JhossLa tarde estaba tranquila, y la casa se sentía demasiado silenciosa sin las risas de Mónica y nuestra hija llenándola. Ellas habían salido con mi madre a dar un paseo, y yo sabía que este era el momento perfecto para lo que tenía que hacer. Tomé el teléfono, mis manos temblaban mientras marcaba el número.—¿Jhoss? —La voz de Nicolás al otro lado de la línea sonaba sorprendida—. ¿Qué necesitas?—Necesito que vengas a verme. Es importante —le respondí, tratando de sonar más fuerte de lo que me sentía en ese momento.No tardó mucho en llegar. Cuando entró al salón, llevaba una expresión seria, como si intuyera que algo andaba mal. Nos saludamos con un apretón de manos breve, y le indiqué que se sentara.—¿Qué pasa, Jhoss? ¿Por qué me llamaste? —preguntó, inclinándose hacia adelante en su asiento.Respiré hondo, sintiendo cómo el peso de lo que iba a decir me aplastaba el pecho. No sabía cómo empezar, pero sabía que debía hacerlo.—Nicolás, te llamé porque necesito pedirte algo. Alg
MónicaEl día había llegado. Era nuestra cita con el ginecólogo, y la emoción y el nerviosismo se mezclaban en mi pecho. Hoy descubriríamos el sexo del bebé, y aunque las circunstancias no eran las ideales, quería que este momento fuera perfecto.Miré a Jhoss mientras terminaba de arreglarse. Su rostro estaba pálido, y sus movimientos eran más lentos de lo habitual, pero aun así, estaba decidido a acompañarme.—¿Estás seguro de que quieres venir? —le pregunté mientras le ayudaba a abotonarse la camisa.Él me miró y esbozó una leve sonrisa.—Claro que sí, Mónica. No me perdería esto por nada del mundo.Asentí, aunque la preocupación me apretaba el pecho. Había estado tan débil últimamente que cada pequeño esfuerzo me aterraba, pero sabía que su fuerza no solo venía de su cuerpo, sino de su amor por nosotros.Cuando llegamos al consultorio, el ambiente era cálido y acogedor. La recepcionista nos saludó con una sonrisa, y después de un breve momento de espera, la doctora nos llamó.—¡Món
MónicaHabíamos tenido unos días de paz. Días tranquilos, llenos de pequeños momentos de felicidad que atesoré como si fueran oro. No podía evitar sentirme agradecida por cada sonrisa, por cada instante que Jhoss compartía con nosotras a pesar de su fragilidad. Esa noche, nuestro aniversario, quise que fuera especial.Habíamos organizado una cena íntima, rodeados de amigos cercanos, compañeros de su empresa, Nicolás, y su madre. Jhoss insistió en que todo debía ser perfecto. Aunque su cuerpo le exigía descanso, su espíritu seguía siendo fuerte. Yo lo veía y me enamoraba más de él, admirando su valentía.La casa estaba decorada con luces cálidas y velas que llenaban el ambiente de un aire acogedor. La mesa estaba impecable, con un menú que habíamos planeado juntos. Todo parecía en su lugar.—¿Listo, amor? —le pregunté mientras me aseguraba de que su corbata estuviera bien ajustada.—Más que listo —respondió con una sonrisa débil pero auténtica—. Este día es para nosotros.Nuestros invi
MónicaNo sé cómo encontré las fuerzas para hacerlo, pero me acerqué a Jhoss, sintiendo el peso de cada palabra que estaba a punto de pronunciar. Su respiración era débil, su rostro sereno pero marcado por el cansancio de una lucha que duró más de lo que cualquiera habría soportado.Me incliné hacia él, mis labios temblorosos junto a su oído, y le susurré lo más difícil que jamás había dicho:—Puedes irte en paz, mi amor. No quiero seguir siendo egoísta. Tienes derecho a descansar. Si hay otra vida, te buscaré. Te amo con todo mi ser, y cuidaré de nuestros hijos y de tu madre. Pero ya no te aferres más al dolor... puedes irte, Jhoss.Mi voz se quebró, las palabras ahogadas en lágrimas que no dejaban de caer. Lo observé mientras mis dedos acariciaban suavemente su cabello, grabándome cada detalle de su rostro, cada línea que contaba nuestra historia. En ese momento, el mundo pareció detenerse.Jhoss tomó una última respiración profunda, como si estuviera reuniendo toda su energía para
