Capítulo 3.
Hoy desperté de buen humor; la ausencia de Leah fue un gran alivio. Tras ducharme y vestirme, caminé apresuradamente hacia el gran salón, ansioso por ver a Nieves. Al llegar, todos los alfas y sus respectivas comitivas ya estaban sentados, esperando mi llegada para el desayuno. Busqué con la mirada y ahí estaba ella, con su cabello tan blanco como la nieve, recogido en una alta cola de caballo, dejando algunos mechones sueltos en su hermoso rostro. Nuestros ojos se encontraron por breves momentos, pero nuestro intercambio visual fue interrumpido por un chico a su lado; ella le sonrió con una dulzura que hizo que mi corazón se detuviera. ¿Qué demonios? —Rey Alfa, queremos agradecerle por su hospitalidad —anunció el alfa de la manada Noche Negra. —No hay nada que agradecer. Lo necesitaban, y no soy tan desalmado como para dejarlos a la deriva —respondí mientras me acomodaba en mi silla. —Bueno, ya que estás aquí, Rey Alfa, quiero hacer un anuncio —dijo Jack—. Quiero anunciar mi compromiso con Amber. Como todos saben, la Diosa de la Luna me ha bendecido con una hermosa compañera, Alfa de la manada Azul. Así que, Alfa Alexander, espero contar con su bendición junto a la de su Luna. —Por supuesto, Rey Beta Jack, es un honor para mí y mi manada —dijo el padre de Amber, levantándose para abrazar a Jack—. He ganado un hijo más; serás mi cuarto hijo. —¿Cuarto hijo? Pero solo tiene dos, Alfa Alexander —pregunté, frunciendo el ceño, ya que eso va en contra de la ley de adoptar o tener hijos sin registrarlos. —Oh, sí. Mis hijos biológicos son Amber, de veintidós años, y Sofía, de doce. Además, tengo a mis hijos del alma: mi querida Nieves y ahora Jack —miró a Nieves con cariño. —No sabía que la había adoptado. Supongo que hizo el registro. —No estás entendiendo, mi Alfa. Nieves no es adoptada; ella es mi hija del alma, mi ahijada. Siempre la he cuidado, protegido y amado como si fuera mía. Sus padres son nuestros mejores amigos —dijo el Alfa Alexander, acariciando la mejilla de Nieves. Nieves, un nombre hermoso y único, hace justicia al color de su cabello, tan blanco como la nieve. —Sí, desde que sus madres supieron que estaban embarazadas al mismo tiempo, no podían contener su felicidad, especialmente al saber que ambas tendrían niñas. Desde entonces, nunca se han separado, hasta ahora que mi Amber debe quedarse a vivir en la manada real — hablo el alfa Alexander Miré a Nieves, que tenía la mirada baja; podía percibir su respiración entrecortada. Como Rey Alfa, mis sentidos estaban más agudizados que los de los demás lobos. —Ella puede quedarse si así lo desea —ofrecí. El padre de Nieves y el Alfa intercambiaron miradas antes de volver a mirar a Nieves. —Oh, eso... es... bueno... grandioso, pero no queremos ser una molestia, mi Rey. Nieves regresará con nosotros a su manada. —Pero, papá, sería una excelente idea. Necesito mucha ayuda con la boda; mamá no puede quedarse por sus deberes. Al menos que se quede Nieves —Amber hizo un puchero mientras le lanzaba miradas de cachorro a su padre. —Hija, sabes que eso no está bien. Nieves tiene muchas responsabilidades. Además, si su compañero se entera de que está en la casa de otro lobo, no se vería bien. —No seas machista, Alexander. Deja que la niña se quede —regañó la madre de Amber a su esposo. Algunos miembros de su manada soltaron risitas, al igual que yo, aunque traté de disimularlo. —¿Quieres quedarte, hija? —preguntó su padre. Ella me miró, luego a su amiga, que tenía las manos juntas en súplica. Nieves negó con la cabeza mientras soltaba un suspiro. —Está bien, me quedaré... —¡Perfecto! —exclamó Amber, iluminando la mesa con su sonrisa—. Estoy segura de que juntas podremos hacer de esta boda algo inolvidable. Nieves miró a su