Capítulo 3

El sonido monótono del monitor cardíaco retumbaba en la habitación, marcando un ritmo constante, inquebrantable. Aarón Maxwell sintió primero el peso de su cuerpo, luego el ardor en su costado y, finalmente, la conciencia arrastrándose de vuelta a su mente. No abrió los ojos de inmediato. Su cerebro estaba atrapado en una maraña de recuerdos y sensaciones confusas. La explosión. El fuego. El dolor. Y luego… nada.

—Doctor, sus signos vitales están estables. La actividad cerebral muestra mejoras. —Una voz femenina resonó cerca de él. Su tono era profesional, pero con un atisbo de alivio.

—Sigue en estado de coma inducido, pero si todo marcha bien, despertará pronto —respondió otra voz más grave, seguramente un médico.

Un murmullo de pasos se movió por la habitación, seguidos por un suspiro entrecortado que reconoció al instante.

—Aarón…

Aria.

El simple sonido de su nombre en la voz de ella le provocó una reacción visceral, un eco de emociones enterradas que jamás había permitido salir a la superficie. Intentó moverse, pero su cuerpo no respondía. Solo podía escuchar. Sentir.

—No sé si puedes escucharme… —la voz de Aria sonaba frágil, como si estuviera al borde de romperse—, pero estoy aquí. Siempre estoy aquí.

La culpa lo golpeó con una fuerza devastadora. Porque sabía que era verdad. Aria siempre había estado ahí. En cada noche de silencio en su mansión, en cada cena donde él apenas le dirigía la palabra, en cada momento en que había decidido ignorarla. Y ahora, en la frontera entre la vida y la muerte, su voz era lo único que lo anclaba a la realidad.

El peso del cansancio y el dolor lo arrastró de nuevo a la inconsciencia, pero esta vez no fue el vacío lo que lo recibió. Fue un torrente de recuerdos.

***

En el presente...

Aarón despertó de golpe, con un jadeo ahogado. Su pecho subía y bajaba con rapidez, sus pupilas recorrieron el techo alto y las paredes de madera oscura de su habitación. La habitación que conocía a la perfección.

No el hospital.

—¿Qué demonios…? —murmuró, llevándose una mano a la cabeza.

Su respiración seguía errática mientras su mente procesaba lo imposible. El dolor del accidente, la oscuridad envolviéndolo… había muerto. Estaba seguro de ello. Y sin embargo, ahí estaba, en su habitación en la mansión Maxwell, intacto, sin rastros de heridas o cicatrices. Como si nada hubiera pasado.

El sonido de la puerta abriéndose lo sobresaltó. Su mirada se afiló instintivamente, listo para enfrentarse a lo desconocido. Pero no era un desconocido quien entró.

—Buenos días, señor Maxwell —saludó Martha, la ama de llaves, con la misma serenidad de siempre—. Su desayuno estará listo en diez minutos. ¿Desea que le sirva el café aquí o en el comedor?

Aarón la miró fijamente. Martha llevaba trabajando en la casa de los Maxwell desde que él era un niño. Conocía cada detalle de la rutina de la mansión… y de su vida. Pero lo que más le perturbó no fue su presencia, sino el hecho de que ella no pareciera notar nada extraño.

—Martha… —su voz sonó más ronca de lo normal—. ¿Qué día es hoy?

La mujer arqueó una ceja ante la pregunta inusual, pero respondió sin titubear.

—El 12 de octubre, señor.

Aarón sintió un escalofrío recorrerle la espalda. Eso era imposible. El accidente había ocurrido en mayo… años después de esa fecha.

Con un movimiento brusco, se levantó de la cama y caminó hacia el espejo. Sus manos temblaban cuando tocó su propio reflejo. Su rostro estaba libre de las marcas que había adquirido con el tiempo, su cuerpo no mostraba ninguna cicatriz del accidente. Pero lo más aterrador de todo…

—He vuelto… —susurró, el peso de la revelación cayendo sobre él como una avalancha.

No era un sueño. No era una ilusión. De alguna forma inexplicable, había retrocedido en el tiempo.

***

El resto del día transcurrió en una mezcla de incredulidad y observación meticulosa. Aarón pasó horas revisando archivos, noticias, documentos financieros… Todo indicaba lo mismo: estaba en el pasado, un año después de haberse casado con Aria. Un año antes de perderlo todo.

Cuando finalmente decidió salir de su despacho, su cuerpo se tensó al verla.

Aria estaba en el invernadero, con un libro en las manos y una taza de té humeante a su lado. La luz del atardecer le confería un aura casi irreal. Por un instante, Aarón solo se quedó ahí, observándola, asimilando el hecho de que la tenía frente a él otra vez.

Como si sintiera su presencia, Aria levantó la mirada. Su expresión cambió de sorpresa a cautela en cuestión de segundos. Se puso de pie con suavidad, dejando el libro sobre la mesa.

—No esperaba verte por aquí —dijo en un tono neutro, pero había algo más en su voz. Algo que Aarón no había notado antes. ¿Resignación?

Él tardó un segundo en responder. Su mente aún estaba procesando la magnitud de su nueva realidad.

—Quería ver cómo estabas —dijo al fin.

Aria parpadeó, claramente desconcertada por su respuesta. Y no la culpaba. En su vida anterior, él jamás se había molestado en buscarla. Su matrimonio había sido poco más que un contrato… o eso había querido creer.

Ella pareció debatirse entre responder o no. Finalmente, suspiró.

—Estoy bien, gracias —murmuró, sin mirarlo a los ojos.

Aarón sintió algo retorcerse en su interior. En su otra vida, nunca se había percatado de los pequeños detalles. Como la forma en que Aria evitaba su mirada. Como la ligera curvatura de sus labios cuando hablaba con cautela. Como el peso de la tristeza contenida en cada palabra.

No había querido verla antes.

Pero ahora… no podía dejar de hacerlo.

Sigue leyendo en Buenovela
Escanea el código para descargar la APP

Capítulos relacionados

Último capítulo

Escanea el código para leer en la APP