Capítulo |1|

 

Miércoles 18 de enero

El casino esta abarrotado de clientes, ricos, pobres—que solo vienen a gastar lo que no tienen, o a lucir—millonarios, clase media, políticos.

Hay de todo un poco, hasta mafiosos, narcotraficantes. Hay rumores de que el mismo Brian, uno de los dueños del casino, tiene negocios ilícitos.

Y a decir verdad, me vale, solo soy una mucama, una empleada más de este gran Hotel Casino.

La gente se pasea por el lugar, los camareros van perfectamente vestidos.

Este es el único día del año, donde nosotros, los empleados, o la chusma—como una ves escuché que nos decía Cintia, la jefa de mucamas—, nos podemos sentir libres.

Libres de trabajo, libres de tener que estar todo el día diciendo “si señor” “como usted diga” o “a su orden” me tienen mamada con la misma cantaleta.

Bebo un trago del vino, está riquísimo, y cuesta una fortuna. Pero por esta noche olvidaré quien soy y cuál es mi puesto en este hotel.

De fondo, la orquesta Sinfónica suena una estupenda melodía. Beethoven, hace vibrar mis sentidos. Veo como todos se acercan a la tarima.

Es hora de la presentación, el momento que todos esperaban. El segundo dueño del hotel hará su aparición después de años sin pisar suelo estadounidense.

Hay muchos rumores sobre él.

Que es de la mafia rusa, que es un hombre frío y calculador, que esto, que lo otro. Tantas historias y dudo de la veracidad de cada una.

Lo único que sé de él, de lo que estoy segura, es sobre el “apodo” que tiene.

El camaleón.

Como todos lo llaman, porque nunca tiene una sola postura, siempre está cambiando de parecer y sabe muy bien como escabullirse.

En este casino, los rumores corren como pólvora. Y muchos aseguran que solo viene porque tuvo problemas en Rusia.

¿La verdad? No me importa, no me interesa porque eso no me da ningún beneficio.

—Hola, Gen, te andaba buscando —la dulce voz de Karen llega a mis odios. Le sonrío.

Ella es una de las pocas personas que me soporta. Bueno, y Dimitri, también está mi castaña favorita.

Pero Dimitri es otro asunto aparte.

—Pues aquí estoy, haciendo acto de presencia en todo este circo —ruedo los ojos.

—Ese humor negro tuyo.

Mi rubia amiga me conoce bien.

Lleva un hermoso vestido negro, que rosa el suelo, a diferencia del mío, tiene una abertura en la pierna derecha.

—Solo digo la verdad, tanto alboroto por un simple hombre —bufo.

—No es cualquier hombre —asegura mi amiga— Es Marcus Rusakov, uno de los socios, que digo socio, dueño de todo este lugar.

—Y, ¿Por eso es importante? —alzo una ceja.

—¡Claro! —sonreí, ella es tan extrovertida. Muy diferente a mi—. Además, dicen que es muy guapo, todo un bombón. 

—Por Dios, no te creas todo lo que escuchas —el sonido de la música termina.

Queridos invitados —la voz oscura de Brian resuena por el micrófono —. Hoy estamos aquí, para darle la bienvenida a mi amigo, mi hermano. ¡Marcus Rusakov! —las personas aplauden.

Mi amiga me codea porque yo no lo hago. Ni lo haré.

Mis ojos se posan en el hombre que sale, y me trago mis palabras. No es guapo, es lo que le sigue.

Es alto, creo que esta entre el 1.88 o 1.90, su cabello es una mezcla de rubio, castaño y miel. Aunque no estoy cerca, puedo ver sus ojos azules resplandecer.

Una ligera barba adornada su marcada mandíbula, sus cejas son pobladas. Es un hombre extremadamente sexy.

Se le ve muy serio, mirando todo a su alrededor, analizando, familiarizándose con el lugar.

...He aquí mi socio.

Los aplausos continúan hasta que es el tiempo de que él tome el micrófono.

Buenas noches  —¡Dios! Su voz es una dulce melodía, varonil, grabe, dulce en lo mediano de lo posible—. Espero que estén disfrutando, y que siga la fiesta.

Sigo mirándolo embobada, hasta que sus ojos se conectan con los míos. Su frialdad invadiéndome por completa.

Y ahí, parada en ese mar de gente descubrí que tenía que mantenerme lejos de ese hombre, porque solo me traería problemas.

Entonces me puse la máscara de indiferencia y di media vuelta.

—¿Te vas? —pregunta Karen.

—No. Solo daré una vuelta —le sonrío —. Tal vez juegue un poco, ¿quien sabe? —me encojo de hombros—, tal vez mi suerte cambie y gane algo.

—Ojalá —suspira.

Sigo mi camino y me pierdo en el tumulto de gente.

{...}

Demonios, ya la fiesta está por terminar, y yo estoy un poco mareada. Karen se fue para nuestro cuarto hace un rato, porque sí, las dos vivimos en el hotel.