padre, buscando su aprobación, y él asintió, aunque con una expresión de preocupación en su rostro. La tensión en el aire se disipó un poco, pero aún sentía que había algo más que no se decía. —Entonces, ¿qué tal si comenzamos a planear? —propuso Amber, mirando a todos los presentes—. Necesitamos decidir los colores, el tema, la música... —Y la comida —interrumpí, tratando de mantener el ambiente ligero. La vista de Nieves, con esa mezcla de emoción y nerviosismo, me hizo querer protegerla de cualquier posible inconveniente. —¡Exacto! —dijo Amber, entusiasmada—. ¡La comida es esencial! Pero antes, deberíamos hacer un brindis por el compromiso de Jack y Mio. Todos alzaron sus copas, y aunque mi mente estaba distraída, no podía dejar de observar a Nieves. La forma en que su mirada se iluminaba cuando hablaba de cosas pequeñas revelaba una pasión que no había notado antes. —Por el amor y la unión de nuestras manadas —dije, levantando mi copa, y todos repitieron el brindis. Mientras la conversación continuaba, noté que Jack y Amber empezaron a hablar sobre los detalles de su boda, y la risa llenó el salón. Sin embargo, mi atención se centraba en Nieves, que parecía perdida en sus pensamientos. Decidí acercarme. —¿Te gustaría ayudar con los preparativos? —le pregunté en un tono más bajo, asegurándome de que nadie más escuchara. Nieves me miró, sorprendida, y luego sonrió tímidamente. —Sí, me encantaría. Aunque no sé mucho sobre bodas, siempre he soñado con algo así. —Podemos aprender juntas. Te prometo que será divertido —le dije, animándola. Mientras hablábamos, sentí que una conexión especial se estaba formando entre nosotros. Era como si, aunque estuviéramos rodeados de otros, solo existiéramos ella y yo en ese momento. Pero la realidad golpeó rápidamente cuando un grupo de alfas se acercó para felicitar a Jack. —Rey Alfa, ¿podemos contar con tu ayuda para la ceremonia? —preguntó uno de ellos, distraído por la conversación. —Por supuesto —contesté, volviendo a la realidad—. Estamos aquí para apoyarnos mutuamente. A lo largo del desayuno, las risas y los planes se entrelazaban con un creciente sentido de camaradería. Sin embargo, en el fondo de mi mente, la imagen de Nieves no se desvanecía. Su risa, su luz... algo dentro de mí se llenaba de esperanza. Más tarde, mientras la conversación se desvanecía en un murmullo agradable, me di cuenta de que la ausencia de Leah no solo era un alivio, sino también una oportunidad. Una oportunidad para conocer mejor a Nieves, para explorar lo que podría surgir entre nosotros. Sin embargo, sabía que había que tener cuidado; los lazos de la manada eran complicados y, como Rey Alfa, mis decisiones llevaban un peso considerable. —¿Nieves? —la llamé suavemente, y ella volvió a mirarme, sus ojos brillando con curiosidad—. ¿Qué piensas de todo esto? —Es... emocionante. Nunca he estado en una boda tan grande. Me siento un poco abrumada, pero también feliz —respondió, sonriendo. —Si alguna vez necesitas un descanso, siempre puedes hablar conmigo. Estoy aquí para lo que necesites. Nieves asintió, y aunque nuestras palabras eran simples, había algo en el aire que prometía muchas más historias por venir. Con el corazón latiendo con fuerza, supe que ese día sería el comienzo de algo especial, algo que ni ella ni yo podríamos prever.Capítulo 4 Hunter. Después de despedir a todas las manadas, que se marcharon satisfechas con sus nuevos acuerdos, me dirigí a mi despacho para poner al día algunos pendientes que se habían acumulado durante su estancia. Pasé toda la tarde en mi oficina, organizando los últimos detalles de los nuevos hoteles. De repente, la puerta se abrió y entró Leah. —¿Qué deseas? —pregunté sin apartar la vista de mi computadora. —¿Por qué hay dos mujeres alojándose en el palacio? —Alcé la mirada y la vi con los brazos cruzados, en medio de la habitación. —¿Me estás haciendo una escena de celos? —Por supuesto que no. Me molesta que yo nunca pueda quedarme a dormir aquí, pero unas desconocidas sí pueden —dijo, elevando la voz. —Primer punto: no me grites, soy tu rey —respondí, dejando escapar mi aura mientras alzaba la voz—. Y segundo, no tengo que darte explicaciones. —Lo siento, Hunter, solo estoy un poco celosa y molesta —dijo mientras caminaba hacia mí, moviendo sus caderas de ma
