Lorenzo solo necesitó un gesto de Sara para confirmar que era cierto, que estaba esperando un hijo de Santiago. Sin decir nada, giró la silla y salió del cubículo sintiéndose como un estúpido, no porque estuviera embarazada, sería un hipócrita si se molestara con ella cuando Antonella esperaba un hijo suyo, sino porque no fue honesta con él. Era obvio que no quería decírselo, por eso se puso tan pálida cuando lo vio entrar, y él preocupado por como un tonto. Pensaba que podía confiar en ella, que, de todas las personas de su pasado, Sara era la única que era sincera con él, pero se había equivocado otra vez. Estaba tan enojado que salió de la sala de urgencias sin esperar a Elizabeth y no se detuvo hasta cruzar las puertas del hospital y llegar afuera. Quería irse, lo habría hecho si no fuera por su madre, aunque no mereciera que se preocupara por ella. ¿Qué era lo que había pasado? Se volvió a preguntar Lorenzo mientras intentaba apaciguar la ira que lo consumía como un veneno. Neces
Santiago estaba cegado por el dolor y la rabia, pensaba que ese bebé sería su oportunidad de recuperar a su esposa y terminó de nuevo con las manos vacías. ¿De qué le había servido ser un buen esposo con Sara? De nada, porque en el momento que Lorenzo reapareció en el mapa, todo lo que hizo por ella y por su hija quedó en el olvido. Pero ya no sería más un perdedor ni el idiota que se había rendido sin pelear. Sujetaba a Sara del brazo, decidido a llevársela, cuando escuchó a Lorenzo exigirle que la soltara, como si tuviera que obedecerle. ¿Quién se creía el muy imbécil para ordenarle algo? —¿O qué? Eres un paralítico de m****a, no puedes hacer nada —siseó, dejando salir su lado oscuro, uno que Sara había visto antes, pero que se negaba a pensar que era parte de él. Aquella había sido la gota que derramó el vaso, nunca, en todos los años que tenía conociendo a Santiago, lo había escuchado menospreciando a alguien por su discapacidad. —Solo los cobardes usan la fuerza para someter a
Un no rotundo salió de la boca de Sara, él no podía regresar a la casa después de como la había tratado en el hospital, no se sentiría segura viviendo de nuevo con Santiago. Tenía que irse o sería ella la que se marchara. No confiaba en él, le temía como nunca pensó que lo haría. Se había convertido en un hombre muy distinto al que conocía, como si fuera una persona completamente distinta. —¿No? —Alzó las cejas—. Hasta donde sé, yo compré este apartamento y no puedes impedirme volver. —Los dos sabemos muy bien porqué te fuiste en primer lugar, pero tienes razón, este es tu apartamento y no puedo evitar que regreses. Me iré yo —señaló decidida, no había manera de que se quedara bajo el mismo techo que él. —Vete si quieres, pero Zoe se queda conmigo —dijo en tono amenazante. —¿Qué has dicho? —Entrecerró los ojos—. Zoe es mi hija, a donde vaya, ella va conmigo. —También es mi hija, tengo los mismos derechos que tú de estar con Zoe —replicó apretando los puños. —No sé qué carajos pa
Sara no estuvo de acuerdo con Lorenzo, ella quería que Zoe supiera que él era su papá. Tendrían que esperar un tiempo antes de decírselo, pero no iba a ocultarle a su hija la verdad para siempre. Fue un error no hablarle de él desde el inicio, debió mostrarle fotos suyas, que lo conociera, así estuviera muerto. —No por el momento, pero pienso decírselo, eres su padre y merece saber la verdad —dijo decidida, quizás sería difícil para ella entenderlo, pero con el tiempo lo haría. —No lo sé, pienso que será demasiado confuso para ella. Después de lo que vi hoy, me di cuenta de cuánto quiere a Santiago y no creo que… que me acepte como su padre —admitió con el rostro abatido. —Lo siento mucho, Lorenzo—susurró Sara con la voz rota—, nunca debí decirle que Santiago era su padre, ella debió saber que eras tú. —Sara, no —se acercó lo más que pudo, pero la estúpida silla de ruedas era un impedimento para hacer muchas cosas y quedó a menos de un metro de ella. Sara, al darse cuenta de su
