Bienvenidos a RESURRECCIÓN: El Enigma Libro III de esta maravillosa saga creada con muchísima ilusión y con el deseo irrefrenable de que los conquisten. Por favor, pónganse cómodos y conozcan a uno de mis hijos favoritos.
Un perfume exquisito fue penetrando en la alcoba, no podía ver debido a la cinta que habían puesto sobre mis ojos. Algo nuevo le estaba ocurriendo a mi cuerpo, no solo se sentía diferente, también lo eran mis sentidos; estos se habían vuelto más atinados. Aquella mujer que había entrado en el cuarto olía a miedo, su corazón latía vertiginosamente. Aquellas sensaciones que sucumbían de ella lograron una alquimia salvaje en mí, y sin poder comprender mi nuevo sentir, me dirigí a ella a través de mi olfato, y en acto seguido me arranqué el vendaje. Me molestaba la luz de las lámparas, pero tanto fue el frenesí que me causó el cuerpo de aquella mujer que no me importó, hasta que poco a poco aquella molestia menguó. La muchacha era hermosa, tenía el cabello largo y rubio como el oro, en sus ojos pude leer toda la inocencia de quien no sabe a qué se enfrenta, tenía 19 años, y era poseedora de un cuerpo sensual y voluptuoso. No podía cesar de mirarla, era como si por primera vez en mi vi
Victoria. Ya nos encontrábamos en las proximidades de la propiedad de los Palacios. Alexandra permanecía callada, no aprobaba mi locura de querer profanar aquel lugar donde se albergaban tantas historias de asesinatos, sin embargo, ignoré esa negativa de su parte. Apagué el motor del vehículo, tomé el pequeño bolso y procedí a bajarme. Alexandra miró mi bolso con curiosidad, su rostro aún mostraba molestia. Continué ignorándola mientras sus ojos me seguían a través del vidrio del vehículo. Fui hacia ella haciéndole señas para que me siguiera, pero no se dejaba convencer. No me rendí, le insistí tanto que, finalmente, accedió a salir a regañadientes, echando miradas temerosas por todos los rincones de la finca. —Victoria, todavía tenemos tiempo de abandonar el plan, si accedí a seguir adelante fue porque las perras de las gemelas me tentaron, pero ya se me ha pasado la rabia, y mi idea era estacionarme lo más lejos posible de este castillo, no tan cerca. —Su voz parecía casi supli
—¿Quién es usted? ¿El propietario? —Mis palabras sonaron ahogadas casi sin fuerza, era como si no pudiera respirar aquel aroma, me asfixiaba y me enloquecía. ¿¡Sería posible que todas las historias acerca del castillo fueran ciertas!? A continuación, volvieron los recuerdos de aquellos oscuros, especialmente del que llamaban Leo. Este ser, oscuro o lo que diablos fuera, tenía una forma de hacer cosas muy distintas a las de los demás oscuros. ¿Tan poderosos eran que mis rabihats no se manifestaban? Analicé, muerta de miedo y llena de atracción por esa cosa que aún no se presentaba, y como respuesta de su parte, obtuve: —¡Estás ardiendo! —. Su risa era desagradable. Tomé la linterna y alumbré, se me puso la sangre fría cuando observé que no había nadie, el lugar estaba desierto; solamente estábamos los árboles y yo, nuevamente mi garganta articuló un gruñido. Intercepté su movimiento ligero y, al igual que una espada filosa cortando el viento, giré rápidamente y con éxito pude alumbrar
—No estoy segura de que seas un fantasma —susurré sin sentir empatía por toda la historia que me contaban. Tristán Palacios podía ser el inocente con quien le diera la gana, o mantenerme sumisa con lo que sea que me hubiera raseado, pero estaba segura de algo: él era un convertido por Arturo y nada bueno auguraba. —En ese caso, dejemos el interrogatorio… o yo también debería preguntarte: cómo te moviste tan rápido, de tus sentidos agudos, al igual que tu gruñido extraño de advertencia; eso deberías explicármelo también —. Me quedé absorta y callada, él lo había oído, y era más que probable que lo hiciera, frente a mí no estaba un ser humano, sino un oscuro. Disimuladamente miré a Tristán. No podía comprender por qué el aroma que despedía su piel me producía enloquecimientos. Examiné mejor su físico, bajó la claridad de las luces, su cabello era de color cobrizo, lo usaba largo hasta la altura de su cuello y de rostro afilado. Sus ojos verdes parecían pasar a quien viera. Su mandí
