¿Qué tal este enfrentamiento?
La puerta del apartamento se cerró de golpe, y el sonido resonó en la sala silenciosa. María Elena Duque estaba de pie, con el rostro endurecido por la rabia que no podía contener. Su cabello castaño claro, largo y ondulado, caía desordenado sobre su rostro. Sus ojos azules, normalmente calmados, ahora brillaban con incredulidad y furia. Alta y esbelta, irradiaba una energía contenida, lista para explotar.Cuando Anthony entró, sus miradas se encontraron. Los ojos dulces de María Elena, que él tanto conocía, ahora lo miraban con una mezcla de ira y decepción que jamás había visto en ella.—No puedo creerlo —espetó ella, su voz se quebraba por la rabia contenida—. ¿Cómo puedes defender a un asesino?Anthony detuvo el paso, su porte elegante y confiado comenzaba a tambalear bajo la presión. Alto, musculoso, con su cabello oscuro y ondulado enmarcando su rostro de facciones finas, intentó mantener el control. Sus ojos azules, que siempre transmitían serenidad, ahora reflejaban la tensión
El sol de la tarde se colaba por los ventanales del elegante despacho de Anthony Lennox, proyectando sombras sobre las paredes de madera oscura. La mesa de reuniones, de cristal y acero, estaba rodeada por los socios de su firma. La discusión giraba en torno a un caso penal complejo, uno de esos que podían marcar el destino de la firma y de las personas implicadas. Anthony, sentado al final de la mesa, escuchaba en silencio, sus dedos tamborileando sobre los documentos mientras sus colegas intercambiaban opiniones.—El caso es complicado —comentó uno de los abogados—. La evidencia no es concluyente y la presión mediática está en nuestra contra.—No hay manera de ganar esto sin un acuerdo —agregó otro socio—. Si forzamos el juicio, arriesgamos mucho.Anthony, siempre implacable y calculador, alzó la mirada. Con un gesto de la mano, indicó que era hora de hablar. El silencio en la sala fue inmediato. Todos sabían que cuando Lennox hablaba, había una dirección clara que seguir.—Un acuer
El reloj en la pared marcaba las 7:30 a.m., y el ajetreo matutino en el apartamento de María Elena Duque estaba en su apogeo. Mientras intentaba encontrar sus llaves y revisar su agenda para el día, su hijo Michael comía su cereal tranquilamente, completamente ajeno a la prisa de su madre.—Michael, cariño, apúrate con ese desayuno. El bus escolar ya casi llega, y no podemos llegar tarde —dijo María Elena, apresurándose de un lado a otro.Michael, siempre curioso, levantó la vista de su tazón y la observó con sus grandes ojos claros, tan parecidos a los de Anthony.—Mamá, en la escuela dijeron que hay un evento la próxima semana, y tienen que ir todos los papás. —Michael la miró directamente, sus palabras saliendo con total naturalidad—. ¿Por qué mi papá no está conmigo? ¿Cuándo va a venir?La pregunta de su hijo la descolocó por completo. Cada vez que Michael preguntaba por su padre, sentía el mismo nudo en el estómago. Anthony. El hombre que nunca supo que tenía un hijo. Michael se
El aire en la sala se volvía más denso con cada segundo. María Elena sentía cómo la adrenalina subía por su cuerpo, alimentada por la furia y el desconcierto. Sin pensarlo, dio un paso hacia el hombre que acababa de soltar esa confesión devastadora. Lo agarró del brazo y lo zarandeó, sus ojos azules llenos de rabia.—¿¡Qué dijiste!? —espetó, con la voz temblorosa de indignación—. ¡¿Vienes ahora, después de ocho años, a decirme que Luis Díaz es inocente?! ¡¿Por qué callaste todo este tiempo?!El hombre, visiblemente asustado, levantó las manos en un intento de defenderse, pero no se apartó. Sabía que merecía ese reclamo.—¡Tenía miedo! —respondió con la voz rota—. ¡Estaba amenazado! Si hablaba, iban a matarme... a mí, a mi familia. No podía hacer nada. Pero no puedo seguir con esto. No puedo dormir, doctora. Luis Díaz es inocente, ¡no fue él! El verdadero asesino fue su socio... Roberto Medina.María Elena sintió un frío recorrerle la espalda al escuchar el nombre. Recordaba a Medina,
