Solamente les pido un favor... ¡Disfruten!
Minutos más tarde. Acompañé a Guillermo hasta la entrada de la casa como me lo pidió Rodolfo. Durante todo el camino anduvimos silentes, me sentí nefastamente apenada y herida. Guillermo también lo estaba. Por fin llegamos al portal. La noche era apacible y una hermosa luna adornaba el cielo nocturno, entretanto, la incómoda despedida estaba por llegar. —Bueno, ya hemos llegado a la puerta —manifestó Guillermo tratando de esbozar una sonrisa que no le llegó a los ojos. Ahí comprendí lo que él me quería decir en la sala, en torno a mi sonrisa. —No sé qué decirle, en este momento una insoportable vergüenza me posee —musité sin querer ver su rostro. —Por favor, Estefanía, toda esta incómoda situación ha sido una confusión y si no has hecho nada malo; entonces, no hay motivos para tal vergüenza. Soy yo él, qué se siente apenado por haberle traído problemas —dijo con voz caballerosa. —¿Cómo podría saber usted lo que sucedía…? —le recordé. —Lo intuí la primera vez que vine, pero mi alm
Toqué la puerta antes de entrar y un “adelante” se escuchó. De repente un dolor de cabeza se manifestó en mí. Hice un gran esfuerzo para mantenerme firme ante los ojos de Rodolfo. Apenas entré al despacho, Adrián se levantó y fue hacia mí.—Espero que a ese tal Guillermo le haya quedado todo claro —fue lo primero que dijo al acercarse. No le contesté. Rodolfo se levantó de la silla que reposaba detrás del escritorio y se aproximó a nosotros.—Yo espero haber sido claro contigo y también con Adrián —nos recordó.—¿Padre, acaso no fui lo suficientemente conciso? ¡No quiero a Eva! —replicó.—Está bien, al parecer no me he explicado bien y voy a aprovechar que Estefanía llegó para tratar de hacerte entrar en razón.—De una vez te advierto, qué nada de lo que diga me va a hacer cambiar de opinión —sentenció. Rodolfo estaba a punto de perder la paciencia.—Adrián, tú no puedes hacerle esto a Eva. Primero porque la palabra está empeñada con la dote incluida. Ricardo y yo tenemos muchos conve
Estefanía. — Estefanía —dijo Adrián, acercándose rápidamente a mí. Yo lo detuve. —Te suplico qué no des un paso más hacia mí. —No seas injusta, yo no sabía de esto —Adrián tenía la mirada cristalizada. —Precisamente por qué no lo sabías… Yo no voy a hacer el ancla que te lleve a la ruina. —¿Es que tú aún no entiendes qué mi ruina sería perderte? —Su voz era suplicante. —¡Por favor, Adrián! ¿Acaso no escuchaste a tu padre? ¿No fueron tus ojos los que leyeron esos papeles? —Estefanía, esto aún no está perdido y yo no me voy a dar por vencido. Apenas mi abuela, mejore, voy a viajar a España —aquella noticia que me acababa de dar fue la cuchillada más profunda que recibí aquel día; el hecho de tener que separarnos me dejó desbastada. De pronto las lágrimas nublaron la imagen de Adrián. Él se acercó rápidamente al verlas y las secó con el dorso de sus manos tibias. —No llores, no me gusta verte así. Si voy a España es porque quiero solucionar lo de los negocio
Tal cual, cómo me lo dijo el pequeño, encontré a Joaquina cerca del río. Sus facciones denotaban pavor. Entonces vi que discutía con Elizabeth. La mujer la agarró por los cabellos con fuerza y la obligó a arrodillarse ante ella. Pude leer en la cara que la amenazaba. La imagen me llenó de una rabia feroz que se transformó en ira ¡Ya era suficiente!, hacía poco me dejó mal parada delante de Guillermo y ahora maltrataba a Joaquina...! —¡Suéltala! —le grité vuelta una fiera. Elizabeth me miró sorprendida y de golpe soltó a Joaquina empujándola. Ella cayó al suelo muy asustado y varias lágrimas surcaron su rostro. —¡Crees qué porque mi madrina esté en cama, te da derecho de maltratar a las personas que aquí trabajan! —reñí con unas ganas intensas de golpearla. —Qué forma tan educada de hablar sobre tu amiga, por qué no la llama por su verdadero nombre: ¡esclava! —¡Por qué para mí no lo es! —No pienso discutir contigo, esta india harapienta me faltó el respeto y la voy a hacer pagar —
