☦︎ TRISTÁN PALACIOS.☦︎

  Necesitaba caminar, deambular por la noche y unirme a todas las criaturas nocturnas en su vigilia, lugar al cual yo también pertenezco; al clan de los eternos que habitan en la soledad. Por ser un vampiro (hijo de la noche) podía oír la melodía de los espectros, ver los rostros pálidos de las criaturas que eran igual a mí, sonriéndole a la inmortalidad; sin embargo, yo a diferencia de ellos soñaba con la esperanza de encontrar un atisbo de luz en mis noches sin fin, aunque esa petición se había convertido en un deseo difícil de alcanzar. 

    Aparque el coche en el margen de la carretera, en aquellas altas horas de la noche ya nadie transitaba, ni siquiera un alma. Me interné entre los densos árboles y matorrales que tapizaban las montañas de la desolada carretera; eso para mí era sumamente fácil, deslizarme bajo el amparo del sigilo, saltar hasta casi volar sin ser percibido. Nadie se hubiera atrevido a mirarme si me viera en ese instante. No era la forma en la que me elevaba por los aires lo que asustaba a los demás, sino el aspecto que tenía mi rostro. Mis facciones se volvían felinas, los ojos tomaban una forma ovalada adquiriendo un brillo y un color amarillento bastante macabro, aspecto que me delataba ante todos. Yo ya no era completamente humano, había dejado de serlo hacía mucho tiempo.

   Continué mi recorrido nocturno y me detuve cuando, en lo más profundo del bosque, percibí la maldad humana. Me dejé guiar por el olor hasta descubrir su morada. El refugio estaba bien protegido y oculto entre frondosos árboles y espeso boscaje, nadie podría sospechar que entre esos escombros se encontraba la guarida de un asesino. Me interné en la cámara siguiendo el olor del miedo; en ese hedor pude descubrir que las cautivas eran una mujer y su pequeña hija, su terror me guio hasta donde ellas yacían. Vi a un hombre de unos 40 años de edad, de complexión robusta y de estatura elevada. El secuestrador miraba con burla a la mujer. En el piso había una cantidad considerable de sangre derramada que provenía de un cuerpo casi descuartizado de un hombre. En ese momento tuve que hacer acopio de todas mis fuerzas para no entrar y revolcarme en aquel charco sangriento. Sentí que me dolían las encías, era la señal de que la contaminación empezaba a salir de mi boca. 

   Aquel hombre no era muy distinto a mí en lo sanguinario. Continué describiéndolo; en una de sus manos llevaba un hacha con la que había mutilado las manos del hombre muerto que estaba en el piso. El depredador obligaba a la mujer a ver aquel espectáculo, ese detalle lo descubrí en sus ojos. La niña que tenía unos cuatro años llevaba los ojos vendados, pero, aun así, el miedo se sentía en cada poro de su cuerpecito; aquello que me transmitía la niña sacó a relucir en mí algo que no sabría describir, algo que podría llamarse: ¿Bondad? Me empujaste a que las rescatara, y yo era un asesino que las salvaba de otro.

—¡Te lo dije, m*****a zorra, cuando te divorciaste de mí, que le cortaría las manos a ese desgraciado por haberte tocado! Dime ¿Lo recuerdas? ¡Hace cuatro años te lo advertí! —le gritaba el hombre furioso a su exmujer. Ella estaba envuelta en un ataque de nervios y rabia, en su mente pude ver cómo él la golpeaba brutalmente cuando estaban casados mandándola en varias oportunidades al hospital para luego prometerle una y otra vez que no lo volvería a hacer, eran solo promesas rotas.

   —¡Esa niña también morirá! No quedará ningún vestigio del trabajo de ustedes dos; después, tú y yo nos alejaremos para empezar de nuevo. —Enseguida se arrodilló ante la mujer para besarla en los labios, pero ella lo rechazó de inmediato, pudo volteó el rostro, ya que estaba atada a una silla, aquel gesto enfureció más a la bestia que le lanzó una bofetada haciéndola rodar con silla incluida por el piso ensangrentado, luego se dirigió a la niña: —¡Tú vas a pagar por los pecados de tu madre!

