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Cuando llegamos al aparcamiento casi me caigo de culo al ver Porsche 911 turbo S, mi mirada se pierde en la brillante pintura negra. Santo Dios, espero que sea de alquiler, porque, joder... ¡Quiero conducirlo!

Sam me dirige una mirada de superioridad ante mi cara de susto y mi boca entreabierta por la impresión. Sus ojos bicolores adoptan ese brillo paternal cuando devoro el coche con la mirada.

Me llevo la mano al pecho y corro hasta él para poder tocarlo.

—Dime que es de alquiler —murmuro en tono suplicante.

—No..., me lo compré al tercer día de llegar —contesta con una sonrisa que deja a la vista sus perfectos dientes blancos.

¡Jo! Entonces estoy segura de que tengo vetado el asiento del conductor, dado lo desconfiado que es para permitirme conducir sus juguetes... Pero me lo debe, ya que le deje conducir mi Audi.

Al instante en que hago el amago de hacer un puchero, se tapa

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