Las palabras de Rachel cayeron como un golpe, y los niños comenzaron a llorar al instante, abrazándose con fuerza a Anthony. Sus pequeñas manos lo sujetaban con desesperación, y sus ojos llenos de lágrimas reflejaban el miedo y la tristeza que sus palabras les habían causado.Anthony sintió cómo la ira subía por su pecho, y fulminó a Rachel con la mirada, apenas conteniendo el impulso de exigirle que se fuera. Sin embargo, su prioridad eran los niños, que estaban visiblemente angustiados, y se inclinó hacia ellos, rodeándolos con sus brazos.—No, pequeños, no es así —dijo con voz suave y firme—. A ambos los amo muchísimo. Siempre serán parte de mi vida, sin importar nada. Tener un hijo no cambia el cariño que siento por ustedes, y nunca voy a olvidarlos, ¿me escucharon?Ethan y Chloe asintieron, intentando calmarse, pero seguían llorando, sus miradas inseguras aún dirigidas hacia su madre.Rachel, viendo cómo sus palabras habían logrado afectar tanto a los niños como a Anthony, alzó u
Anthony guardó silencio un momento, sin saber cómo expresar lo que sentía. —Es largo de contar, María Elena. No quiero molestarte. Hubo una pausa al otro lado de la línea antes de que ella respondiera, su voz tranquila y amable. —Yo aún estoy despierta, Tony. Si quieres, puedes venir. Sabes que el café sí me sale bien, así que no te preocupes. La oferta de María Elena lo desarmó. La necesitaba más de lo que estaba dispuesto a admitir en voz alta, y en ese instante, la idea de estar a su lado era exactamente lo que necesitaba. —Está bien… iré en unos minutos —aceptó, sin poder resistirse a la propuesta. Colgó el teléfono y se levantó de la cama con una sensación de alivio al saber que pronto estaría en la compañía de alguien que realmente lo entendía.****Dafne entró a su apartamento prácticamente estallando de ira. Apenas cruzó la puerta de su alcoba, lanzó los zapatos con un gesto furioso, haciéndolos volar hasta chocar contra la pared. Su "novio", Armando, quien estab
Anthony la miró con un destello de sorpresa y gratitud en los ojos. Antes de que pudiera responder, ella, pensativa, añadió:—Por cierto… ¿por qué no llevaste a Rachel y a los niños al apartamento?Él suspiró, y su expresión se suavizó mientras recordaba la razón.—Ese lugar es sagrado, María Elena —respondió sinceramente, sus ojos reflejando una mezcla de nostalgia y cariño—. Ese apartamento es el sitio donde compartimos tantas cosas. No era el adecuado para mi otra vida, para ellos. Quería conservarlo tal y como fue para nosotros.María Elena sintió que el corazón le daba un vuelco, acelerándose con cada palabra. Le sonrió con calidez, el brillo en sus ojos revelando el impulso que esas confesiones despertaban en ella.—Dices que no me pondrás las cosas fáciles —murmuró con una sonrisa—, pero cuando me dices estas cosas, me dan ganas de comerte a besos.Anthony sonrió y se acercó un poco más, mientras la tensión entre ambos se transformaba en algo íntimo y profundo. María Elena cerr
Luis Díaz estaba sentado en su celda cuando uno de los guardias se acercó a la reja para informarle que tenía una visita conyugal. La noticia lo dejó atónito. Su esposa no lo visitaba desde hacía años, y él ya había aceptado que eso jamás cambiaría. Frunciendo el ceño, negó con la cabeza.—Debe ser un error —murmuró, confundido.Sin embargo, los guardias insistieron y, sin darle más explicaciones, lo escoltaron hacia una pequeña sala en la sección de visitas privadas. Al entrar, su mirada se posó en la figura de una mujer de espaldas, de pie junto a una vieja mesa. Su postura segura y el aura misteriosa que desprendía llamaron su atención de inmediato.La mujer vestía un conjunto negro de cuero que delineaba su figura con elegancia y audacia: pantalones ajustados, tacones altos que resonaban contra el suelo, y una chaqueta a juego que le daba un aire de autoridad indiscutible. Luis sintió una mezcla de desconfianza e intriga. Había algo en ella que lo mantenía en guardia.—Mire, señor
