Cinco años después
Sara estaba terminando el desayuno cuando su esposo entró a la cocina, iba llegando del hospital de una guardia de veinticuatro horas. Le dio un beso en la mejilla y le robó un trozo de tocino, ganándose un manotazo de su parte. Su relación había cambiado mucho en los últimos años, pasaron de ser un “matrimonio de papel” a uno real. Había llegado a quererlo como algo más que a un hermano, aunque en su corazón seguía perteneciendo a Lorenzo, él siempre tendría un lugar especial en su corazón, era el amor de su vida. Lo que sentía por Santiago diferente, él supo ganarse su cariño con su paciencia, su comprensión y con el amor tan profundo que demostraba por su pequeña Zoe, aún cuando no llevaba su sangre. Era pequeña, su consentida, la niña de papá… El día de su nacimiento, le prometió que siempre la cuidaría, la protegería y la amaría, que haría todo lo posible por ser un buen papá para ella, y lo había conseguido. Era un padre maravilloso para la niña y su hija lo adoraba.
Sara le sirvió el desayuno a Santiago cuando estuvo listo y se sentó a comer junto a él por primera vez en dos semanas, había tenido tanto trabajo en el hospital que apenas se vieron esa semana. Vivían en un apartamento que contaba con dos habitaciones, sala, comedor, cocina y balcón. El nuevo sueldo de Santiago le había permitido mudarse del pequeño apartamento tipo estudio donde vivieron los primeros dos años de matrimonio. Mientras comían, conversaban sobre lo que fueron sus días esa semana. Él tenía más para contar, como neurocirujano en la Clínica Mayo, en Rochester, nunca faltaban las historias. Realizó una cirugía importan a un niño que le salvó la vida, tenía un tumor inoperable que nadie se atrevía a tocar, hasta que el caso llegó a sus manos, lo llamaban Doctor Milagro; pacientes de todo el país acudían al hospital esperando que pudiera operarlos.
—Déjalos, yo me encargo luego —mencionó Santiago cuando su esposa comenzó a levantar la mesa—. Vamos arriba, hay algo que quiero enseñarte —añadió con una mirada que ella conocía muy bien, había pasado un tiempo desde la última vez que tuvieron intimidad.
Sara sacudió la cabeza, sonriendo, y se fue con su esposo a la habitación conociendo muy bien sus intenciones. Él se dio una ducha rápida y salió del baño con una toalla envuelta en sus caderas y gotitas de agua corriendo por su pecho. Santiago se mantenía en muy buena forma con ejercicio y una dieta balanceada, sus músculos estaban definidos y su abdomen marcado como tableta de chocolate. Sin perder un segundo, se acercó a su esposa y la besó con ansias, la deseaba tanto que apenas podía contenerse. Le quitó la ropa y la tumbó en la cama sin dejar de besarla y acariciándola a la vez. Sara gimió cuando escurrió sus dedos en el vértice de sus piernas, su esposo era un buen amante, complaciente y dedicado, le gustaba hacer el amor con él, aunque al principio fue difícil entregarse a otro hombre que no fuera Lorenzo.
—¡Mami! ¡Mami! —pronunció Zoe desde el pasillo, tocando la puerta, que por suerte Sara había cerrado antes.
—No, m****a —masculló Santiago cuando la escuchó. Justo tenía que despertarse en ese momento.
—Lo siento —murmuró su esposa bajándose de la cama mientras le decía a su hija que le diera un momento. Se vistió rápido y Santiago se fue al baño, tenía un asunto importante antes de poder saludar a su hija.
Apenas Sara abrió, su hija entró como un pequeño huracán y le preguntó dónde estaba su papi, sabía que ese día iría a casa.
—Se está duchando, mi amor —respondió su madre con dulzura mirando a la niña de cabello negro como el ébano y ojos grises, iguales a los de su padre. Cada vez se parecía más a él, era una pequeña réplica de Lorenzo. Era imposible no pensar cuando la miraba—. Vamos para que desayunes mientras sale.
—Quiero cereal, y también panqueques —dijo con claridad, era toda una parlanchina, hablaba muy bien desde los tres años.
—Tendrás cereal, tostadas, huevos y tocino —comentó mientras salían de la habitación.
—Está bien, pero mañana quiero panqueques, por favor.
