MónicaEl cumpleaños número dos de nuestra pequeña Josselyn llegó más rápido de lo que esperaba. Parecía que había sido ayer cuando la sostenía en mis brazos por primera vez, tan pequeña y frágil, y ahora estaba corriendo por toda la casa, llena de energía y alegría. Jhoss y yo habíamos comprado una casa hermosa con un jardín amplio, el lugar perfecto para celebrar este día tan especial.Estábamos emocionados por la fiesta. Decoramos el jardín con guirnaldas de colores, globos y una mesa central llena de dulces y pastelitos temáticos. Josselyn estaba obsesionada con los unicornios, así que todo tenía detalles mágicos y brillantes.A pesar de la emoción del día, llevaba varios días sintiéndome mal, cansada y un poco mareada. No le había mencionado nada a Jhoss porque no quería preocuparlo. Así que, en secreto, me hice unos análisis de sangre. Cuando vi los resultados, mi corazón se llenó de emoción y nervios: estaba embarazada.Decidí que lo mejor sería contárselo antes de la fiesta. Q
MónicaTodo parecía estar marchando tan bien. La consulta con la ginecóloga fue un alivio, todo estaba perfecto. Ya tenía tres meses de gestación y el bebé estaba creciendo sano y fuerte. Jhoss y yo estábamos felices, como si el universo finalmente estuviera de nuestro lado. La sonrisa en su rostro mientras me tomaba la mano durante la consulta me hacía sentir que finalmente todo tenía sentido, que todo lo que habíamos vivido nos había llevado a ese momento de felicidad.Mientras regresábamos a casa, el sol comenzaba a ponerse, tiñendo el cielo de naranja y rosa, un color que me parecía simbólico. Todo estaba bien, o eso pensaba. Cuando llegamos al estacionamiento de la casa, algo sucedió. De repente, Jhoss cayó al suelo, y antes de que pudiera reaccionar, vi que su rostro se tornaba pálido. Un líquido rojo comenzó a salir de su nariz, y en cuestión de segundos, mi corazón se aceleró con una mezcla de pavor y confusión.—¡Jhoss! —grité, corriendo hacia él y tratando de sacudirlo, pero
MónicaCuando finalmente me dejaron entrar a la habitación, mis pasos eran pesados, como si llevara el peso de todo el mundo sobre mis hombros. El aire parecía más denso, cargado de tristeza y desesperación. Jhoss estaba ahí, sentado en la cama del hospital, mirando hacia la ventana. Su perfil, que siempre me había parecido tan fuerte y seguro, ahora se veía más delgado, más frágil. La luz que entraba por la ventana iluminaba su rostro de una manera casi cruel, resaltando el cansancio en sus ojos.Me acerqué despacio, tratando de controlar las lágrimas que ya luchaban por salir. No quería que me viera así, rota, pero era imposible. Cada paso hacia él hacía que mi corazón se quebrara un poco más.—Jhoss… —mi voz apenas fue un susurro. Él giró la cabeza lentamente hacia mí y, para mi sorpresa, me sonrió. Esa sonrisa suave y familiar que siempre lograba calmar mis tormentas, aunque ahora parecía cargada de una tristeza que no podía ocultar.—Mónica —dijo con voz serena, aunque su tono te
JhossLa tarde estaba tranquila, y la casa se sentía demasiado silenciosa sin las risas de Mónica y nuestra hija llenándola. Ellas habían salido con mi madre a dar un paseo, y yo sabía que este era el momento perfecto para lo que tenía que hacer. Tomé el teléfono, mis manos temblaban mientras marcaba el número.—¿Jhoss? —La voz de Nicolás al otro lado de la línea sonaba sorprendida—. ¿Qué necesitas?—Necesito que vengas a verme. Es importante —le respondí, tratando de sonar más fuerte de lo que me sentía en ese momento.No tardó mucho en llegar. Cuando entró al salón, llevaba una expresión seria, como si intuyera que algo andaba mal. Nos saludamos con un apretón de manos breve, y le indiqué que se sentara.—¿Qué pasa, Jhoss? ¿Por qué me llamaste? —preguntó, inclinándose hacia adelante en su asiento.Respiré hondo, sintiendo cómo el peso de lo que iba a decir me aplastaba el pecho. No sabía cómo empezar, pero sabía que debía hacerlo.—Nicolás, te llamé porque necesito pedirte algo. Alg
