María Elena soltó un suspiro mientras dejaba el teléfono sobre la encimera.—Elliot me llamó. Quiere reunirse conmigo para hablar del caso de Díaz. Dice que es importante.Anthony frunció el ceño. Aunque respetaba el profesionalismo de María Elena, el tema de Elliot le generaba malestar, no confiaba en ese hombre.—Voy contigo —declaró, con un tono que no dejaba espacio para discusiones.María Elena iba a responder cuando el teléfono de Anthony comenzó a sonar. Sacó el dispositivo de su bolsillo y, al ver la pantalla, suspiró.—Es Ethan —dijo, y deslizó para contestar—. Hola, pequeño.Pero la voz que escuchó no fue pequeña ni dulce, sino un reclamo directo de Ethan.—¡Papá! ¿Dónde estás? Dijiste que ibas a estar con nosotros y nos dejaste solos en el hotel. ¡No es justo!Anthony cerró los ojos, sintiendo la culpa clavándose en su pecho. Antes de que pudiera responder, Chloe se unió a los gritos al otro lado.—¡Sí, papá! Dijiste que íbamos a pasar el día juntos. ¡Nos mentiste!—Ethan,
Luis Díaz estaba sentado en el borde de su cama, con la mirada fija en el desgastado suelo de la celda. Su mente seguía atrapada en el torbellino que había desatado la visita de Dafne Duque. Intentaba apartar el recuerdo, pero las imágenes regresaban una y otra vez: su mirada desafiante, su actitud altiva y, sobre todo, aquel beso que había encendido una chispa que lo desorientaba profundamente.Su compañero de celda, Ramiro, un hombre robusto de risa fácil, entró con una expresión burlona. Se dejó caer en su litera con un movimiento despreocupado.—Oye, Díaz, ¿cómo te fue en esa visita conyugal sorpresa? —preguntó, mordiéndose el labio para contener una carcajada—. ¿Te sorprendió alguna ex arrepentida o qué?Luis levantó la mirada, frunciendo el ceño con evidente molestia. Soltó un resoplido y cruzó los brazos.—No fue una visita conyugal, Ramiro —gruñó, su tono cargado de fastidio—. Me visitó una loca de atar. La hermana de la abogada que me metió en este maldito lugar.Ramiro arque
María Elena entró a la amplia oficina de Elliot Grant, el fiscal encargado del caso Díaz. Las ventanas altas ofrecían una vista impresionante de la ciudad, y el mobiliario de madera oscura hablaba de una autoridad bien establecida. Elliot, un hombre alto y de modales impecables, se levantó de su silla en cuanto la vio cruzar la puerta. Su traje gris, perfectamente ajustado, y su porte seguro lo hacían parecer casi intimidante, pero su sonrisa educada suavizó un poco esa impresión.—María Elena Duque —la saludó, extendiendo una mano—. Siempre será un placer tenerte por aquí.María Elena estrechó su mano con firmeza, devolviéndole una sonrisa profesional.—Hola Elliot, para que me llamaste —preguntó ella directo al grano. Elliot la invitó a pasar con un gesto cortés, pero mientras lo hacía, no pudo evitar notar lo elegante y hermosa que se veía María Elena. Con la misma educación que lo caracterizaba, no dejó pasar el momento para hacerle un cumplido.—Permíteme decirte que tu presenci
Antes de que Anthony pudiera responder, Rachel apareció en el marco de la puerta de una de las habitaciones. Llevaba un vestido impecable y un bolso colgado de su brazo, claramente preparada para salir.—Perfecto, Tony. Ya que te los llevas, yo iré de compras —dijo con una amplia sonrisa—. Necesito un poco de tiempo para mí.Anthony la miró, sabiendo exactamente lo que estaba haciendo: delegar su responsabilidad para disfrutar de su propia libertad, mientras él intentaba remendar lo que ella había complicado. Pero no replicó; no quería alimentar más tensión frente a los niños.—Está bien, Rachel. Nosotros nos encargamos —respondió con calma.Rachel se inclinó para besar a Chloe en la frente y a Ethan en la mejilla, un gesto que pareció más automático que genuino.—Pórtense bien con su papá, ¿sí? —advirtió, mientras los niños asentían con un gesto apenas perceptible.Anthony los observó mientras Rachel salía por la puerta, su perfume quedando suspendido en el aire. Luego se volvió haci
