No habían transcurrido ni quince minutos cuando Violeta volvió para avisarme que un hombre desconocido que se hacía llamar Aldo Montenegro solicitaba hablar conmigo. Aquel aviso me hizo caer en la cuenta nuevamente de que nada de lo que viví durante los últimos días era parte de un sueño, si no que habían sido escenas reales muy vividas. Quedé por un instante en silencio, recordando las palabras de aquel ser que dijo ser mi padre: “Un tercero vendrá, en forma de hombre maduro.” —Dime ¿Lo hago pasar? —Sí, por favor —le respondí y traté de sonreírle para no preocuparla. Minutos después, la voz de Violeta se hizo sentir nuevamente. —Es por aquí, señor. —Es usted muy amable señora —escuché la voz del hombre; aún no le veía el rostro. —Adrián, el señor Montenegro —anunció Violeta, ya dentro. —Bienvenido señor Montenegro, usted me dirá en que puedo servirle —le dije ya dentro del despacho, Violeta se le acercó. —¿Se les ofrece algo de tomar? —le preguntó al extraño. —Por los momentos
Usted es el resultado de ese afecto y el hecho de concebir un hijo a salvo de ellos y borró su olor a los ojos de ellos. Lo lamentable es que, después de dar a luz, quedó impedida para volver a reproducirse y eso disminuyó su interés entre los clanes. Además, tu abuelo materno, Eleazar, quedó devastado por la muerte de sus hijas y su mundo se desmoronó. Deseaba un buen futuro para ella y la casó con un hombre de abolengo llamado Rodolfo Álamo. —¿Cómo fue ese amor que él sentía por mi madre? ¿Por qué no luchó por ella en lugar de permitir que se casara? Ahora comprendo esa amargura tan intensa en su alma, la tristeza en sus ojos y su rabia por la felicidad de otros… ¡Nací por un decreto! —No juzgues a Nahe sin comprender los motivos, tuvo que hacerlo por tu bien, aún eras muy peque&n
—«¡Debes marcharte esta misma noche!» —dijo Bacco, apenas se hizo visible. Nahe, a su vez, continuó silente y con los ojos cerrados. En eso, los tres hombres se pusieron en círculo, sus ojos internos se iluminaron y sus luces se unieron en un mismo punto. Con asombro observé cómo las luces unidas como un rayo formaron una sola que ascendió hasta el techo, lo traspasó y prosiguió hacia el infinito, como si enviaran un mensaje al cielo. —Existen acciones —manifestó uno de ellos. —Puedo observar la trayectoria, pero la hechicera que lo protege es muy potente, la instruyó con atención. Ella nos observa, me está enviando un mensaje que solicita que no nos entrometamos y que recordemos el pacto —se hizo sentir el otro. —Sé que es su hijo —manifestó Nahe —el olor de la marcada es intenso y ya ha llegado hasta él —un fuerte terremoto interior ocurrió en mí; sabía que se referían a Estefanía—. En un instante, las luces dejaron de brillar, todo volvió a la normalidad; los tres imponen
Mil punzadas, como si se tratasen de alfileres que se me clavaran en la cabeza y en todo el cuerpo, me atacaron de repente.Yahadet me aconsejó que debía respirar profundamente para que la desagradable sensación pasara. —¿Te encuentras bien Adrián? —me preguntó Nahe al verme en tan mal estado. —Siento que el aire me asfixia, me lastima —contesté con dificultad; Nahe se situó a mi lado. —Eso está en tu cabeza, lo que te perjudica no es el aire, sino la esencia de tu oponente, o, mejor dicho, la hechicera negra que lo protege. Su esencia es la magia en el estado más puro, por lo que no permitas que su fuego te consuma y mucho menos que cambie e intervenga en tu mente, bloquearlo… —seguidamente, me tomó del rostro con fuerza. Traté de quitar sus
Estefanía. Los gritos siguieron llenando el silencio de la casa. Rodolfo subió apresuradamente hacia la habitación de su esposa y luego, desde la ventana, les hizo señas a Guillermo y al sacerdote para que lo siguieran. Por la mirada incómoda, pude deducir que algo nefasto pasó y tenía que ver con Lilian, de eso no tenía la menor duda. Perturbada, quise abandonar aquella casa y así lo hice cuando oí los sollozos de Elizabeth. A gritos decía que Lilian había muerto, confirmando mis sospechas. Salí corriendo de la casa sin rumbo fijo; quería abandonar toda aquella podredumbre a muerte que inundaba cada rincón de la hacienda. No podía creer que aquella criatura estuviera muerta y, al mismo tiempo, tenía sentido; yo la vi arder entre las llamas, luego salió volando en forma de un pájaro negro por la ventana de mi habitación. ¿Acaso todo había sido un sueño muy real? —¡Qué locura diabólica es esta! —exclamé mientras regresaba la angustia de mi pesar para reencontrarme con una visió
—¡Niña, Estefanía! ¿Qué está haciendo aquí, tirada? —exclamó Rosa, sorprendida, tomándome por los brazos y sacudiéndome con fuerza—. —La locura viene hacia mí, Rosa, ya no puedo escapar —balbuceé. Ella colocó su mano en mi frente para ver si tenía fiebre. —Hija mía, una noche eterna, parece haberse posado sobre esta hacienda y, que Dios me perdone por lo que voy a decir, pero la muerte de Lilian me trajo tranquilidad. —¿Entonces es cierto? ¡Realmente falleció! —aunque sabía que esa diabla estaba muerta, mi mente no lo creía, percibía que algo más potente y negro ocurría. —Sí, el patrón mandó por el médico. La señora Elizabeth no para de llorar. Sal&iacut
Adrián. Mis ojos contemplaban el líquido azul contenido en el recipiente de cristal. Recordando las explicaciones de Yahadet, quité la tapa del pequeño frasco y me lo tomé sin respirar hasta la última gota, dejando de un lado el temor del efecto que aquel brebaje podía producirme. Si era la muerte, entonces ya era tarde, pero debía arriesgarme; lo que había vivido los últimos días fue muy real. Pude sentir cómo el líquido recorrió mi cuerpo, penetró en mis venas, primero frío y luego tibio; noté cómo los rabihats de mi cuerpo se iban volviendo azul como los vi en ellos; giré para colocarme de espalda frente al espejo; detallé los de mi espalda y vi que también se tiñeron de azul. Hice todo tal y como me lo indicaron los centinelas, di instrucciones en la casa y dejé todo arreglado para mi partida, aunque Violeta y Pablo mostraron cara de no estar de acuerdo por lo rápido de mi estadía. El tiempo apremiaba. Me recosté un momento, sentí cómo mis músculos se relajaban y se me despe
Estefanía. Fueron mis nervios lo que produjeron que escuchara ruidos. Era consciente de que Rodolfo no tenía cabeza para examinar el pasadizo, su mente estaba concentrada en la muerte aparente de ese demonio con largos colmillos. El recuerdo de Joaquina me cogió desprevenida; la echaba de menos y no había ningún día en el que no me preguntara si ella estaría bien, al igual que no había ningún día en el que no le pidiera a Dios y a mi madrina que la protegieran. ¡Cuánta falta me hacía su compañía! De estar cerca mi carga sería más llevadera. Dejé a un lado mi nostalgia y recordé la muerte de Lilian; tenía que llenarme de valor y hablar con el sacerdote Arístides, pero antes debía averiguar cómo acceder por esa puerta que tenía grabada la misma marca que le salía