Después de un largo momento de silencio, María Elena levantó la mirada y le preguntó a Anthony con voz baja, casi en un susurro, como si temiera romper el delicado equilibrio de emociones que habían compartido en el viejo apartamento:—¿Qué hablaste con Luis Díaz cuando te quedaste con él en la sala de visitas?Anthony se detuvo un instante, evaluando cómo responderle, y al final le sostuvo la mirada, con la intención de ser honesto.—Intenté convencerlo de que se deje defender, de que vale la pena reabrir el caso. Pero, María Elena, él ya no cree en la justicia. Para él, esos ocho años lo han destruido de una forma en que todo esto parece inútil… incluso liberarlo.María Elena apretó los labios y desvió la vista, sintiendo que un nudo de rabia e impotencia se formaba en su pecho. Apretó los puños, y tras unos segundos de profundo silencio, murmuró con una voz que apenas contenía la determinación feroz que estaba naciendo en su interior.—Todo esto es mi culpa… pero te prometo que voy
Anthony silenció el micrófono de su móvil.—Rachel trajo a los niños hasta acá, quieren verme, pero tú y nuestro hijo…—Ve a verlos, Anthony —expresó ella con dulzura—. No te preocupes por nosotros. Micky está bien y, si te necesitamos, te llamaré.Anthony sintió una mezcla de alivio y agradecimiento al escucharla. La comprensión de María Elena era un recordatorio de por qué siempre la había amado tanto.—Gracias —susurró y, volviendo a responder por el móvil, añadió—. No se muevan de ahí, salgo para allá.Anthony escuchó los gritos de emoción de los niños. Rachel confirmó que ahí lo esperarían. Cuando Anthony colgó, miró a María Elena y le pidió, en un tono que revelaba su deseo de mantener todo transparente entre ellos:—Dile a Micky la verdad. Él sabe de los niños… y quiero que se conozcan. Claro, si no tienes problema con eso.María Elena le sonrió con ternura, una chispa de comprensión en sus ojos, y asintió sin dudar.—Claro que no, Anthony. Yo también quiero conocerlos —respond
Anthony llegó al aeropuerto y comenzó a buscar a Rachel y a los niños en las salas de espera. Apenas los divisó, vio a Ethan y Chloe, quienes, al reconocerlo, soltaron las manos de su madre y corrieron hacia él, sus rostros iluminados por una felicidad que hacía tiempo no veía.—¡Tony! —gritaron al unísono, lanzándose a sus brazos.Anthony se agachó para recibirlos, envolviéndolos en un fuerte abrazo, sintiendo cómo una mezcla de alegría y nostalgia lo llenaba al tenerlos de nuevo cerca. El vínculo con esos niños seguía siendo profundo, más allá de cualquier circunstancia, y en ese momento se dio cuenta de cuánto los había extrañado.Mientras Anthony abrazaba a los pequeños, Rachel se acercó lentamente, observando la escena con una sonrisa amable en los labios. Había algo distinto en su expresión, menos hostil que en sus últimos encuentros, y Anthony la notó al instante. Rachel había adoptado una actitud casi cariñosa, como si de repente quisiera borrar el rastro de conflictos que los
Las palabras de Rachel cayeron como un golpe, y los niños comenzaron a llorar al instante, abrazándose con fuerza a Anthony. Sus pequeñas manos lo sujetaban con desesperación, y sus ojos llenos de lágrimas reflejaban el miedo y la tristeza que sus palabras les habían causado.Anthony sintió cómo la ira subía por su pecho, y fulminó a Rachel con la mirada, apenas conteniendo el impulso de exigirle que se fuera. Sin embargo, su prioridad eran los niños, que estaban visiblemente angustiados, y se inclinó hacia ellos, rodeándolos con sus brazos.—No, pequeños, no es así —dijo con voz suave y firme—. A ambos los amo muchísimo. Siempre serán parte de mi vida, sin importar nada. Tener un hijo no cambia el cariño que siento por ustedes, y nunca voy a olvidarlos, ¿me escucharon?Ethan y Chloe asintieron, intentando calmarse, pero seguían llorando, sus miradas inseguras aún dirigidas hacia su madre.Rachel, viendo cómo sus palabras habían logrado afectar tanto a los niños como a Anthony, alzó u