El sol comenzaba a descender en el horizonte, tiñendo el parque de un resplandor anaranjado que aportaba un aire cálido al lugar. Gerald y Myriam Lennox caminaban lentamente, flanqueando a Micky, quien avanzaba con cautela debido a su tobillo lesionado. A pesar de la incomodidad, el niño mantenía una expresión serena, observando todo a su alrededor con la curiosidad propia de su naturaleza reflexiva.—¿No necesitas descansar, pequeño? —preguntó Myriam, inclinándose hacia él con una sonrisa maternal.—Estoy bien, abuela. El doctor dijo que caminar un poco me ayuda, siempre y cuando no me esfuerce demasiado —respondió Micky, con esa madurez que lo caracterizaba.—Eres un niño fuerte, eso lo sacaste de tu padre —comentó Gerald, con un toque de orgullo en su voz, mientras le daba una palmadita en el hombro.Micky le devolvió la sonrisa tímidamente, pero su atención se desvió hacia el sendero, donde Anthony caminaba con dos niños a su lado. Ethan y Chloe, quienes sostenían sus manitas entr
Anthony alzó las manos en señal de calma, tratando de interrumpirla.—María Elena, espera, puedo explicarlo…—¿Explicarlo? —lo cortó, avanzando un paso hacia él, con la voz alzándose—. ——¡Explícame cómo estos niños tienen la osadía de hablarle así a mi hijo! ¿Por qué tienen esa idea de que los vas a dejar por Micky? Ah, claro, ¡porque tu ex, esa estúpida, no deja de manipularlos!Ethan y Chloe, que habían estado observando con ojos grandes, se sintieron directamente señalados. Ethan frunció el ceño y levantó la voz, su tono lleno de enojo infantil.—¡Tú eres la bruja que quiere separarnos de papá!—¡Sí, bruja! —secundó Chloe, tomando una pequeña piedra del suelo y lanzándola hacia María Elena.La piedra golpeó suavemente la pierna de María Elena, pero el acto fue suficiente para que Myriam se levantara al instante y Gerald se pusiera de pie como un resorte.—¡Ethan! ¡Chloe! —exclamó Myriam, su voz grave y llena de autoridad—. ¿Qué demonios creen que están haciendo? ¡Eso es inaceptable
Anthony permaneció inmóvil por un momento, procesando lo que estaba viendo. Finalmente, dio un paso hacia Rachel, con los ojos entrecerrados.—¿Qué fue lo que hiciste, Rachel? —preguntó, su tono bajo pero cargado de una peligrosa calma.Rachel lo miró, incrédula, su furia a punto de desbordarse.—¿Qué hice? ¡¿Qué hice?! ¡Fui a hablar con ella porque estoy harta de que te aleje de nuestras vidas y esta es su respuesta! —exclamó, señalando sus mejillas y sollozando teatralmente.Gerald cruzó los brazos, observando a Rachel con una mezcla de desaprobación y escepticismo.—Rachel, ¿de verdad esperabas otra cosa después de ir a provocar a esa mujer? —intervino con su tono severo, que siempre sugería que la paciencia se había agotado.—¡Yo no provoqué a nadie! —gritó ella, mirando primero a Gerald y luego a Anthony—. ¡Pero claro, todos están de su lado! ¡Siempre están de su lado!Anthony respiró hondo, intentando mantener la calma en medio de la tormenta.—Rachel, si María Elena te hizo est
Anthony estaba sentado en el sofá de su suite del hotel, la cabeza entre las manos. La habitación, normalmente impecable, mostraba señales claras de su frustración: documentos desordenados sobre la mesa, su chaqueta tirada en una esquina y una copa de vino medio vacía en la mesita. Desde la ventana, observaba las luces titilantes de la ciudad, pero su mente vagaba lejos de allí, atrapada en el caos del día.No entendía cómo había llegado a ese punto. La pelea entre los niños, el enfrentamiento con Rachel, y el dolor reflejado en los ojos de María Elena… Todo se acumulaba en su pecho, un peso insoportable que lo agobiaba.El sonido de unos golpes en la puerta lo sacó de sus pensamientos. Se levantó lentamente, su mente anticipando lo peor: tal vez Rachel había vuelto con más reclamos, o quizá Gerald, aún disgustado, venía a hablar con él.Cuando abrió la puerta, se encontró con María Elena. Su rostro era sereno, pero sus ojos azules, llenos de emoción, hablaban más de lo que las palabr