BIENVENIDOS AL TERCER LIBRO DE LA SAGA RESURRECCIÓN. Les aconsejo que antes de adentrarse a esta tercera entrega terminen el segundo libro de la saga «El Misterio de Victoria» disponible en esta plataforma. Es necesario para entender la trama.
Las piezas ya habían sido dispuestas en su sitio, encajaban a la perfección, y revelaban lo que realmente soy. Ahora que lo sé, no sé qué es peor: si continuar con la incredulidad en la que me mantenían o seguir adelante aceptando y enfrentando la maldición que corre por mi sangre. Finalmente, lo entendía todo, después de mucho tiempo comprendía qué significan mis sueños, de dónde proceden y por qué todo es como es. —Ya soy una mujer y no tengo miedo de conocerme a mí misma. En poco tiempo había aprendido mucho sobre mí. Cosas que antes ni siquiera sabía… En ese instante no pude evitar recordar las palabras de la Pitonisa: Llevo en mí la sangre oscura, soy la daga que el enemigo usa contra sus adversarios, fui creada como señuelo y para iniciar la guerra entre los dos bandos. Cerré los ojos y reflexioné minuciosamente sobre esas afirmaciones, decidí que yo no era eso que aseguraban. —Me encuentro aquí, pero siempre llego tarde al enfrentamiento… —. Yo portaba la sangre maldita
Subí a mi antigua habitación, mi padre la había reformado y en verdad lucía encantadora. Lo que más me había gustado de ella siempre fue la ventana con balcón que daba al jardín, así que corrí a abrirla y me asomé para contemplar el jardín. Ethan volvió a mi mente y sus recuerdos eran parte de mi vida, no quería que se perdieran. —Vicky, deberías descansar, te notificaré cuando esté listo la comida, tengo planeado un almuerzo agradable para dos aquí en la casa. —Está bien —asentí. Mientras mi padre se giraba para salir lo detuve nuevamente. —Papá, obtuve mi licencia de conducir en Canadá —le dije. —Si ya estoy al tanto de que posees una licencia y puedes manejar por un tiempo en el país, también puedes utilizar cualquiera de mis vehículos, pero sería mejor que tramitáramos la licencia local cuanto antes. —¿Podría prestárseme uno de los vehículos para dar una vuelta? ¿Sería muy arriesgado? —¿Hoy? —Su voz sonó confusa. —Si no hay problema —puse cara de niña inocente. —Vic
Londres, 30 de octubre de 1945. Me embriagaba el dolor de no querer aceptar lo que yo ahora era. Arturo me había convertido en un demonio, en un ser repudiable y sin ningún tipo de escrúpulos. Era como si siempre supiera lo que iba a hacer, y hubiera dispuesto la muerte de mi espíritu de tal forma que se produjera en mi presencia, en medio de todos esos crímenes y horrores ajenos que le eran cercanos. Podría haber percibido de antemano el peligro de mi estado y se había privado de esa recompensa esperada: su confianza en mí antes de la muerte aparente, sabiendo que yo me rompería fácilmente. Le agarré con firmeza del brazo y grité, a pesar de mí mismo, para demostrar mi fuerza, llevándole al límite. —«¡Basta ya!» —exclamó, lanzándome al suelo. Caminó hacia la ventana donde se veía una impresionante luna llena. Mientras me daba la espalda, manifestó: —Quizá no sea realmente la sorpresa lo que divide a los humanos entre sí, querido David; es la impresión que siente quien est
Un perfume exquisito fue penetrando en la alcoba, no podía ver debido a la cinta que habían puesto sobre mis ojos. Algo nuevo le estaba ocurriendo a mi cuerpo, no solo se sentía diferente, también lo eran mis sentidos; estos se habían vuelto más atinados. Aquella mujer que había entrado en el cuarto olía a miedo, su corazón latía vertiginosamente. Aquellas sensaciones que sucumbían de ella lograron una alquimia salvaje en mí, y sin poder comprender mi nuevo sentir, me dirigí a ella a través de mi olfato, y en acto seguido me arranqué el vendaje. Me molestaba la luz de las lámparas, pero tanto fue el frenesí que me causó el cuerpo de aquella mujer que no me importó, hasta que poco a poco aquella molestia menguó. La muchacha era hermosa, tenía el cabello largo y rubio como el oro, en sus ojos pude leer toda la inocencia de quien no sabe a qué se enfrenta, tenía 19 años, y era poseedora de un cuerpo sensual y voluptuoso. No podía cesar de mirarla, era como si por primera vez en mi vi