—Es un trato —aceptó su madre, sonriendo. Su hija era todo para ella, iluminó su vida desde el momento que supo que crecía en su vientre, fue un regalo, su pequeño gran milagro. A sus tres meses, tuvieron que realizarle una cirugía para corregir un problema cardíaco con el que había nacido llamado comunicación interventricular. Todo salió muy bien, Zoe estaba creciendo muy sana y llevaba una vida normal, era una niña inteligente, inquieta y muy curiosa.
—¡Papi! —gritó sonriendo cuando Santiago entró a la cocina diez minutos después y se bajó de la silla para correr a sus brazos.
—Hola, mi pollito —enunció abrazándola.
—Hola, papi. Te extrañé mucho. ¿Salvaste muchas vidas? —le preguntó mirándolo con sus grandes y redondos ojos llenos de curiosidad.
—Algunas, sí.
—Yo quiero hacerlo también, papi.
—Seguro serás la mejor doctora del mundo, mi amor.
La niña sonrió y Santiago la sentó de vuelta en la silla, aún no terminaba de comer. Estuvo un rato más en la cocina, pero después se fue a dormir, estaba cansado y al día siguiente debía trabajar de nuevo. Durmió por varias horas, más de las que había planeado, y cuando se despertó, encontró una nota de Sara donde le decía que había salido con Zoe a hacer mercado. En lo que volvían, revisó su email y encontró un mensaje de un paciente que le pedía estudiar su caso, había tenido un accidente de auto hacía varios años y sufrió una fuerte lesión medular que le imposibilitaba caminar, esperaba que el “Doctor Milagro” pudiera arreglarlo. Abrió los archivos adjuntos y observó en detalle los estudios que le habían realizado, era una lesión bastante grave y un caso muy interesante que valía la pena estudiar a fondo, aunque no creía que pudiera ayudarlo de la manera que él esperaba.
Más tarde esa noche, luego de que Zoe se durmiera, Santiago le hizo el amor a Sara como había estado deseando. La amaba con cada partícula de su ser, era la mujer de su vida, su sueño hecho realidad, su esposa, su felicidad…
Dos semanas después
Ese día, Zoe tenía su cita anual de control con la cardióloga que la había operado cuando era una bebé. Y la niña la esperaba con ansias, le gustaba ir al hospital, quería ser una doctora como su papá y salvar muchas vidas. En cuanto llegaron al hospital, Zoe se soltó de la mano de su madre y corrió por los pasillos hacia el área de neurocirugía, quería saludar a su papá antes de ir a la consulta.
—¡Zoe, no corras! ¡Espérame! —La llamaba su madre siguiéndola, pero ella no se detuvo, conocía los pasillos del hospital como si fuera su casa. Sara no se preocupó porque todos la conocían y no creía que corriera peligro, pero cuando la alcanzara, le iba a dar el regaño de su vida.
Pronto, la niña llegó al área de neurocirugía, pero en lugar de ir al consultorio de su papá, se dirigió a la sala de espera, donde estaban los pacientes. Vio a un hombre en una silla de ruedas y se acercó a él para hablarle.
—Mi papá puede hacer que vuelva a caminar, tiene superpoderes —le dijo Zoe al hombre, que la miró con el ceño fruncido, pero no porque estuviera enojado, más bien sintió curiosidad al escuchar a una niña tan pequeña expresarse con aquella facilidad. Debía tener cuatro o cinco años.
—¿Sí? ¿cómo se llama tu papá? —le preguntó en tono amistoso y con una sonrisa. Estar confinado a una silla de ruedas no lo había hecho un hombre amargado, aunque obviamente preferiría ser capaz de andar de nuevo.
—Santiago Álvarez —respondió con orgullo.
El hombre sonrió, le encantaban los niños, deseaba convertirse en padre, esperaba que su esposa pronto le diera la noticia de que estaba embarazada porque llevaban meses intentándolo. Después de mucho tiempo pidiéndoselo, al fin había aceptado.
—Justo vengo a una cita con él esta mañana. ¿En verdad crees que pueda hacer que camine otra vez?
—Sí, es el doctor de los milagros —aseguró asintiendo.
—¡Zoe! ¡Ahí estás! —escuchó que dijo su madre detrás de ella y la niña abrió los ojos como lechuza en la noche, por el tono de su madre, estaba enojada.
Sara se acercó hasta donde estaba su hija y, cuando estaba a menos de un metro, se detuvo de súbito y su piel palideció como hoja de papel bond. ¡No podía creer lo que veía! Ese hombre… ese hombre en silla de ruedas con el que Zoe estaba hablando era igual a Lorenzo.