Capítulo 5. Nieves. Al llegar a mi habitación, me dejé caer sobre la cama, incapaz de apartar de mi mente las imágenes de aquel despacho. Una ira comenzó a crecer en mi interior. Maldito idiota. Era repugnante que nunca volviera a entrar en ese despacho; me preguntaba cuántas mujeres más habían ocupado ese escritorio o esas sillas. Me sentía tan molesta. Sé que son los lazos que me hacen sentir así de posesiva, pero, por Dios, odio sentirme así, tan enojada, llena de furia. Ni siquiera tengo sentimientos por Hunter, pero solo verlo con esa mujer me ha dejado furiosa, frustrada, molesta, ¿decepcionada? ¿De qué? No tengo idea; siempre supe cómo era él, me lo demostró hace dos años. Debo salir de este palacio lo antes posible y ayudaré a Amber en lo que pueda para marcharme. Y, si la diosa lo permite, no volver a verlo en mucho tiempo. (...) No recuerdo en qué momento me quedé dormida, pero al abrir los ojos, los rayos de la luna iluminaban parte de mi habitación. Miré mi cuerpo y
Capítulo 6 Nieves. —¿De verdad él te pidió una oportunidad? —preguntó asombrada mi mejor amiga, mientras se llevaba a la boca un pedazo de fruta. —Sí, espero no arrepentirme. Me siento bien, más tranquila después de hablar con él ayer y permitirle que se explicara —respondí, observando cómo los árboles se movían al compás del viento. Amber permaneció en silencio. Giré mi rostro para mirarla y noté una extraña sonrisa en su expresión. —¿Qué? —No sé, hacía mucho tiempo que no te veía así, con esa sonrisa en el rostro —me señaló con el dedo. —¿Qué sonrisa? —fruncí los labios, pero era imposible evitarlo; la sonrisa simplemente aparecía. —Esa sonrisa —rió en voz baja—. Sé que Hunter cometió un error hace dos años y que sufriste. Yo estuve ahí, sufrí contigo. Pero es bueno que le hayas dado una oportunidad. Siempre es bueno hacer las cosas para no quedarte con la duda de “¿qué habría pasado si le hubiera dado la oportunidad?” Y si las cosas salen mal, de los errores se aprende en esta
Capítulo 7 Hunter. He estado caminando de un lado a otro en el salón, con las manos sudorosas, sin entender qué me ocurre, ya que esta no es mi forma habitual de ser. Siempre me he considerado un hombre seguro de mí mismo, pero de repente, esa confianza parece haberse desvanecido, como si se hubiera ido por el desagüe. ¿Y si ella se ha arrepentido? No la culparía; la dejé sola durante dos años, creyendo que era una persona común, y al final resultó ser todo lo contrario. El karma me ha dado una dura lección. Escuché murmullos y al mirar hacia el pasillo, vi que eran las chicas del personal doméstico. Al fijar su mirada en mí, sonrieron, inclinaron la cabeza en señal de respeto y continuaron su camino, murmurando entre ellas y lanzándome miradas curiosas. Solté un suspiro, sintiendo mi estómago pesado, como si miles de piedras lo aplastaran. El aroma del aire cambió repentinamente; aspiré profundamente, llenándome de su fragancia, y volví a mirar hacia el pasillo. Ahí estaba el