   —¡Mamá! —gritó la niña, desesperando más a la mujer.

   —¡No, Carlos, no le hagas daño a la niña! ¡Mátame a mí! —le suplicaba la mujer desde el suelo. En cuanto aquel hombre tocó a la niña, entré sin ser detectado, para que solo la víctima me viera. La mujer siguió gritando, pero esta vez era en mi dirección. Me situé detrás del cerdo que la torturaba, coloqué mi mano sobre su nuca y absorbí un poco de su energía, cada vez que lo hacía se podía ver una especie de estela, como la que deja en el aire un cuerpo luminoso en movimiento, aquella absorción logró que el hombre se mareara, seguidamente giró a verme la cara; ahora mis ojos eran rojos, pude ver el infinito pavor que experimentó al contemplarme.

  —¡Qué demonios! ¡Maldito engendro, te disfrazas de Halloween para matarme!

    —Compruébalo, ven y quítame el disfraz —le dije muy calmado, agarré uno de sus brazos, chupando más su energía, entonces con la mano libre agarró a la niña por los cabellos.

   —¡Suéltame, juro que la voy a matar! —increpó amenazando, hice lo que me pidió. El hombre tiró a la niña y tomó el hacha; sin perder tiempo me la clavó en la pierna, el ver brotar mi sangre lo emocionó.

   —¡Eres humano, sangras desgraciado! —luego se refirió a la mujer que aún estaba tirada al piso. —¡Ve cómo tu otro amante muere también! —. Otra vez, me miró, pero su felicidad fue efímera al ver que mi herida se cerraba rápidamente ante sus ojos. Mis uñas empezaron a crecer como por arte de magia. —No puede ser —gimió.

  —¡Sí! Sí, esos efectos especiales vienen incluidos en mi disfraz de Halloween. Me burlé alzando la mano y cortándole la cara con las uñas, el hombre chilló y tocó su rostro ensangrentado.

   —¡Maldito, mil veces maldito! —chillaba, sus maldiciones y lamentos comenzaron a estresarme. Entonces le di un golpe que lo elevó por los aires para luego chocar con la pared que reposaba detrás de él, dejándolo inconsciente. Acto seguido me acerqué a la mujer que al verme volvió a gritar de terror. De un tirón le quité los amarres, lo mismo hice con la niña, únicamente le dejé la venda de los ojos, no quería que contemplara todo aquel horror. El olor de la sangre me estaba volviendo loco, por un momento dudé de que dejarían salir con vida a las dos mujeres; caí arrodillado en el piso sangriento, luchando por controlar mi verdadera naturaleza, la mujer corrió hacia su hija para abrazarla y presentir que aquello sería el final, con manos temblorosas busqué en mi bolsillo, saqué la llave del carro y se la lancé, pero ella tenía miedo de agarrarla.

   —¿Sabes conducir?

   —Sí —contestó con voz apenas audible.

  —¿Entonces qué esperas? ¡Corre! —le grité, ella nerviosa hizo lo que le ordené —ahora corre lo más que puedas, no sé cuánto me pueda contener, no quiero matarte a ti ni a tu pequeña hija, pero no poseo control de mis actos, así que vete ya… en la carretera encontraras el auto, busca a la policía —. La mujer salió rápidamente con la niña en brazos, en aquel momento el hombre que ella había llamado “Carlos” recuperaba la conciencia, al verme sus ojos se abrieron como platos.

   —Bienvenido al infierno —le sonreí, y me abalancé sobre él para saciarme.

Victoria.

 —Hay oscuridad dentro de mí —susurré. Por más que intentaba alejar mis pensamientos de mi cabeza, no lo conseguí; no pude evitar que las palabras volvieran una y otra vez. La azafata llegó ofreciendo bebidas. Mi padre pidió dos copas de vino. Luego de que la mujer se alejó con su carrito de bebidas, mi padre me extendió una de las copas. Tomó un trago de la suya y luego suspiró.

