarme, lo deseaba; deseaba con todas las fuerzas de mi alma que Mason me diese mi primer beso, deseaba perderme en sus labios, sin importar que después de ello me quedara sin aliento. Pero entonces sus labios se presionaron en mi frente y después se apartó.

Abrí los ojos, incapaz de poder ocultar mi decepción.

—Pensé que ibas a besarme —argüí.

Él negó con la cabeza.

—No es que no desee hacerlo, Tessa. Solo que no es el momento.

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