El silencio en la sala era palpable. Todos sabían lo que esa decisión significaba para ella. Su familia asintió, respetando su valentía. El próximo paso sería el más difícil, pero María Elena estaba decidida a enfrentarlo.La llamada con Majo y Salvador fue cortada, y María Elena se quedó frente a sus padres, aun procesando todo lo que había ocurrido. Tomó el teléfono y llamó a su asistente.—Charlotte, necesito que me consigas el número del doctor Anthony Lennox. Tiene un despacho en Boston.Charlotte, siempre eficiente, respondió al instante.—Enseguida, doctora. Le avisaré cuando lo tenga.—¿Estás segura de enfrentarlo? —preguntó Lu.María Elena tragó saliva.—Sí mamá, estoy segura.—¿Le dirás acerca de Micky? —indagó Miguel.María Elena tenía la cabeza vuelta un caos. Apenas estaba procesando lo del caso de Díaz cuando la pregunta de su padre le cayó como una piedra encima.«¿Decirle a Tonny sobre la existencia de Micky?» Quizás no estaba preparada para eso.—No lo sé, primero ten
María Elena llegó a su apartamento, agotada. El día había sido interminable, y la conversación con Anthony la había dejado confundida y triste. Al cerrar la puerta, el silencio del lugar le ofreció un respiro, pero el peso de sus pensamientos seguía ahí. Michael ya estaba dormido, bajo el cuidado de su hermana mayor, Dafne, quien la esperaba en el sofá.—Se quedó dormido hace un rato —avisó Dafne en voz baja—. Estaba inquieto, preguntando por ti, pero lo tranquilicé.María Elena sonrió débilmente y asintió.—Gracias, Dafne. Necesitaba terminar unas cosas.—No hay problema. Sabes que siempre estoy para ti y para él —respondió Dafne, observando el cansancio en su hermana.María Elena no respondió más. Solo se dirigió a la habitación de Micky. Abrió la puerta con cuidado y vio a su hijo profundamente dormido. Su pequeño rostro reflejaba paz, algo que a María Elena le resultaba cada vez más difícil de encontrar.Se acercó despacio a la cama, y al mirarlo, su corazón se apretó. Michael, co
María Elena sintió un escalofrío recorrerle la espalda."¡Ya está aquí!" Todo ese tiempo preparándose para este momento, y ahora no estaba segura de poder enfrentarlo. Su estómago se contrajo, y sus manos se aferraron al borde de la mesa para controlar el temblor.—Gracias, Charlotte… hazlo pasar —respondió, su voz sonaba firme, aunque el nerviosismo traicionaba cada palabra.Colgó el teléfono y cerró los ojos por un segundo. Anthony estaba a unos pasos de entrar a su despacho. Todo lo que había reprimido durante años estaba a punto de estallar. Respiró hondo, intentando calmarse, pero su corazón seguía desbocado."Lo perdí una vez... y ahora tengo que enfrentarlo de nuevo", pensó, sintiendo el nudo en su garganta hacerse más fuerte.Sabía que en cualquier momento la puerta se abriría, y con ello, el pasado que nunca había logrado dejar atrás.Anthony se detuvo frente al escritorio de la asistente, observando el cartel que anunciaba “Duque Arismendi y Asociados”. Hacía años que no pen
Cuando Anthony salió del despacho de María Elena, sus pasos eran rápidos y decididos. Estaba concentrado en sus propios pensamientos cuando, de repente, chocó de frente con Austin, el colega de María Elena. Austin llevaba unos documentos en la mano y sonreía, claramente de buen humor.—Anthony Lennox, cuánto tiempo —dijo Austin, sorprendido de verlo. Sabía quién era Anthony y lo que había significado para María Elena en el pasado—. ¿Sigues por aquí? Justo iba a buscar a Elena; íbamos a almorzar juntos, como siempre —comentó con naturalidad.Anthony no recordaba que ellos tuvieran una relación tan cercana y no hizo esfuerzo por disimular su desagrado.—No sabía que ustedes dos... —dejó la frase en el aire, con una expresión neutra y una mirada fría.Austin, ajeno o indiferente al tono de Anthony, continuó hablando con entusiasmo mientras acomodaba los papeles bajo el brazo.—Sí, trabajamos bastante juntos. De hecho, siempre nos escapamos a almorzar cuando el día está menos agitado, o a