Rusia, Moscú, 01 de marzo 2007
La noche fría dejaba a relucir la esplendorosa luna... Que era testigo de la arbitrariedad que se efectuaba esa noche en un callejón de Moscú.
—¿Vas a decirme quién te envió? —las palabras de aquél hombre eran caricias comparadas con los golpes que había recibido esa noche el chico.
—Nunca —aduras penas respondió.
—Realmente eres estúpido, tu amigo dió más pelea, ¿Sabes? —la burla era clara. El chico le escupió la cara, ganándose un nuevo golpe.
Su nariz sangraba, su boca también, respirar le dolía, cualquier movimiento, hacía que sus costillas escocieran.
Su cabeza se estampó contra la mugrienta baldosa. Había recibido la paliza de tres vidas juntas, pero la tortura descabellada no había sido suficiente para revelar lo que esos hombres querían escuchar.
El jefe salió. Para solo tener veinte años, guardaba la suficiente maldad para no sentir empatía por nadie. Su frialdad para matar era impresionante. Calculador, frío, sin corazón... Serían palabras perfectas para describirlo.
—¿Ha dicho algo? —su sombría voz resonó por el muy extenso pasillo.
—No, jefe —uno de sus subordinados contestó.
El hombre de cabellos castaños sacó un arma, apuntó la cabeza del pobre joven y disparó. Un disparo que perdió sonido por la estridente música del casino Bleyer's Cal.
—Maten a cada miembro de su familia, no dejen a nadie vivo. Y si tiene perro, mátenlo también —el hombre se dió la vuelta y entró de nuevo al casino.
Al día siguiente, en los periódicos, fue anunciada la muerte de una familia completa, y la desaparición del hijo de solo diecisiete años. El hermano mayor fue encontrado muerto, con múltiples golpes, signos de tortura y una bala en el cráneo. La madre, el padre y las dos hermanas, fueron encontrados muertos, al igual que el hermano mayor...
¿Dónde está el hijo menor de los hermanos varones...?
¿Por qué los mataron a todos..? Fueron preguntas sin respuestas para la policía, quién, después de años, olvidó el caso.
Miércoles 18 de eneroEl casino esta abarrotado de clientes, ricos, pobres—que solo vienen a gastar lo que no tienen, o a lucir—millonarios, clase media, políticos.Hay de todo un poco, hasta mafiosos, narcotraficantes. Hay rumores de que el mismo Brian, uno de los dueños del casino, tiene negocios ilícitos.Y a decir verdad, me vale, solo soy una mucama, una empleada más de este gran Hotel Casino.La gente se pasea por el lugar, los camareros van perfectamente vestidos.Este es el único día del año, donde nosotros, los empleados, o la chusma—como una ves escuché que nos decía Cintia, la jefa de mucamas—, nos podemos sentir libres.Libres de trabajo, libres de tener que estar todo el día diciendo “si señor” “como usted diga” o “a su orden” me tienen
GénesisSus labios, oh, sus labios...Saben a fresas, mezclado con Whisky, saben a gloria. Se mueven con maestría sobre los míos. La primera vez que beso a alguien, nunca tuve tiempo de conocer hombres, o chicos. Ni pude asistir a la escuela y todo por culpa de mi “trabajo”Alejo esos pensamientos...En una ocasión, por mi inexperiencia, mis dientes chocan contra los de él, pero no pareció importarle mucho.Su erección choca directamente contra mis bragas, húmedas. Sus dedos desatan el nudo del Albornoz, sus manos masajean mis senos y gimo contra su boca.Sus manos viajan por toda mi anatomía, entonces siento su mano descender, trazar un camino hacia mi sexo y me alarmo.Me despego de él como si quemara, su pecho y el mío suben y bajan. Sus ojos brillan con lujuria. Me levanto de la cama.Me pongo las manos en la cabeza.Esto esta mal.No debió pasar.No se repetirá.Si Dim
Saco los auriculares y contesto la llamada.Me levanto para buscar un producto de limpieza y me enredo con unos cables. Trato de salir y pongo el micrófono en su lugar.—Anny, no estoy de humor, espero y sea importante.—Tú nunca estas de humor, solo quiero saber como te fue con tu Romeo Salvador. Sé que fue muy desleal dejarte sola pero ¡es un puto intimidador!—No es para tanto —resoplo—. Pero eso no viene al caso, estoy muy molesta, la perra de Cintia me mandó a limpiar la estúpida ala privada, sabiendo que ese no es mi trabajo.La escucho reír.—Medio extraño, ¿no crees?Sigo limpiando el piso.Esta maldita mancha no quiere salir.—Sí, estoy segura que lo hace porque sabe que odio estar aquí. Donde estos viejos amargados con disfunción eréctil se creen el puto ombligo del mundo.—Wau, de verdad estás molesta. —se carcajea.—¡Es la verdad! Si no fuera por su podri