MónicaEl día había llegado. Era nuestra cita con el ginecólogo, y la emoción y el nerviosismo se mezclaban en mi pecho. Hoy descubriríamos el sexo del bebé, y aunque las circunstancias no eran las ideales, quería que este momento fuera perfecto.Miré a Jhoss mientras terminaba de arreglarse. Su rostro estaba pálido, y sus movimientos eran más lentos de lo habitual, pero aun así, estaba decidido a acompañarme.—¿Estás seguro de que quieres venir? —le pregunté mientras le ayudaba a abotonarse la camisa.Él me miró y esbozó una leve sonrisa.—Claro que sí, Mónica. No me perdería esto por nada del mundo.Asentí, aunque la preocupación me apretaba el pecho. Había estado tan débil últimamente que cada pequeño esfuerzo me aterraba, pero sabía que su fuerza no solo venía de su cuerpo, sino de su amor por nosotros.Cuando llegamos al consultorio, el ambiente era cálido y acogedor. La recepcionista nos saludó con una sonrisa, y después de un breve momento de espera, la doctora nos llamó.—¡Món
MónicaHabíamos tenido unos días de paz. Días tranquilos, llenos de pequeños momentos de felicidad que atesoré como si fueran oro. No podía evitar sentirme agradecida por cada sonrisa, por cada instante que Jhoss compartía con nosotras a pesar de su fragilidad. Esa noche, nuestro aniversario, quise que fuera especial.Habíamos organizado una cena íntima, rodeados de amigos cercanos, compañeros de su empresa, Nicolás, y su madre. Jhoss insistió en que todo debía ser perfecto. Aunque su cuerpo le exigía descanso, su espíritu seguía siendo fuerte. Yo lo veía y me enamoraba más de él, admirando su valentía.La casa estaba decorada con luces cálidas y velas que llenaban el ambiente de un aire acogedor. La mesa estaba impecable, con un menú que habíamos planeado juntos. Todo parecía en su lugar.—¿Listo, amor? —le pregunté mientras me aseguraba de que su corbata estuviera bien ajustada.—Más que listo —respondió con una sonrisa débil pero auténtica—. Este día es para nosotros.Nuestros invi
MónicaNo sé cómo encontré las fuerzas para hacerlo, pero me acerqué a Jhoss, sintiendo el peso de cada palabra que estaba a punto de pronunciar. Su respiración era débil, su rostro sereno pero marcado por el cansancio de una lucha que duró más de lo que cualquiera habría soportado.Me incliné hacia él, mis labios temblorosos junto a su oído, y le susurré lo más difícil que jamás había dicho:—Puedes irte en paz, mi amor. No quiero seguir siendo egoísta. Tienes derecho a descansar. Si hay otra vida, te buscaré. Te amo con todo mi ser, y cuidaré de nuestros hijos y de tu madre. Pero ya no te aferres más al dolor... puedes irte, Jhoss.Mi voz se quebró, las palabras ahogadas en lágrimas que no dejaban de caer. Lo observé mientras mis dedos acariciaban suavemente su cabello, grabándome cada detalle de su rostro, cada línea que contaba nuestra historia. En ese momento, el mundo pareció detenerse.Jhoss tomó una última respiración profunda, como si estuviera reuniendo toda su energía para
MónicaLa noche había sido tranquila hasta ese momento, o eso pensé. Estaba profundamente dormida, agotada por el peso del día, cuando un dolor punzante me atravesó el vientre, arrancándome del sueño. Me incorporé de golpe, jadeando, y al mirar hacia abajo, sentí cómo el pánico me invadía: había sangre en las sábanas.—¡No, no, no! —grité, temblando mientras intentaba levantarme.Mis manos temblaban tanto que apenas pude agarrar mi teléfono. Solo había una persona a la que podía llamar en ese momento: Nicolás. Su número fue lo primero que marqué, y cuando contestó, su voz sonó preocupada, adormecida.—Mónica, ¿qué pasa?—¡Nicolás! —grité desesperada, mi voz quebrada por el miedo—. Algo anda mal... el bebé... hay sangre.—Voy para allá. No te muevas, ¿me escuchaste? Mantente tranquila. Estoy en camino.Pero, ¿cómo podía mantenerme tranquila cuando mi bebé, lo único que me quedaba de Jhoss, estaba en peligro? El tiempo que tardó en llegar parecía eterno. Cada segundo se sentía como una