Paolo y Antonella llevaban días planeando la caída del heredero, era un plan sencillo, pero a la vez arriesgado. Su éxito o su fracaso dependía de Lorenzo. Si él no sospechaba, no tendrían problemas, por eso necesitaban que saliera perfecto. —Recuerda, debes asegurarte de que firme cada página sin leer el documento. —Me lo has dicho cientos de veces, no soy estúpida —chisteó poniendo los ojos en blanco, habían repasado el plan tantas veces que la tenía fastidiada. —Te has ganado un par de nalgadas por voltearme los ojos —le advirtió Paolo con una mirada lujuriosa. —¿Solo un par? —Enarcó una ceja. —No me tientes, nena, o no saldrás de esta habitación hoy. —Podemos esperar a mañana —dijo con voz seductora, las hormonas del embarazo tenían su lívido a millón. —No, entre más pronto lo hagas, más pronto nos iremos. —Bueno, supongo que tendré que conformarme con Henry, él nunca me falla —mencionó dando media vuelta para ir por su fiel aliado a pilas. —Supones mal —gruñó agarrándola
Sara pensaba que la tensión de Lorenzo se debía a que le preocupaba lo que Antonella estuviera tramando, pero había algo más en su mente en ese momento que las intrigas de su futura ex esposa. Había dejado que la víbora venenosa se metiera en su cabeza y le hiciera dudar de sí mismo. Sin embargo, Sara no tenía idea de la lucha interna que peleaba el italiano en aquel momento. —Entonces… ¿qué vamos a desayunar? —preguntó dejando de lado el tema de Antonella, no iba a darle el placer de arruinarle la mañana como lo había hecho Vittoria el día anterior. —Eh, sí, el desayuno —balbuceó girando la silla para ir por las flores y los bombones, la aparición de Antonella lo había distraído de lo que era realmente importante—. Estas son para ti. No sé porqué pensé en tulipanes rosas, ¿significan algo? Sara recibió las flores, las llevó a su cara y las olió. —Sí, me enviaste un tulipán rosa después de cada cita que tuvimos, tenía una docena la noche que… que tuvimos sexo por primera vez —le c
Antonella se subió en el auto en el que la esperaba Paolo y le dijo que estaba hecho, que el tonto de Lorenzo firmó cada página sin leer y que, como Sara estaba con él, lo más seguro sería que no lo leería pronto. El primer paso del plan había salido bien, el éxito del siguiente dependía de Paolo. La pareja se despidió con un beso y Antonella se bajó del auto para irse en un taxi al hotel en el que se hospedaban, él tenía que quedarse a vigilar que Lorenzo saliera para poder entrar y conseguir el documento firmado. Mientras esperaba, recibió una llamada de su primo Luca, le había encargado vigilar a Vittoria y le había informado sobre su accidente. —Ha reaccionado, pero la sedaron porque tuvo una crisis nerviosa. —Maldita@ bruja con suerte, pensé que no sobreviviría al accidente. Quédate vigilando y avísame cuando despierte —le ordenó sin apartar la mirada de la entrada del hotel, esperaba que Lorenzo saliera pronto para él poder entrar. Estaba tan cerca de conseguir lo que quería,
Quince días después Zoe gritó de emoción cuando vio la piscina en el patio trasero de su nueva casa, era una vivienda moderna de tres habitaciones, tres baños y medio, sala de estar, sala de juegos, comedor, una cocina amplia y muchas áreas verdes donde la niña podía correr con libertad, siempre habían vivido en apartamentos y a ella le encantaba el aire libre, era la casa que a Sara le había gustado y Lorenzo no dudó en complacerla. —¡Mami! ¿Me puedo meter a la piscina? —le preguntó a su madre corriendo hacia ella. —No, mi amor, tenemos que esperar que nos mudemos para usarla. —¿Mañana? —El fin de semana, en tres días más, cariño —le respondió acariciándole la mejilla. —¿Y papi vendrá con nosotras? Sara se acuclilló para estar a su nivel y le tomó las manitos. —No, amor. ¿Recuerdas lo que hablamos hace unos días? —Zoe sacudió la cabeza, Sara había tenido una larga conversación con ella sobre la decisión que habían tomado de separarse, ella no lo entendía, hizo muchas p