Anthony la miró con un destello de sorpresa y gratitud en los ojos. Antes de que pudiera responder, ella, pensativa, añadió:—Por cierto… ¿por qué no llevaste a Rachel y a los niños al apartamento?Él suspiró, y su expresión se suavizó mientras recordaba la razón.—Ese lugar es sagrado, María Elena —respondió sinceramente, sus ojos reflejando una mezcla de nostalgia y cariño—. Ese apartamento es el sitio donde compartimos tantas cosas. No era el adecuado para mi otra vida, para ellos. Quería conservarlo tal y como fue para nosotros.María Elena sintió que el corazón le daba un vuelco, acelerándose con cada palabra. Le sonrió con calidez, el brillo en sus ojos revelando el impulso que esas confesiones despertaban en ella.—Dices que no me pondrás las cosas fáciles —murmuró con una sonrisa—, pero cuando me dices estas cosas, me dan ganas de comerte a besos.Anthony sonrió y se acercó un poco más, mientras la tensión entre ambos se transformaba en algo íntimo y profundo. María Elena cerr
Luis Díaz estaba sentado en su celda cuando uno de los guardias se acercó a la reja para informarle que tenía una visita conyugal. La noticia lo dejó atónito. Su esposa no lo visitaba desde hacía años, y él ya había aceptado que eso jamás cambiaría. Frunciendo el ceño, negó con la cabeza.—Debe ser un error —murmuró, confundido.Sin embargo, los guardias insistieron y, sin darle más explicaciones, lo escoltaron hacia una pequeña sala en la sección de visitas privadas. Al entrar, su mirada se posó en la figura de una mujer de espaldas, de pie junto a una vieja mesa. Su postura segura y el aura misteriosa que desprendía llamaron su atención de inmediato.La mujer vestía un conjunto negro de cuero que delineaba su figura con elegancia y audacia: pantalones ajustados, tacones altos que resonaban contra el suelo, y una chaqueta a juego que le daba un aire de autoridad indiscutible. Luis sintió una mezcla de desconfianza e intriga. Había algo en ella que lo mantenía en guardia.—Mire, señori
El suave sonido del despertador rompió la quietud de la habitación, llenando el aire con un eco discreto pero insistente. Anthony sintió el cuerpo cálido de María Elena acurrucarse aún más contra él, como buscando evitar el llamado del día que apenas comenzaba. Él sonrió, con los ojos aún cerrados, disfrutando de esa proximidad que hacía tiempo no experimentaba.—No quiero despertarme —murmuró ella, con la voz somnolienta, escondiendo su rostro en el hueco de su cuello.Anthony deslizó sus dedos por su cabello, acomodándola mejor entre sus brazos.—No lo hagas —respondió él, con un tono bajo y cargado de ternura.Sin resistir la tentación, inclinó la cabeza para depositar un beso en su cuello. El estremecimiento de ella bajo su toque lo alentó a continuar, dejando un rastro de besos suaves que se tornaron cada vez más lentos y profundos. María Elena dejó escapar un suspiro, sintiendo cómo la calidez de sus labios despertaba todos sus sentidos. En un movimiento natural, Anthony la cubr
María Elena asintió, recordando las firmes creencias del padre de Anthony sobre la familia y las tradiciones.—No me sorprende. Para él, mientras no estén casados, es mejor que vivan bajo su techo. Aunque imagino que para tus hermanos debe ser complicado con tanto trabajo.—Lo es, pero también creo que lo disfrutan de alguna manera. Mi madre siempre encuentra formas de hacer que esa dinámica funcione. Además, mi papá no es tan rígido como parece cuando se trata de ellos. —Anthony ladeó la cabeza, con una sonrisa que reflejaba el cariño que sentía por su familia—. A veces creo que a él también le gusta tenerlos cerca.Micky, que estaba terminando de batir la mezcla para los panqueques, levantó la vista, siempre atento a cada palabra.—¿Tener tantos hermanos no es complicado? ¿No se pelean mucho?Anthony soltó una risa, claramente disfrutando de la pregunta.—Oh, más de lo que te imaginas. Cuando éramos niños, Anne, Helen y Axel siempre hacían equipo contra mí. Nunca podía ganarles ni e