  —Todos llevamos oscuridad por dentro, hija mía. Cada quien debe lidiar con sus demonios —manifestó como si leyera mis pensamientos.

  —La oscuridad que me persigue no es la clase de oscuridad que hace alusión a los defectos que lastiman y hacen daño a otros. Yo hablo de oscuridad diabólica, oscuridad sobrenatural.

  —¡Victoria, no te pongas en ese plan! Intenta alejar esos sentimientos fatalistas y anímate, asómate por la ventana del avión y contemplé la inmensidad del mundo que nos envuelve —. No dije absolutamente nada, era mucho pedir que entendieran mis palabras. Me asomé a la ventana con la copa en la mano, entre tanto, las verdades que nunca podría decir se disolvían en el vino que entraba en mi garganta.

   —Si tan solo quisieras volver a verme, o si tu poder fuera tan desarrollado como el mío, yo te buscaría —trataba de hablar con Adrián a través de mi mente, pero era inútil. Adrián no confiaba en lo que yo era ni de lo que sentía por él —¡Estúpida mil veces! Te amo profundamente, sé que ni tu sombra me pertenece —grité en mis adentros, y otro trago de mi bebida fue a dejar en mi interior con la inútil esperanza de que esa simple copa de licor me haría olvidar.

   —Con cautela, Victoria —me aconsejó mi padre. 

   —Lo que necesito es otra copa —manifesté tajante. Una vez más el silencio lo atrapó y yo hice lo mismo: sumergirme en mi esfera impregnada de Adrián. Él era todo lo que yo quería, pero se había perdido en las heridas de su pasado cuando yo ya no le temía al fuego eterno, le temía, era a su silencio sepulcral, esta situación era un invierno largo.

   —¡Libérame de este mundo! No pertenezco aquí, fue un error que encarcelaran mi alma a este lugar, no debí nacer. ¿Adrián, puedes liberarme? Cielo… no pido más que estar junto a ti y alejarme de todo esto. Sigo siendo una esclava —escribía aquella letanía una y otra vez en mi cabeza.

   —Hija, por favor, cambia ya esa expresión, no quiero que te enfermes, ya verás que al verte con tus abuelos y tu prima te sentirás mejor. —Mi padre trataba inútilmente de infundirme ánimo, pero no podía evitarlo. 

Adrián.

   Los centinelas seguían las huellas de Victoria; donde ella estuviese, el alma de Arturo la seguiría. Victoria no sabía que Arturo la guiaba, y a mí me costaba aceptarlo. Debía aprender mejor la virtud de la aceptación, así la herida no dolería tanto.

  Una vez más, iríamos al comienzo: la hacienda «Los Álamos», donde había visto por primera vez a Estefanía, donde la amé y le entregué mi alma. Ese no sería el único lugar de mi pasado que pisaría, también volvería a reencontrarme con la hacienda «El Renacer» donde la había perdido. Sabía que Victoria estaría tentada en cruzar esos límites, iría justo allí, a esta última hacienda (El Renacer) y yo no lo podría evitar. 

   —“Para conocer sus límites debes dejar que la vida la ponga a prueba” —me habían sugerido Alyan y mi padre —“no interfieras” —agregaron.

—¡Malditas palabras! —exclamé, no quería que fuera hacia ese paraje maldito, sería más sencillo llevármela conmigo, pero aparentemente existía una inmensa cruz negra de prohibición ante esa posibilidad. Nadie sabía en qué iba a convertirse Victoria; ni qué vivía en su interior. Esa parte oscura era muy fuerte, así que en este momento ella era solo la guía que nos indicaría el camino hacia esa horda infernal de oscuros, entre ellos Arturo.

   Victoria se convertía en el eco mortal de mi vida pasada, la sombra que me acechaba y no se alejaba.

   —Mi pequeño mundo sin fin —susurré, un mundo que yo seguía anhelando, aun con esa enfermedad oscura que corría en su ADN, aun con la marca de otro hombre. Exhalé un suspiro al recordar cada detalle y duele tanto que estoy seguro de que, si sus manos me acariciaran en este mismo instante, moriría. 

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