Es más sencillo, y práctico.

Estoy lista para ir por mi próxima copa, cuando la voluptuosa figura de Cintia aparece en mi campo de visión.

Doy media vuelta para marcharme, pero la arpía es más rápida y me intercepta.

—¿Escapando, Mcallister? —su chirriante voz me molesta.

Pero para mi desgracia es mi jefa.

—No, ¿cómo crees? —digo con ironía.

—No estoy para tu "humorcito" —rueda los ojos—. Necesito que acompañes al Sr. Clúster a su habitación.

—¿Qué? ¿cómo por qué tengo que ser yo? —pregunto, desconcertada y molesta.

—Porque soy tu jefa, hazme caso —sonríe con maldad la muy perra.

—Está bien —gruño.

—Se más amable, Génesis.

Respiro, porque es lo único que me queda.

Cintia perra fácil James, es la jefe de mucamas, se cree la muy muy, y no pasa de una gata arrastrada.

Sí, soy muy venenosa, pero con quién se lo merece. No la soporto. No me soporta.

Lindo, ¿no?

Llegamos a una de las barras, donde un borracho Clúster me espera.

Mark Clúster, un millonario de sesenta y cinco años, que se cree de treinta. Es uno de los rabos verdes, como les digo yo. Lleva hospedado un mes aquí en el hotel y es un calvario. El infierno en la tierra. Desde que llegó, no ha parado de ofrecerme dinero para que me acueste con él.

Ni siendo él el último hombre en la tierra, y yo la última mujer. Y de nosotros dependiera la repoblación mundial, ni así me acostaría con él.

Ew...

—Llévalo a su habitación, asegúrate que todo esté en orden.

Se va.

Y me deja con el anciano ebrio.

—Sr. Clúster, venga, vamos ha llevarlo a su habitación.

—Sí, por fin... aceptaras mi propuesta —sonríe victorioso.

Viejo asqueroso.

—No, camine, si no quiere que lo deje ahí tirado.

Lo ayudo a ponerse de pie, el se recarga de mi y vamos directo al ascensor. Siento que alguien me mira.

Volteo y lo veo.

Marcus bebe un trago de su copa, y me mira con profundidad. No hay expresión en su cara.

Esa es la postura que un buen jugador debe tener.

Sigo mi camino, a duras penas puedo con este vegete. Lo meto al ascensor y lo último que veo antes de que las puertas metálicas se cierren, son esos dos faros azules.

—Camine —le ordeno.

Llegamos a la última planta, aquí es dónde están las suites presidenciales. Aunque las habitaciones más grandes es tan abajo de estas.

—Deme la tarjeta.

—No... yo... abro...

Estúpido borracho.

Entramos a la lujosa habitación, pongo al Sr. Clúster en la silla y me dispongo a quitar las almohadas.

Lo veo pararse, y mi ceño se frunce cuando lo veo hacerlo sin tambalearse.

¿No qué estaba borracho?

Mis alarmas se activan, cuándo lo veo cerrar la puerta.

—¿Qué hace? —mi voz es firme, no le mostraré que estoy que me cago de los nervios.

—La vamos a pasar muy bien, no te preocupes.

—Está loco —digo cuándo se acerca.

—No te resistas, yo sé que quieres.

Me toma de la muñeca.

—No, suélteme.

Sus asquerosas manos rompen mi vestido.

—Serás toda mía, cariño.

Sus asquerosos palabras, crean un nudo en mi garganta.

—Pero primero tengo que ir a prepararme —entra al baño.

Viejos, hasta para abusar de alguien necesitan la estúpida pastillita.

Podría muy bien escapar por la puerta, si esta no fuera electrónica. Sin la maldita tarjeta que tiene el viejo no puedo salir.

Viejo astuto, por eso no me dejó abrir a mi.

Piensa, piensa.

—Estoy casi saliendo, cariño.

Hasta su voz es repugnante.

Solo hay una opción.

La ventana.

Busco todas las sabanas que puedo y las amarro, hago una soga con la tela. Le hago un fuerte nudo alrededor de la barandilla.

Miro hacía abajo.

Siento la boca seca.

Treinta pisos, una caída fatal.

Reviso el nudo dos veces antes de empezar a descender.

Cierro los ojos, y por ningún motivo miro hacía abajo.

Cada vez bajo más, entonces escucho su miserable voz.

—¡Maldita perra! ¡¿cómo te atreves a huir?!

—¡Viejo degenerado! —le grito.

—¡Ya verás!

Oh, no.

Comienza a deshacer el nudo, trato de bajar más rápido pero es inútil, estoy cerca, muy cerca del balcón de la habitación de abajo.

Pero él despreciable del Sr. Clúster es más rápido. Suelta el nudo de la sabana y caigo.