Adrián. Los centinelas se habían reunido, la situación con los oscuros se había vuelto cada vez más crítica. La situación parecía haber alcanzado su punto álgido con la creación de nuevos contaminados humanos que estaban ocupados en altos cargos políticos de todo el mundo. —Hoy nos enfrentamos a la eficacia global de la contaminación de la dimensión humana. Se crearon nuevos elementos para que la contaminación llegue al nivel más alto imaginable. Las señales de Luthzer son cada vez más fuertes, lo he estado experimentando con mayor intensidad; mi debilidad se ha vuelto más acentuada —remarcó Alyan, y era cierto, cada vez se le notaba muy debilitado. Luthzer lo estaba demandando, la maldición que había lanzado sobre él estaba ganando terreno, debilitándolo. Los pocos vestigios que quedaban de su luz estaban siendo agotados y succionados por la poderosa maldición que surgía del alma oscura de Luthzer. Su poder divino se desvanecía, la maldición lo invadía y perdía terreno. —Alyan
—¡Todo es mentira! Ni tú ni nadie me indicarán qué hacer o sentir. Yo soy de Adrián y él es mío. Sí, quieres decirme que lo que siento por él está mal, entonces tendrás que inventar algo mejor que eso porque no hay ninguna otra razón o causa por la que no debamos estar juntos. —Después de decir esas palabras salí corriendo de la habitación. —¡Victoria detente! ¿A dónde vas? —¡A mi verdadero hogar! —grité mientras veía en mi mente los recuerdos de Estefanía en la hacienda los Álamos. Alexandra oyó los gritos de mi expresión y salió a encontrarme. —¿Qué pasa? —me preguntó preocupada, no le contesté hasta que me sostuvo por un brazo. —Me quiero ir… Siento haber insistido en que fueras conmigo a la propiedad de los Palacios, pero nunca haría nada que te causará daño. —Si mi abuela te regaño, no prestes atención, solo ignórala. —Hay circunstancias que no pueden ser ignoradas —hice silencio, un nudo en la garganta se había posesionado de mis cuerdas vocales. —Las palabras pueden dole
Agnes se había marchado dejándome sola con Adrián, se le percibía que sabía de mi historia, sus ojos me lo confirmaban. Sentí el calor en mi corazón que latía con fuerza, mis ojos se colgaban de su esbelta figura mientras él avanzaba hacia mí. Reconocerlo de nuevo fue como una revelación, una verdad que ya había advertido de antemano, en ese momento supe y reafirmé que podía sentir atracción por otros hombres, pero nunca amar a ninguno tanto como lo amaba a él. —Adrián —logré decir su nombre con voz apenas audible, él me contemplaba con quietud sin parpadear, como si estuviese en estado de sobresalto, sin embargo, la euforia que se apoderó de mí fue tan intensa que sin importarme su silencio ante mi reacción me abalancé sobre él para abrazarlo. Mi ímpetu no consiguió arrancar nada de aquel semblante frío y distante, aunque estaba tan cerca; por un momento volví a hundirme en la confusión. Al percibir su desapego, me aparté con vergüenza. No entendía por qué actuaba de esa maner
—Por favor, déjame continuar.—Una vez más quedé en silencio. —Victoria, en este preciso momento, mis palabras y los conceptos que tenía de la vida se han derrumbado. La última perspectiva que he observado en este momento me ha dejado paralizado. Me acercas de nuevo a sentimientos que se fueron hace tanto tiempo. Me entregué a los brazos de las fuerzas oscuras, encontré la posibilidad de alcanzar un nivel más elevado en mi cuerpo. Sin embargo, hoy todo se derrumba y la vida me enseña que nadie puede permanecer en el fuego sin quemarse. Con solo verte, me consumes y me quemas. No puedo evitar enamorarme de ti como un niño que ve la luz al final del túnel. Me haces revivir emociones que creía muertas en mí. —Sus últimas palabras encendieron una llama en mi interior que comenzó a arder en mis entrañas. Yo comprendía fielmente el significado de esas palabras. Tenía su fuego frente a mí y yo rogaba por ser consumida en sus llamas. — Me quedé callada, realmente necesitaba oírlo y aplacar m