Estefanía.El día había amanecido triste, a pesar de que el sol era radiante, no calentaba mi alma. Existían motivos para continuar con mi tristeza; Joaquina desapareció de la hacienda varias semanas antes, en un momento temí y llegué a pensar que Elizabeth le había hecho daño. Rosa me confesó que Joaquina se había marchado al siguiente día de la disputa con Elizabeth. No se fue sola, Casimiro se marchó con ella. Lo que más me dolió de su decisión era qué ni siquiera me dijo adiós. Esos días fueron para mí un suplicio, temía que alguien, enviado por Elizabeth, los hubieran atrapado y castigado por haberse fugado. Ese mismo día llegó el notario más temprano que las otras veces, Rodolfo no estaba y Elizabeth aún dormía. De aquella conversación nada supe, puesto que mi madrina dio la orden que los dejaran solos. Ni siquiera Adrián pudo entrar.Aquel comportamiento de Ana Álamo me preocupó; entre nosotras nunca existió secretos y aquel sigilo con que acompañaba sus decisiones, últimamente,
Podía sentirlo en todo aquel entorno, pero estaba tan devastada por ver a mi madrina tan frágil, hablando tantas incoherencias, que el recuerdo acabó con la poca paz que logré admirando el río. Caminé entre las piedras que circundaban el río, hasta llegar a un estanque natural completamente cristalino. Conocía su existencia por boca de Joaquina, era allí dónde se citaba con Casimiro y de verdad que era un sitio hermoso, mucho más de lo que imaginé. No pude evitar que las lágrimas aparecieran nuevamente ante el recuerdo, las limpié con el dorso de la mano y continúe caminando por las rocas que sobresalían cerca del estanque.—Estefanía… —oí mi nombre. Grité y giré exaltada para darme cuenta de que era Adrián quien se acercaba a mí con pasos apremiantes, aquello logró que perdiera el equilibrio y fuera a dar dentro del estanque hundiéndome completamente entre las aguas del río. A pesar de que no sabía nadar, el sumergirme en el agua tuvo un efecto anestésico en mí que lejos de asustarme,
Momentos más tarde. Me tambaleé hasta su cama, mis piernas no respondían mis órdenes. Rodolfo se levantó de la silla que reposaba cerca del médico que hacía la carta de defunción, los dos hombres, al verme, se apartaron para que yo me acercara a ella. La expresión de mi rostro logró que Rodolfo volviera a llorar.Tomé sus manos entre las mías, estaban sin el calor habitual que tantas veces me arropó y acarició. Aquel contacto logró desvanecerme y sentí un fuerte golpe en la boca de mi estómago.—Me dejaste sola… Esto me parece un mal sueño. Hace apenas unos días te tenía y ahora ya no estás —logré decir con dificultad. Mis palabras me dolieron y me abrieron desde adentro como si se tratasen de cuchillas. Sentí la mano de Rodolfo posarse sobre mi espalda. El doctor decidió salir para dejarnos a él y a mí, vivir el dolor qué nos embargaba y nos unía.—Siento que me muero —rompí a llorar nuevamente y me fui sobre el cuerpo de mi madrina. Lloré desconsoladamente sobre su pecho sin vida, s
Desperté de golpe y con la respiración agitada. Arrodillado cerca de mí estaba Adrián con los ojos cerrados murmurando palabras que no entendí. Tenía su mano puesta sobre mi frente. —Adrián, ¿qué haces aquí? —Le pregunté. Él abrió los ojos—. ¡Debo estar soñando aún! —fue mi primera reacción al ver sus ojos negros cambiando a verdes y brillantes—. ¿Dios mío, quién eres? —Inquirí levantándome rápidamente de la cama. Él no respondió, estaba como ido y frente a mis ojos el verde de los suyos, se fue apagando para volver a poseer su color natural. Permanecí sin habla ante aquella visión. Adrián perdió el conocimiento. Lo tomé en mi regazo y coloqué su cabeza sobre mi falda. Estaba caliente; entonces acerqué una almohada y sé, la coloqué debajo de la cabeza y fui rápidamente a buscar agua. Escuché los cánticos de las oraciones que elevaban en nombre de mi madrina, cuyas letanías me devolvieron a la única realidad que en ese momento me importaba: ¡Ella estaba muerta! Rosa subía en pasos ap