Su lengua juega con la mía, explora con vehemencia mi boca. Sus manos recorren mi cuerpo y yo no me quedo atrás. Toco su espalda por encima de la ropa.Le hago más espacio para que se acomode entre mis piernas.Jadeo al sentirlo tan duro contra mi.Deja mis labios para besar mi mentón, mi cuello, deja un prologado beso en mi omoplato izquierdo.Sonrío.Vuelve a besarme, pero más lento, más suave. Chupa de una manera tortuosa mi labio inferior. Nuestras leguas se juntan de nuevo.Danzando una con la otra.Sus dedos buscan los botones de mi uniforme y comienzan a quitarlos.—Marcus... —susurro contra su boca.—¿Uhm? —su voz suena más ronca por la excitación.—Aquí no... —le digo.—Está bien —besa mis labios dulcemente.—Tengo que volver a trabajar —musito.—Ajá.Lo miro con una ceja alzada.—Quiero que te vayas, necesito estar sola para limpiar. —digo, son
Mis ojos lo analizan sin pudor.Ese cabello rubio, castaño miel, va perfectamente peinado hacía atrás. Pero tengo deseos de desordenarlo con mis dedos.Ese traje azul oscuro le queda magnífico, y la camisa blanca con dos botones sueltos le daban un aire sexy.Nos observamos por unos segundos, su mirada devoraba cada esquina de mi cuerpo.Abre la puerta para que pase, entro, y escucho como cierra la misma. Miro el interior de la habitación.Hay una mesa para dos en el balcón, está perfectamente decorada. Tiene dos lirios rojos en el centro de la mesa.Marcus me agarra de la mano e intento obviar las sensaciones que su toque provoca en mi cuerpo. Esa electricidad que viaja por mis venas cuándo lo tengo cerca.Me encamina hacia la mesa.—¿Cómo supiste qué los lirios son mis flores favoritas? —inquiero. Él me saca una silla para que me siente—. Gracias.—Un pajarito —sonríe y toma asiento fren
MarcusPor más extraña que a veces parezca, sé, porque algo dentro de mi me lo dice, que ella no me engañaría como lo hizo Clara.Suspiro.Todavía siento algo por esa mujer.Su traición me duele, y la herida sigue igual. Latente. Tampoco es como que haya pasado mucho tiempo desde que me enteré.Saco mi billetera, dónde aún conservo una pequeña foto de ella. Vuelvo a guardarla.Me quito la ropa y me pongo un pantalón de piyama.Me acuesto y me pongo a darle mente al tema de Génesis.Mi bella Génesis, ¿qué estoy haciendo? Pues no lo sé. Dejo que las cosas vayan sin control.Ella es tan difícil, es un enigma que estoy dispuesto a descubrir. Ella y sus ojos verdes. Sus labios rellenos. Me encanta besarla, sentir su piel a escasos centím
Estoy soñando, estoy soñando.—Eres tan hermosa... —susurra acercándose.—No —pongo mi palma para detenerlo.Fortaleza, Génesis, que el hecho de estar desnuda no te amedrente. Que sus pozos azules mirándote como si fueras una diosa no te doblegue.—No me pidas eso, Gen —cierra los ojos por unos segundos.—No me digas Gen, no eres nada mío para tener esas confianzas —espeto duramente.Le quito la toalla y me la pongo.Demonios, quiero llorar.Maldito ruso, como quiero besarte, golpearte, abrazarte, es una disyuntiva que me corroe por dentro.Me toma por los hombros y me mira directamente a los ojos. Azules y verdes en un batalla campal.—¿Por qué no me crees cuándo te digo qué ella fue quién me besó? —su mirada anhelante comienza a derrumba
Termino de ingresar al despacho. Me sirvo un Whisky antes de sentarme frente a él.—Alguien nos robó, asaltaron la bodega que está a las afueras de la ciudad —exclama, pasándose una mano por su cabello castaño.—Eso es imposible, esa bodega está bien resguardada —pronuncio asombrado.—Esto está muy raro, Marcus —espeta enfadado—. Casi nadie sabía sobre esa bodega.—Hay que investigar, tal vez haya un infiltrado —sugiero bebiendo un trago.—Ya empecé con eso, tengo a mi mejor hombre —teclea algo en la computadora—. ¡Dimitri!A los segundos un hombre alto, cabello negro y de facciones gruesas, entra. Debe rondar entre los treinta y algo.—¿Señor? —es ruso, su acento lo delata.—Dimitri, quiero presentarte a mi amigo, Marcus Rusakov —levanta la mirada del computador.Me saluda con un asentimiento de cabeza, que correspondo al instante. Pero hay algo en él que no me gusta, sus ojos me miran con molestia.—