REALIDADES MATAN LA ILUSIÓN.

Toqué la puerta antes de entrar y un “adelante” se escuchó. De repente un dolor de cabeza se manifestó en mí. Hice un gran esfuerzo para mantenerme firme ante los ojos de Rodolfo. Apenas entré al despacho, Adrián se levantó y fue hacia mí.

—Espero que a ese tal Guillermo le haya quedado todo claro —fue lo primero que dijo al acercarse. No le contesté. Rodolfo se levantó de la silla que reposaba detrás del escritorio y se aproximó a nosotros.

—Yo espero haber sido claro contigo y también con Adrián —nos recordó.

—¿Padre, acaso no fui lo suficientemente conciso? ¡No quiero a Eva! —replicó.

—Está bien, al parecer no me he explicado bien y voy a aprovechar que Estefanía llegó para tratar de hacerte entrar en razón.

—De una vez te advierto, qué nada de lo que diga me va a hacer cambiar de opinión —sentenció. Rodolfo estaba a punto de perder la paciencia.

—Adrián, tú no puedes hacerle esto a Eva. Primero porque la palabra está empeñada con la dote incluida. Ricardo y yo tenemos muchos conve
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