Capítulo 5. Descubriendo el engaño No, no podía ser Lorenzo, él había muerto hacía cinco años, tenía que ser un error. Pensaba Sara, incrédula. Pero dos personas no podían parecerse tanto, a menos que fueran gemelos, y Lorenzo era hijo único. Ese hombre era idéntico a él, tenía el mismo lunar en la mejilla y una cicatriz en la ceja de cuando tuvo un accidente esquiando.—¿Lo… Lorenzo? —pronunció con un nudo en su garganta y el corazón dándole fuertes tumbos en el pecho. El hombre observó con detenimiento a la hermosa mujer que tenía delante, sin tener idea de quién era. Ella lo miraba como si viera a un fantasma, con los ojos perplejos y el rostro pálido. ¿Quién era y de dónde lo conocía? —Sí, soy Lorenzo Moretti. ¿Y usted es…? —inquirió sin quitarle los ojos de encima, algo en ella parecía familiar, aunque no la recordaba de nada. —No… no puede ser. Tú… tú… —balbuceó sintiendo el mundo dando vueltas a su alrededor un segundo antes de colapsar en el suelo, perdiendo el conocimien
Capítulo 6. Pruebas A Sara solo le bastó ver la expresión de Santiago para saber que había reconocido a Lorenzo, su mirada era de sorpresa e incredulidad. Y no era para menos, al igual que ella, él pensaba que estaba muerto. —¿Es… es Lorenzo? —preguntó inquieto, llevaba barba y estaba en una silla de ruedas, pero era igual a él. —Sí —respondió Sara con un hilo en su voz, no había pensado en Santiago cuando decidió ir tras Lorenzo, no pensó en nada ni en nadie, solo le importaba hablar con él. —¿Cómo es posible? Él murió, su amigo te lo dijo —pronunció pasándose una mano por el cabello, nervioso. ¿Qué sucedería con ellos ahora? ¿lo dejaría para volver con él? Porque, aunque Sara era su esposa y lo quería, sabía que Lorenzo era el amor de su vida y que no lo había dejado de amar en todos esos años. —Mintió, Lorenzo sobrevivió al accidente, pero perdió la memoria y no me recuerda —le contó conteniendo las ganas de llorar, sus emociones estaban a flor de piel. Mientras ellos mantenía
Capítulo 7. Red de mentiras Antonella se encerró en la habitación dejando a Lorenzo en la sala, necesitaba hablar con Vittoria lo más pronto posible, solo ella podía arreglar todo aquel desastre que, sin querer, había causado. ¿Pero cómo podía saber que Sara era la esposa del doctor Álvarez? Mucho menos tenía idea de que estuviera en Estados Unidos. Como esperaba, su suegra se enojó cuando le dijo lo que había pasado, nunca la escuchó tan fúrica, y aún no le decía lo de la niña. —¿Qué? ¿Cómo que Sara tuvo una hija de Lorenzo? —le preguntó horrorizada. Su sangre y la de esa mujer jamás debió mezclarse, había creado toda una red de mentiras para alejarla de su hijo, y pensó que lo había logrado, pero la existencia de esa niña podía arruinarlo todo. —Su nombre es Zoe, está por cumplir cinco años y Sara le dijo que estaba dispuesta a realizarle la prueba de ADN para demostrarle que era suya. —¡No, eso jamás va a suceder! La hija de esa mujer no va a convertirse en la heredera de mi h
Capítulo 8. Daños a tercerosSara llevaba horas esperando que Santiago llegara a casa con su hija, no sabía a dónde la había llevado ni cuando regresaría. En cinco años de matrimonio, nunca se había enojado con ella, y aunque no lo podía culpar, porque tenía todo el derecho a estarlo, no debió involucrar a Zoe. Caminaba de un lado al otro en la sala cuando recibió un mensaje de texto de Lorenzo, le decía que necesitaba hablar con ella y le preguntaba si podía llamarla. El corazón le dio un vuelco y, temblando, le respondió que sí. Tal vez aquel no era el mejor momento, pero se moría de ganas por escuchar su voz una vez más, los pocos minutos que estuvo con él no fueron suficientes, quería correr a donde estaba y abrazaron. Solo pasaron unos segundos antes de que la pantalla de su teléfono móvil se iluminara con la llamada. Con el corazón latiendo en su garganta, contestó diciendo “hola” con un hilo en su voz, estaba nerviosa y emocionada a la vez. —Hola, perdona que te llame tan tar