Marcus

Odio los discursos, no me gusta tener que estar hablándole a personas que no conozco. Pero Brian tenía que obligarme, como siempre, alegando, que solo es por un bien mayor.

Lo único que llamó mi atención, fue esa hermosa castaña, que parecía incómoda junto a toda esa gente.

Todos aplaudían, queriendo hacerse notar, pero ella no. Hasta la vi discutir con su amiga.

Después de dejar el micrófono, quise hablar con ella, la busqué pero no la encontré.

Para cuando la volví a ver estaba entrando al ascensor con ese viejo. ¿será su marido? ¿su amante? No sé.

Pero me molesté mucho.

Después, decidí resignarme, solo es una mujer.

Una más.

Llegué a mi habitación, una muy lujosa. Todo está como me gusta. La cama con un edredón blanco y una cesta de fruta en una de las mesas.

Me quito la ropa y me quedo en bóxer. Estoy apunto de beber un poco de Whisky cuando veo una ¿soga? O es una ¿sabana? Descender por el balcón.

Confundido me acerco lentamente.

Efectivamente es una sabana, miro hacía arriba, veo como alguien intenta bajar.

Escucho los gritos.

—¡Maldita perra! ¡¿cómo te atreves a huir?! —un hombre grita.

—¡Viejo degenerado! —la voz de una mujer responde.

Y juro que es la voz más dulce que había escuchado. Mi mirada sigue puesta en la chica que esta más cerca.

—¡Ya verás! —el hombre vuelve a gritar.

Un silencio se ante pone antes de que la chica caiga. 

Me cae encima.

El suelo recibe mi caída, y la suya es amortiguada por mi cuerpo.

Me duele hasta el apellido.

Suelto un quejido y me levanto, la chica se levanta y me mira con el ceño fruncido.

—Lo siento mucho —articula,— no era mi intención aterrizar sobre usted.

—No te preocupes, no me dolió tanto —miento.

—No le creo, fue una caída muy fea —arruga su nariz.

Y mi dolor pasa a un segundo plano cuando veo su cuerpo solo cubierto por su ropa interior.

¡Dios! Es una muy sexy ropa interior.

Si no me concentro en otra cosa, tendré una erección.

—No se preocupe, estaré bien.

Me levanto del suelo, hago una mueca de dolor, me duele la espalda. Su rostro muestra preocupación.

—Ve, no está nada bien —me toma de la mano y siento una gran corriente invadir cada fibra de mi cuerpo. Sé que ella lo sintió, porque se removió incómoda.

Me acostó en la cama.

—No creo que...-

—Cállese —me interrumpe. La veo con una ceja alzada.

Se mueve por la habitación, toma el teléfono y habla:

—Lea, necesito un mentol, unos analgésicos y un poco de ungüento ...—hace una pausa— en la habitación 306-C ... ya sé quien está hospedado aquí.. —rueda los ojos—. Demonios, Lea, manda las cosas que te pedí y no fastidies.

Cuelga.

Entra al baño y sale con un Albornoz, le queda grande, pero se ve divina.

La veo rebuscar en mi closet, saca un pantalón de dormir y me lo tira.

—Póngaselo —ordena.

—Eres muy mandona —sonrío, pone los ojos en blanco.

—Cállese, que no estoy de humor... —se sienta en la cama— . Dese la vuelta.

—¿Qué?

Suspira aburrida.

—Dese la vuelta, le haré un masaje.

Hago lo que me dice.

La puerta suena, y un chico grita:

—¡Servicio a la habitación!

Ella va, dura unos segundos y vuelve, se sienta a horcajadas sobre mi trasero. Sus suaves manos delinean mi espalda.

Duele un poco, pero comienza a gustarme. Sus manos viajan de mi cadera hasta mis hombros, volviendo el recorrido hacia abajo.

Suelto unos gruñidos satisfecho, hace tanto no me dan un masaje.

¡Esta es la puta, gloria!

—Deje de moverse —me reclama.

Por unos minutos deliciosos, repite el procedimiento. Pero yo quiero otra cosa, quiero probar esos mullidos labios.

Me volteo, dejándola debajo de mi.

Ella me ve sorprendida.

Sonrío.

—Quiero pagarte ese rico masaje —le digo a escasos centímetros de su boca.

—¿Cómo? —su aliento se mezcla con el mío.

Me acomodo mejor entre sus piernas, haciéndole ver que ya estoy excitado.

—Así.

Uno mis labios con los de ella, se queda rígida por unos segundos. Pero después responde el beso tímidamente. Mi lengua palpa su labio inferior, pidiendo permiso para explorar los confines de su boca.

Y me deja, abre su boca para mi.

Mi lengua juega con la de ella, marcando su propio ritmo, mi ritmo.

Y ahí, en ese cuarto de hotel, acostado en medió de las piernas de esta hermosa mujer, descubrí, que yo era sin duda alguna...

...Al primer hombre al que ella besaba

Y por algún motivo, eso me encantó más...

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