Anthony guardó silencio un momento, sin saber cómo expresar lo que sentía. —Es largo de contar, María Elena. No quiero molestarte. Hubo una pausa al otro lado de la línea antes de que ella respondiera, su voz tranquila y amable. —Yo aún estoy despierta, Tony. Si quieres, puedes venir. Sabes que el café sí me sale bien, así que no te preocupes. La oferta de María Elena lo desarmó. La necesitaba más de lo que estaba dispuesto a admitir en voz alta, y en ese instante, la idea de estar a su lado era exactamente lo que necesitaba. —Está bien… iré en unos minutos —aceptó, sin poder resistirse a la propuesta. Colgó el teléfono y se levantó de la cama con una sensación de alivio al saber que pronto estaría en la compañía de alguien que realmente lo entendía.****Dafne entró a su apartamento prácticamente estallando de ira. Apenas cruzó la puerta de su alcoba, lanzó los zapatos con un gesto furioso, haciéndolos volar hasta chocar contra la pared. Su "novio", Armando, quien estab
Anthony la miró con un destello de sorpresa y gratitud en los ojos. Antes de que pudiera responder, ella, pensativa, añadió:—Por cierto… ¿por qué no llevaste a Rachel y a los niños al apartamento?Él suspiró, y su expresión se suavizó mientras recordaba la razón.—Ese lugar es sagrado, María Elena —respondió sinceramente, sus ojos reflejando una mezcla de nostalgia y cariño—. Ese apartamento es el sitio donde compartimos tantas cosas. No era el adecuado para mi otra vida, para ellos. Quería conservarlo tal y como fue para nosotros.María Elena sintió que el corazón le daba un vuelco, acelerándose con cada palabra. Le sonrió con calidez, el brillo en sus ojos revelando el impulso que esas confesiones despertaban en ella.—Dices que no me pondrás las cosas fáciles —murmuró con una sonrisa—, pero cuando me dices estas cosas, me dan ganas de comerte a besos.Anthony sonrió y se acercó un poco más, mientras la tensión entre ambos se transformaba en algo íntimo y profundo. María Elena cerr
Luis Díaz estaba sentado en su celda cuando uno de los guardias se acercó a la reja para informarle que tenía una visita conyugal. La noticia lo dejó atónito. Su esposa no lo visitaba desde hacía años, y él ya había aceptado que eso jamás cambiaría. Frunciendo el ceño, negó con la cabeza.—Debe ser un error —murmuró, confundido.Sin embargo, los guardias insistieron y, sin darle más explicaciones, lo escoltaron hacia una pequeña sala en la sección de visitas privadas. Al entrar, su mirada se posó en la figura de una mujer de espaldas, de pie junto a una vieja mesa. Su postura segura y el aura misteriosa que desprendía llamaron su atención de inmediato.La mujer vestía un conjunto negro de cuero que delineaba su figura con elegancia y audacia: pantalones ajustados, tacones altos que resonaban contra el suelo, y una chaqueta a juego que le daba un aire de autoridad indiscutible. Luis sintió una mezcla de desconfianza e intriga. Había algo en ella que lo mantenía en guardia.—Mire, señori
El suave sonido del despertador rompió la quietud de la habitación, llenando el aire con un eco discreto pero insistente. Anthony sintió el cuerpo cálido de María Elena acurrucarse aún más contra él, como buscando evitar el llamado del día que apenas comenzaba. Él sonrió, con los ojos aún cerrados, disfrutando de esa proximidad que hacía tiempo no experimentaba.—No quiero despertarme —murmuró ella, con la voz somnolienta, escondiendo su rostro en el hueco de su cuello.Anthony deslizó sus dedos por su cabello, acomodándola mejor entre sus brazos.—No lo hagas —respondió él, con un tono bajo y cargado de ternura.Sin resistir la tentación, inclinó la cabeza para depositar un beso en su cuello. El estremecimiento de ella bajo su toque lo alentó a continuar, dejando un rastro de besos suaves que se tornaron cada vez más lentos y profundos. María Elena dejó escapar un suspiro, sintiendo cómo la calidez de sus labios despertaba todos sus sentidos. En un movimiento natural, Anthony la cubr