Capítulo 9. Los resultados del ADNLa relación entre Santiago y Sara no fue la misma desde aquel día, hablaban solo cuando Zoe estaba presente y él dormía en el sofá cuando se quedaba en casa, no podía compartir la cama con Sara sin sentirse desdichado. Daría cualquier cosa por tener su amor, odiaba que existiera otro hombre al que ella deseara más que a él. Ese día, antes de irse al trabajo, le prometió a su hija que el fin de semana saldrían de paseo de nuevo como la última vez. La había llevado al parque, al cine y a comer helado. —Pero quiero que mami vaya con nosotros —le pidió haciendo un mohín. Estuvo preguntando mucho por ella ese día, porque nunca salían solos. —Sí, como quieras, princesa —pronunció con una sonrisa que no llegó a su mirada, le dolía sentirse a kilómetros de su esposa cuando hacía solo unas semanas atrás hicieron el amor como si nadie más importara. —Te quiero, papi —dijo Zoe abrazándolo. —Y yo a ti, mi pequeña luciérnaga. —La abrazó y la besó en el
Capítulo 10. Un engaño más Lo primero que sintió Lorenzo cuando leyó los resultados de la prueba de ADN fue decepción, pensaba que Zoe era su hija, no sabía cuánto deseaba que lo fuera hasta ese momento. No entendía porqué, pero era lo que sentía. Después se enojó con Sara por haberle mentido haciéndole pensar que su hija era suya, y si eso no era verdad, nada de lo que dijo lo fue. Lo hizo dudar de su esposa, de su madre, de sus amigos, de todos…, pero no cometería de nuevo ese error. Disgustado como estaba, la llamó y le dijo que era una mentirosa, que no quería saber nada más de ella sin darle ninguna oportunidad de hablar. —Prepara el equipaje, volveremos a New York —le ordenó a Antonella con gesto serio, no tenía nada qué hacer en Rochester, solo había perdido el tiempo. Tendría que seguir buscando a alguien que pudiera ofrecerle una cirugía que le devolviera la capacidad de caminar, no iba a rendirse, mucho menos ahora que esperaba un hijo. —Sí, amor. Ya mismo lo hago —dijo e
Capítulo 11. ¿Sueños o recuerdos?A pesar de sufrir amnesia, Lorenzo dirigía la sucursal de la empresa familiar en New York, el trabajo no era complicado y contaba con la asesoría de James, a quien le consultaba cualquier duda que tuviera. Era el hombre a cargo cuando se ausentaba y su único amigo, tenían tres años conociéndose y lo consideraba un hombre confiable y honesto. Ese día, había una junta importante en la oficina y Lorenzo fue el primero en llegar, debía revisar una última vez el infoerme de ganancias antes de presentarlo en la reunión, pero estaba distraído, su mente lo llevaba una y otra vez a Sara. ¿Por qué seguía pensando en ella? Tenía pruebas de que era una mentirosa, debía olvidarla y centrarse en su familia, en el bebé que su esposa llevaba en su vientre. Luego de la junta, le pidió a James que pasara por su oficina y le contó sobre Sara, necesitaba hablarlo con alguien o se volvería loco. Su amigo se mostró sorprendido y, por curiosidad, buscó el nombre de la supue
Capítulo 12. CulpaDesesperada, le mordió el labio logrando que dejara de besarla y gritó pidiendo ayuda. Bárbara, que estaba en la habitación de Zoe, escuchó a Sara y corrió a su habitación para saber qué pasaba. Ella no sabía que su hermano había llegado. Abrió la puerta y se dio cuenta de inmediato lo que sucedía, Santiago tenía a Sara inmovilizada de las manos, estaba subida sobre ella y le cubría la boca para amortiguar sus gritos. —¡Santiago! ¡Suéltala! —le dijo horrorizada, jamás imaginó que su hermano fuera capaz de hacer algo así. —No te metas, Barb, esto es entre mi mujer y yo —siseó sin liberarla, no actuaba como él mismo, o al menos no como el hombre que ella conocía.—Te he dicho que la sueltes —insistió subiéndose a la cama para quitárselo de encima a Sara, pero Santiago la empujó haciéndola caer en el suelo—. Por Dios, Santiago. ¿Qué pasa contigo? ¿No te das cuenta de lo que haces? Suelta a Sara ahora mismo —le gritó sorprendida y preocupada a la vez. Él nunca fue agre