María Elena soltó un suspiro mientras dejaba el teléfono sobre la encimera.—Elliot me llamó. Quiere reunirse conmigo para hablar del caso de Díaz. Dice que es importante.Anthony frunció el ceño. Aunque respetaba el profesionalismo de María Elena, el tema de Elliot le generaba malestar, no confiaba en ese hombre.—Voy contigo —declaró, con un tono que no dejaba espacio para discusiones.María Elena iba a responder cuando el teléfono de Anthony comenzó a sonar. Sacó el dispositivo de su bolsillo y, al ver la pantalla, suspiró.—Es Ethan —dijo, y deslizó para contestar—. Hola, pequeño.Pero la voz que escuchó no fue pequeña ni dulce, sino un reclamo directo de Ethan.—¡Papá! ¿Dónde estás? Dijiste que ibas a estar con nosotros y nos dejaste solos en el hotel. ¡No es justo!Anthony cerró los ojos, sintiendo la culpa clavándose en su pecho. Antes de que pudiera responder, Chloe se unió a los gritos al otro lado.—¡Sí, papá! Dijiste que íbamos a pasar el día juntos. ¡Nos mentiste!—Ethan,
Luis Díaz estaba sentado en el borde de su cama, con la mirada fija en el desgastado suelo de la celda. Su mente seguía atrapada en el torbellino que había desatado la visita de Dafne Duque. Intentaba apartar el recuerdo, pero las imágenes regresaban una y otra vez: su mirada desafiante, su actitud altiva y, sobre todo, aquel beso que había encendido una chispa que lo desorientaba profundamente.Su compañero de celda, Ramiro, un hombre robusto de risa fácil, entró con una expresión burlona. Se dejó caer en su litera con un movimiento despreocupado.—Oye, Díaz, ¿cómo te fue en esa visita conyugal sorpresa? —preguntó, mordiéndose el labio para contener una carcajada—. ¿Te sorprendió alguna ex arrepentida o qué?Luis levantó la mirada, frunciendo el ceño con evidente molestia. Soltó un resoplido y cruzó los brazos.—No fue una visita conyugal, Ramiro —gruñó, su tono cargado de fastidio—. Me visitó una loca de atar. La hermana de la abogada que me metió en este maldito lugar.Ramiro arque
María Elena entró a la amplia oficina de Elliot Grant, el fiscal encargado del caso Díaz. Las ventanas altas ofrecían una vista impresionante de la ciudad, y el mobiliario de madera oscura hablaba de una autoridad bien establecida. Elliot, un hombre alto y de modales impecables, se levantó de su silla en cuanto la vio cruzar la puerta. Su traje gris, perfectamente ajustado, y su porte seguro lo hacían parecer casi intimidante, pero su sonrisa educada suavizó un poco esa impresión.—María Elena Duque —la saludó, extendiendo una mano—. Siempre será un placer tenerte por aquí.María Elena estrechó su mano con firmeza, devolviéndole una sonrisa profesional.—Hola Elliot, para que me llamaste —preguntó ella directo al grano. Elliot la invitó a pasar con un gesto cortés, pero mientras lo hacía, no pudo evitar notar lo elegante y hermosa que se veía María Elena. Con la misma educación que lo caracterizaba, no dejó pasar el momento para hacerle un cumplido.—Permíteme decirte que tu presenci
Antes de que Anthony pudiera responder, Rachel apareció en el marco de la puerta de una de las habitaciones. Llevaba un vestido impecable y un bolso colgado de su brazo, claramente preparada para salir.—Perfecto, Tony. Ya que te los llevas, yo iré de compras —dijo con una amplia sonrisa—. Necesito un poco de tiempo para mí.Anthony la miró, sabiendo exactamente lo que estaba haciendo: delegar su responsabilidad para disfrutar de su propia libertad, mientras él intentaba remendar lo que ella había complicado. Pero no replicó; no quería alimentar más tensión frente a los niños.—Está bien, Rachel. Nosotros nos encargamos —respondió con calma.Rachel se inclinó para besar a Chloe en la frente y a Ethan en la mejilla, un gesto que pareció más automático que genuino.—Pórtense bien con su papá, ¿sí? —advirtió, mientras los niños asentían con un gesto apenas perceptible.Anthony los observó mientras Rachel salía por la puerta, su perfume quedando suspendido en el aire. Luego se volvió haci