Capítulo |2|

Génesis

Sus labios, oh, sus labios...

Saben a fresas, mezclado con Whisky, saben a gloria. Se mueven con maestría sobre los míos. La primera vez que beso a alguien, nunca tuve tiempo de conocer hombres, o chicos. Ni pude asistir a la escuela y todo por culpa de mi “trabajo”

Alejo esos pensamientos...

En una ocasión, por mi inexperiencia, mis dientes chocan contra los de él, pero no pareció importarle mucho.

Su erección choca directamente contra mis bragas, húmedas. Sus dedos desatan el nudo del Albornoz, sus manos masajean mis senos y gimo contra su boca.

Sus manos viajan por toda mi anatomía, entonces siento su mano descender, trazar un camino hacia mi sexo y me alarmo.

Me despego de él como si quemara, su pecho y el mío suben y bajan. Sus ojos brillan con lujuria. Me levanto de la cama.

Me pongo las manos en la cabeza.

Esto esta mal.

No debió pasar.

No se repetirá.

Si Dimitri se entera...

—¿Pasa algo? —su voz me saca de mis cavilaciones.

—No,... sí. Ya no importa —le digo—. Me tengo que ir.

—Pero ¿por qué?

Se ve confundido, excitado y extrañado.

—Porque esto —señalo con mi dedo la brecha entre nosotros—, está mal, todo está mal.

Busco la llave y salgo disparada, tengo que huir... Aunque muera por volver y descubrir que me hubiera hecho..., en que hubiera terminado “eso” si dejo que él...

No, no puedo pensar en eso.

Dimitri me dejó muy claro cual es mi lugar, cual es mi objetivo.

Llego al pequeño cuarto que comparto con Karen y Anny. Me acuesto en la cama y sonrío tocando mis labios.

Menuda noche.

{...} 

Jueves 19 de enero, 2017

—¡Apaguen ese artefacto de Satán! —grita Anny.

Son las 5:00 de la mañana, la alarma suena, anunciando que debemos empezar con nuestra horrible labor.

—¡Por amor al pan y a los hombres guapos, callen ese odioso sonido! —aúlla Karen.

Agarro la pequeña alarma y la estrello contra la pared.

—¿Se pueden callar? —las chicas hacen silencio—. Gracias.

—¿Qué te pasa? —pregunta Karen.

—¿Mala noche? —le sigue Anny.

—Me pasa de todo. —le contesto a Karen—. Depende de como lo mire.

Se levantan y empiezan buscando su uniforme, hago lo mismo. Gracias al cielo hay tres pequeños baños.

Así nos bañamos al mismo tiempo y terminamos rápido.

—Quiero detalles, muchos detalles. —sonríe Anny.

—Pues Marcus Rusakov me besó —suelto con simpleza.

Las chicas se detienen y se miran, me miran, y estallan con preguntas.

—¡Oh, por Dios! —chilla Anny.

—¡Detalles! ¡Detalles! —comienza a dar vueltas Karen.

—Tal vez si se tranquilizan...

Se paran de golpe y se sientan en mi cama.

—Anoche, después de dejarte sola Karen... —les cuento todo, cada detalle.

Las reacciones no se hacen esperar, la chicas maldicen una y mil veces al viejo Clúster.

Termino mi narración y por el rostro de mis mejores amigas pasa un brillo de complicidad.

Conozco esa mirada.

—¿Cómo besa? —es la primera pregunta de Karen.

—Cuenta todo, tengo mucha curiosidad.

—Que les digo —suelto un suspiro. Me miran con picardía—. Fue un beso inolvidable, mi primer beso y, nada. Ahí muere.

—¿Cómo qué “ahí muere”? —pregunta Anny confundida.

—Se me olvidaba que eres una Santa, aww su primer beso —me jala el cachete.

Le pego en la mano.

—Simple, solo fue un estúpido beso, recuerden que él es uno de los dueños de este lugar —me levanto—. Es peligroso, o, ¿se les olvida qué este lugar tiene qué ver con el narcotráfico?

Se quedan calladas.

—Me voy a bañar  —anuncio.

Ellas me siguen.

{...}

—Maldito viejo —siseo.

—¿Qué te traes? —indaga Anny, ella esta encargada de limpiar la habitación de Marcus.

—El anciano de mierda me acusó con Cintia ¡¿puedes creerlo?! —chillo exasperada.

Doy varias vueltas en el pasillo.

—Cálmate —me dice.

