Capítulo 6

Aria Maxwell caminaba por los pasillos de la mansión con pasos lentos, su vestido de tonos suaves rozando el suelo de mármol. La inmensidad de aquella casa nunca había logrado hacerla sentir cómoda. Aquel no era un hogar, sino una prisión dorada en la que se había encerrado desde el día en que aceptó casarse con Aarón Maxwell.

El aroma del té de jazmín flotaba en el aire cuando entró en la sala principal. Sus padres la esperaban, sentados con expresiones de expectación calculada. Su madre, Helena Duarte, tenía las manos cruzadas sobre el regazo con la elegancia fría que siempre la caracterizaba, mientras que su padre, Roberto Duarte, observaba a su hija con una mezcla de impaciencia y desdén.

—Aria, querida —dijo Helena con una sonrisa que no llegaba a sus ojos—. Estás radiante hoy. ¿Cómo está Aarón?

Aria tomó asiento con delicadeza, sintiendo el peso de la conversación que se avecinaba.

—Se está recuperando —respondió con voz tranquila—. Volvió al trabajo esta semana.

Su padre soltó un resoplido y se inclinó hacia adelante.

—Bien. Un hombre como Aarón Maxwell no puede permitirse debilidades. Pero tú, Aria… es hora de que cumplas tu deber como esposa.

Aria sintió un escalofrío recorrerle la espalda. Sabía exactamente a qué se refería.

—Padre…

—No, no hay peros —la interrumpió Helena, con su tono usual de superioridad—. Llevas casada un año y aún no has concebido. La familia Maxwell necesita un heredero, y tú eres la encargada de dárselo.

El estómago de Aria se revolvió. No era la primera vez que sus padres le insinuaban aquello, pero ahora su insistencia era aún más descarada. Su madre esbozó una sonrisa medida, inclinando la cabeza.

—Querida, ¿o acaso hay… problemas? —inquirió con un brillo malicioso en los ojos.

—Aarón y yo estamos enfocados en otras cosas por ahora —respondió Aria, manteniendo su tono sereno.

—No tienes ese lujo —espetó su padre con dureza—. Tu matrimonio con Aarón es la mejor inversión que nuestra familia ha hecho. No olvides que aún le debemos mucho dinero a los Maxwell. Y la única forma de asegurar tu lugar es con un hijo.

Antes de que Aria pudiera responder, una voz melosa y cargada de falsa dulzura interrumpió la conversación.

—Vaya, siempre tan exigentes con Aria…

Isabella Duarte, su hermana menor, entró en la sala con la elegancia de una reina, su largo cabello oscuro cayendo en ondas perfectas sobre sus hombros. Sus labios pintados de rojo se curvaron en una sonrisa que, para todos los presentes, parecía afectuosa, pero Aria conocía mejor que nadie la naturaleza venenosa que escondía.

—No es su culpa si su esposo no la toca, ¿verdad, hermanita? —dijo con una risa ligera, como si fuera un comentario inofensivo.

Aria sintió que la sangre le hervía, pero se obligó a respirar hondo. Con Isabella, cualquier reacción era una victoria para ella.

—No hables de lo que no sabes, Isabella —respondió con calma.

—Oh, pero me preocupa tu felicidad —continuó Isabella, sentándose a su lado y tomando su mano con aparente cariño—. ¿No te sientes sola en esa gran mansión? Debe ser difícil tener a un marido tan… frío.

Aria apartó la mano con sutileza y le sostuvo la mirada.

—Aarón y yo tenemos un matrimonio sólido. No necesito tu preocupación.

Isabella dejó escapar un suspiro exagerado y se encogió de hombros.

—Si tú lo dices. Aunque, sinceramente, si yo estuviera en tu lugar, ya me habría asegurado de tener el control con un hijo. Dicen que los Maxwell valoran mucho a quienes les dan herederos.

Aria sintió una opresión en el pecho. Su familia no la veía como una persona, sino como un medio para un fin. Un instrumento para asegurar su futuro económico y su estatus. Sus padres la querían sumisa, cumpliendo su “deber”, e Isabella la quería derrotada, relegada a la sombra.

Pero Aria no estaba dispuesta a seguir jugando su juego.

Se levantó con elegancia, alisándose el vestido con lentitud.

—Gracias por su preocupación, pero mi matrimonio es asunto mío. Ahora, si me disculpan, tengo cosas más importantes que atender.

Se giró para salir de la sala, pero la voz de su padre la detuvo.

—Aria, no olvides lo que está en juego —advirtió con frialdad—. No nos hagas lamentar nuestra decisión.

Ella no respondió. Solo salió de la habitación con la cabeza en alto, pero con el corazón latiendo con fuerza. Aquel matrimonio había sido un sacrificio para salvar a su familia, pero en ese momento se preguntó si realmente valía la pena seguir soportándolo.

Y lo más inquietante era que, últimamente, Aarón parecía estar cambiando. Lo miraba de una forma diferente, con una intensidad que antes no existía. ¿Era solo su imaginación, o algo en él realmente estaba despertando?

Aria suspiró. Fuera lo que fuera, tenía que estar preparada. Porque en ese mundo, cualquier muestra de debilidad podía ser su ruina.

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