La puerta del apartamento se cerró de golpe, y el sonido resonó en la sala silenciosa. María Elena Duque estaba de pie, con el rostro endurecido por la rabia que no podía contener. Su cabello castaño claro, largo y ondulado, caía desordenado sobre su rostro. Sus ojos azules, normalmente calmados, ahora brillaban con incredulidad y furia. Alta y esbelta, irradiaba una energía contenida, lista para explotar.Cuando Anthony entró, sus miradas se encontraron. Los ojos dulces de María Elena, que él tanto conocía, ahora lo miraban con una mezcla de ira y decepción que jamás había visto en ella.—No puedo creerlo —espetó ella, su voz se quebraba por la rabia contenida—. ¿Cómo puedes defender a un asesino?Anthony detuvo el paso, su porte elegante y confiado comenzaba a tambalear bajo la presión. Alto, musculoso, con su cabello oscuro y ondulado enmarcando su rostro de facciones finas, intentó mantener el control. Sus ojos azules, que siempre transmitían serenidad, ahora reflejaban la tensión
El sol de la tarde se colaba por los ventanales del elegante despacho de Anthony Lennox, proyectando sombras sobre las paredes de madera oscura. La mesa de reuniones, de cristal y acero, estaba rodeada por los socios de su firma. La discusión giraba en torno a un caso penal complejo, uno de esos que podían marcar el destino de la firma y de las personas implicadas. Anthony, sentado al final de la mesa, escuchaba en silencio, sus dedos tamborileando sobre los documentos mientras sus colegas intercambiaban opiniones.—El caso es complicado —comentó uno de los abogados—. La evidencia no es concluyente y la presión mediática está en nuestra contra.—No hay manera de ganar esto sin un acuerdo —agregó otro socio—. Si forzamos el juicio, arriesgamos mucho.Anthony, siempre implacable y calculador, alzó la mirada. Con un gesto de la mano, indicó que era hora de hablar. El silencio en la sala fue inmediato. Todos sabían que cuando Lennox hablaba, había una dirección clara que seguir.—Un acuer
El reloj en la pared marcaba las 7:30 a.m., y el ajetreo matutino en el apartamento de María Elena Duque estaba en su apogeo. Mientras intentaba encontrar sus llaves y revisar su agenda para el día, su hijo Michael comía su cereal tranquilamente, completamente ajeno a la prisa de su madre.—Michael, cariño, apúrate con ese desayuno. El bus escolar ya casi llega, y no podemos llegar tarde —dijo María Elena, apresurándose de un lado a otro.Michael, siempre curioso, levantó la vista de su tazón y la observó con sus grandes ojos claros, tan parecidos a los de Anthony.—Mamá, en la escuela dijeron que hay un evento la próxima semana, y tienen que ir todos los papás. —Michael la miró directamente, sus palabras saliendo con total naturalidad—. ¿Por qué mi papá no está conmigo? ¿Cuándo va a venir?La pregunta de su hijo la descolocó por completo. Cada vez que Michael preguntaba por su padre, sentía el mismo nudo en el estómago. Anthony. El hombre que nunca supo que tenía un hijo. Michael se
El aire en la sala se volvía más denso con cada segundo. María Elena sentía cómo la adrenalina subía por su cuerpo, alimentada por la furia y el desconcierto. Sin pensarlo, dio un paso hacia el hombre que acababa de soltar esa confesión devastadora. Lo agarró del brazo y lo zarandeó, sus ojos azules llenos de rabia.—¿¡Qué dijiste!? —espetó, con la voz temblorosa de indignación—. ¡¿Vienes ahora, después de ocho años, a decirme que Luis Díaz es inocente?! ¡¿Por qué callaste todo este tiempo?!El hombre, visiblemente asustado, levantó las manos en un intento de defenderse, pero no se apartó. Sabía que merecía ese reclamo.—¡Tenía miedo! —respondió con la voz rota—. ¡Estaba amenazado! Si hablaba, iban a matarme... a mí, a mi familia. No podía hacer nada. Pero no puedo seguir con esto. No puedo dormir, doctora. Luis Díaz es inocente, ¡no fue él! El verdadero asesino fue su socio... Roberto Medina.María Elena sintió un frío recorrerle la espalda al escuchar el nombre. Recordaba a Medina,