Victoria. Ya nos encontrábamos en las proximidades de la propiedad de los Palacios. Alexandra permanecía callada, no aprobaba mi locura de querer profanar aquel lugar donde se albergaban tantas historias de asesinatos, sin embargo, ignoré esa negativa de su parte. Apagué el motor del vehículo, tomé el pequeño bolso y procedí a bajarme. Alexandra miró mi bolso con curiosidad, su rostro aún mostraba molestia. Continué ignorándola mientras sus ojos me seguían a través del vidrio del vehículo. Fui hacia ella haciéndole señas para que me siguiera, pero no se dejaba convencer. No me rendí, le insistí tanto que, finalmente, accedió a salir a regañadientes, echando miradas temerosas por todos los rincones de la finca. —Victoria, todavía tenemos tiempo de abandonar el plan, si accedí a seguir adelante fue porque las perras de las gemelas me tentaron, pero ya se me ha pasado la rabia, y mi idea era estacionarme lo más lejos posible de este castillo, no tan cerca. —Su voz parecía casi supli
—¿Quién es usted? ¿El propietario? —Mis palabras sonaron ahogadas casi sin fuerza, era como si no pudiera respirar aquel aroma, me asfixiaba y me enloquecía. ¿¡Sería posible que todas las historias acerca del castillo fueran ciertas!? A continuación, volvieron los recuerdos de aquellos oscuros, especialmente del que llamaban Leo. Este ser, oscuro o lo que diablos fuera, tenía una forma de hacer cosas muy distintas a las de los demás oscuros. ¿Tan poderosos eran que mis rabihats no se manifestaban? Analicé, muerta de miedo y llena de atracción por esa cosa que aún no se presentaba, y como respuesta de su parte, obtuve: —¡Estás ardiendo! —. Su risa era desagradable. Tomé la linterna y alumbré, se me puso la sangre fría cuando observé que no había nadie, el lugar estaba desierto; solamente estábamos los árboles y yo, nuevamente mi garganta articuló un gruñido. Intercepté su movimiento ligero y, al igual que una espada filosa cortando el viento, giré rápidamente y con éxito pude alumbrar
—No estoy segura de que seas un fantasma —susurré sin sentir empatía por toda la historia que me contaban. Tristán Palacios podía ser el inocente con quien le diera la gana, o mantenerme sumisa con lo que sea que me hubiera raseado, pero estaba segura de algo: él era un convertido por Arturo y nada bueno auguraba. —En ese caso, dejemos el interrogatorio… o yo también debería preguntarte: cómo te moviste tan rápido, de tus sentidos agudos, al igual que tu gruñido extraño de advertencia; eso deberías explicármelo también —. Me quedé absorta y callada, él lo había oído, y era más que probable que lo hiciera, frente a mí no estaba un ser humano, sino un oscuro. Disimuladamente miré a Tristán. No podía comprender por qué el aroma que despedía su piel me producía enloquecimientos. Examiné mejor su físico, bajó la claridad de las luces, su cabello era de color cobrizo, lo usaba largo hasta la altura de su cuello y de rostro afilado. Sus ojos verdes parecían pasar a quien viera. Su mandí
Adrián. Los centinelas se habían reunido, la situación con los oscuros se había vuelto cada vez más crítica. La situación parecía haber alcanzado su punto álgido con la creación de nuevos contaminados humanos que estaban ocupados en altos cargos políticos de todo el mundo. —Hoy nos enfrentamos a la eficacia global de la contaminación de la dimensión humana. Se crearon nuevos elementos para que la contaminación llegue al nivel más alto imaginable. Las señales de Luthzer son cada vez más fuertes, lo he estado experimentando con mayor intensidad; mi debilidad se ha vuelto más acentuada —remarcó Alyan, y era cierto, cada vez se le notaba muy debilitado. Luthzer lo estaba demandando, la maldición que había lanzado sobre él estaba ganando terreno, debilitándolo. Los pocos vestigios que quedaban de su luz estaban siendo agotados y succionados por la poderosa maldición que surgía del alma oscura de Luthzer. Su poder divino se desvanecía, la maldición lo invadía y perdía terreno. —Alyan