MónicaLa noche había sido tranquila hasta ese momento, o eso pensé. Estaba profundamente dormida, agotada por el peso del día, cuando un dolor punzante me atravesó el vientre, arrancándome del sueño. Me incorporé de golpe, jadeando, y al mirar hacia abajo, sentí cómo el pánico me invadía: había sangre en las sábanas.—¡No, no, no! —grité, temblando mientras intentaba levantarme.Mis manos temblaban tanto que apenas pude agarrar mi teléfono. Solo había una persona a la que podía llamar en ese momento: Nicolás. Su número fue lo primero que marqué, y cuando contestó, su voz sonó preocupada, adormecida.—Mónica, ¿qué pasa?—¡Nicolás! —grité desesperada, mi voz quebrada por el miedo—. Algo anda mal... el bebé... hay sangre.—Voy para allá. No te muevas, ¿me escuchaste? Mantente tranquila. Estoy en camino.Pero, ¿cómo podía mantenerme tranquila cuando mi bebé, lo único que me quedaba de Jhoss, estaba en peligro? El tiempo que tardó en llegar parecía eterno. Cada segundo se sentía como una
Había estado casada con Niholas durante ocho años, los cuales podría asegurar, que eran los mejores de toda mi existencia.La vida nos sonreía grandemente, el era un empresario, inteligente, audaz, un verdugo en los negocios, en la oficina demostraba ser una persona implacable y con un carácter fuerte, pero nada es lo que parece, conmigo era el hombre más amoroso, el más detallista del mundo, extrovertido, hogareño, horneaba Galletas, cocina delicioso, un poco celoso, hacia de mis días una maravilla.Siempre recibía un enorme ramo de rosas rojas, era una rutina entre ambos, lo que hacía especial cada detalle diario, eran sus divertidas cartas, siempre que me entra gabán el arreglo, también anexaban un lindo sobre, ya sabía su juego así que esperaba diariamente la llegada de sus obsequios.Nos conocimos en la escuela, y desde entonces, no nos habíamos separado, estudiamos en la misma universidad y vivíamos en la misma urbanización.Éramos muy felices hasta que aprobamos el tercer año d
Luego de graduarme que costó mucho conseguir un empleo, pero trabaje durante seis largos meses en una panadería, sabía que no era lo que había estudiado, pero necesitaba llevar el pan a la casa, mi tío había enfermado con una fuerte gripe, al principio pensamos que eran un simple catarro, hasta que empezó a vómitar sangre.Fuimos al medico muchas veces, el había ordenado unos unos cuantos estudios, incluyendo Examenes de sangre, fue allí donde descubrimos que tenía VIH, no podía creerlo, el simplemente lloro desconsolado, imaginaba que lo único que pasaba por su mente, era el hecho de que en cualquier momento podía morir, eta enfermedad. Es cara y sin cura alguna, así que, si, moriría, ¿pero acaso todos no íbamos a morir? ¿Cuál. Era la diferencia de un día a otro?Salimos de la consulta con lágrimas en los ojos, pero allí estaba yo siendo fuerte para el, como había sido conmigo, se lo debía, al llegar a casa el quiso hablar, así que nos sentamos en el salón de nuestro pequeño hogar y
Nicolas seguía enviando flores, a diario, haciendo que mis mañanas estuvieran siempre felices.Una tarde estaba terminando mi turno en la panadería, cuando la ex de Nicolas entró muy tomada a el local, enseguida mi cuerpo se herizo y no era porque le tenía miedo, para nada, sino que estaba segura que iba a formarse un enorme problema.La mujer se llamaba Sofia, estudio en nuestra universidad, pero no la misma carrera, ella había estudiado medicina, graduandose con honores y de muy buena familia, o eso decían los chismes de pasillos, en aquel entonces.Mis compañeras intentaron atenderla, pero ella sabía que yo estaba allí, así que me busco, hasta que me encontró, la enfrente, pero para ser sincera me dio pena su estado incluso llegué a preguntarme ¿que le había sucedido?—Tú, eres una plaga que hay que exterminar, me haz robado el amor de Nicolas, te le metiste por los ojos, revolcándote con el, no puedo ver que tengas de bueno, que no tenga yo, soy mejor mujer que tu.Esta mujer no e