Te amo

Nicolás

Me dejaron en una sala pequeña después de la pelea, con dos guardias de seguridad apostados en la puerta, como si fuera un criminal. La sangre de mi labio partido goteaba sobre mi camisa, pero no me importaba. Mi mente era un torbellino de rabia y frustración. Jhoss... ese maldito se había llevado todo de mí, y ahora también quería a mi hija.

Una enfermera entró con una bandeja de primeros auxilios, su rostro amable pero tenso.

—Señor, déjeme limpiarle las heridas —dijo con voz baja.

No contesté, simplemente incliné la cabeza, dejándola hacer su trabajo. Mientras pasaba una gasa húmeda por mi rostro, el ardor me hizo apretar los dientes.

—Esto no va a resolver nada, ¿sabe? —murmuró de repente.

La miré con el ceño fruncido.

—¿De qué habla?

—De la pelea, del caos. Mónica está en una condición muy delicada, y esto no le hace ningún bien a nadie. Ni a usted ni a su hija.

Su mención de Mónica fue como un golpe en el pecho.

—¿Cómo está? —pregunté, mi voz más suave de lo que esperaba
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