Con cuidado, Hunter me llevó de la mano hacia la mesa, donde tomó un gran ramo de flores, en realidad rosas blancas, y me las entregó. Le sonreí sinceramente mientras él retiraba una silla, me senté y él la empujó un poco, dejándome a escasos centímetros de la mesa. —Nunca pensé que el gran Rey Hunter pudiera ser tan romántico —dije, dejando el ramo sobre mi regazo y apoyando mis codos sobre la mesa, descansando mi barbilla en la palma de mi mano derecha. —Bueno, en realidad no lo soy, pero quería que este momento fuera especial. Tienes una mala impresión de mí y quiero cambiar eso; no soy tan malo como parezco —respondió, adoptando una postura similar, apoyando su barbilla en la palma de su mano izquierda. —¿Entonces en realidad no eres promiscuo? —Claro que no, solo disfruto del buen sexo sin ataduras —se encogió de hombros, restándole importancia. —Eso implica que eres promiscuo y careces de la capacidad para establecer una relación sana —me burlé. —Nieves, estuve solo durante
Hunter. Me quedé observando la espalda desnuda de Nieves mientras se desvanecía por el pasillo hacia su habitación. La noche había sido maravillosa; Nieves tenía un gran sentido del humor, era alegre y siempre se preocupaba por los demás. Lo sabía por las historias que compartía sobre su familia y amigos. Era una persona amable, y lo confirmé cuando, antes de regresar a casa, tuvimos que parar a poner gasolina. Al bajarme del coche, escuché un golpe en la parte trasera y me acerqué para ver qué sucedía. Encontré a un adolescente tirado en el suelo, con la frente y la nariz sangrando, y su patineta a un lado. Gruñí para mis adentros al ver la abolladura en mi auto. Fue entonces cuando sentí la presencia de Nieves, quien se lanzó al suelo sin dudarlo, sin preocuparse por ensuciar su vestido con tierra y sangre. Se puso a limpiar las heridas del joven lobo y entabló una conversación amistosa con él. Noté cómo se sonrojaba cada vez que ella le sonreía o le daba cariño. "Te envidio, chic
**Hunter** Después de atender mis necesidades, salí al pasillo, listo para comenzar el día. No había tenido un buen descanso; la noche anterior, al hablar con Nieves sobre lo sucedido con Leah, ella mostró comprensión y nos quedamos conversando un buen rato en su habitación. En un momento, Nieves se acomodó en su cama mientras continuábamos la charla, y al quedarse dormida, me levanté del pequeño sillón donde estaba sentado, la arropé, le besé la cabeza y salí a mi habitación. Sin embargo, no logré dormir bien, principalmente porque ella no estaba a mi lado. Al pasar junto a la habitación de Nieves, noté que la puerta estaba entreabierta. Me asomé un poco y el aire estaba impregnado de su fragancia. Cerré los ojos y respiré profundamente, intentando aferrar ese aroma que me estaba volviendo loco. Al abrir los ojos, me encontré con ella frente a mí, sonriendo de manera encantadora. —¿Estás oliendo mi habitación?— me preguntó en tono burlón, mientras se hacía una coleta. —No... no..
Prólogo Si hace menos de cuatro horas me hubieran dicho que hoy encontraría a mi alma gemela, y que ella sería simplemente la hija del florista de una manada tan distante de mi reino, no lo habría creído. —¿Qué harás? —preguntó mi mejor amigo y rey beta. —Nada, si tengo suerte, nunca la volveré a ver —respondí mientras observábamos a través de las ventanas de mi todoterreno. —¿Pero ella no se dio cuenta? —Escapé antes de que ella me mirara. —¿Estás seguro de lo que quieres hacer? —lo miré con seriedad, antes de volver la vista hacia el lugar donde se encontraba mi compañera. —Tan seguro como me llamo Hunter Müller Gold. Encendí el motor de mi todoterreno y me preparé para salir de aquel sitio. Sin mirar atrás, dejamos atrás aquella manada que solo me había traído desdichas. No deseaba a alguien como ella; era tan sencilla, con su cabello castaño y ojos aceitunados. No sé por qué, pero esa noche en el bar, su aroma me enloqueció, y cuando seguí ese dulce olor, la vi, y todas mi