La muy descarada se quiere reír en mi cara.

—¿Qué me calme? ¡ahora si que lo mato!

—No creo que se...-

Se calla, frunzo el ceño.

—¿Te sientes bien? Parece como si hubieras visto un mue...-

—Señoritas... —la voz de Marcus, que ahora se puede volver inconfundible para mi, suena detrás de mi.

Me volteo.

Y juro por Dios que me muero.

Está vestido con un traje negro, un maldito traje que le queda de infarto. Es como se marcan sus pectorales, o sus brazos, pero no es exagerado, es... perfecto.

Maldigo para mis adentros cuando lo veo sonreír, me ha pillado mirándolo descaradamente.

—Señor  —decimos a coro Anny y yo. Asiente como saludo

—Te fuiste y no me dijiste tu nombre  —son ideas mías o, ¿esto suena a reclamo?

—No creo qué deba importar...-

—Se llama Génesis Mcallister —me interrumpe Anny.

Le piso, no tan disimuladamente, un pie.

Se queja.

—Gracias por la información, me será de mucha... utilidad —sonríe.

—¿Utilidad? ¿para qué? No veo necesario que precisamente usted, tenga información sobre mi —la hostilidad fluye junto a mis palabras.

—Que geniecito, anoche no parecías tan reacia a mi... cercanía —ahogo una exclamación, con tres mil insultos en ella.

Anny está con la boca abierta.

»¿Cómo te llamas? —se dirige a mi amiga.

—Anny, señor.

—Anny, ¿podrías dejarme a solas con tu amiga? —le habla a ella, pero me mira a mí.

Sus ojos me dejan ver todas las emociones que guarda.

Furia, lujuria, intriga, pasión.

¿Curiosidad?

—Anny, recuer..-

—Lo siento —me sonríe—. Pero este es tu rollo...—mira a Marcus.

Y se va...

Oh, mal amiga, traicionera.

—¡No puedes dejarme aquí con él! —le grito.

—¿Por qué no, Génesis? —volteo a verlo. Sus pobladas cejas alzadas, y su sonrisa arrebatadora me debilitan.

Me molesta a niveles estratosficos el sentirme así, vulnerable, intimidada, cohibida... temerosa, y todo por su estúpida presencia.

—No es nada señor Rusakov, disculpe mi lenguaje —me muerdo la lengua, porque si no lo hago una de las mías saldrá a la luz.

—No me llaves señor Rusakov —gruñe.

—Es mi deber llamarlo así, si no me necesita debo retirarme. —doy media vuelta pero me toma del brazo y me arrastra hacia una puerta.

¡Mierda! ¡mierda!

Me calienta su salvajismo.

Es tan... primitivo, tan ¿cavernícola? Tal vez.

Nos adentra en uno de los pequeños cubículos de limpieza. Me acorrala contra la pared. Y, ¡joder! Sé que dije qué me mantendría lejos de él, pero, esto no se parece a la definición de «lejos» que me tenía planteada.

Mi pecho sube y baja.

Está demasiado cerca, me mira con el ceño fruncido. Es como si estuviera resolviendo un problema matemático. Tratando de descifrar un enigma.

Sus labios rosan los míos.

Ya nadie respeta el espacio personal hoy en día.

Sus ojos buscan los míos.

Azules y verdes pelean, y él está ganando la partida.

—¿Por qué eres así? —pregunta. Pero no estoy segura si es a mí, o a él mismo—. Te deseo tanto... —susurra contra mi cuello.

Jadeo.

Trágame tierra.

Toma mis piernas y las enrosca alrededor de su cintura. Me pega más a él. Aunque ya estamos lo suficientemente juntos, separados únicamente por la ropa.

Besa mi cuello, e instintivamente tiro la cabeza hacia atrás para darle mejor acceso.

Sigue su camino hasta dar con mi boca.

Mierda, no.

Si me besa no podr...

Y lo hace, antes de siquiera pensar en las consecuencias el muy idiota me besa, ¿lo peor? ¡le correspondo!

Chupa mi labio inferior, sus manos empiezan a desabotonar  de mi uniforme.

Cuela una mano por mi sujetador, mierda. Ya me tiene gimiendo, a este paso me sacará otras cosas.

Se aleja, solo porque ya nos falta la respiración.

—Eres mala, ¿sabías? Me dejaste erecto y deseoso anoche. —se queja, me río contra sus suaves labios.

¿Qué estoy haciendo?

Me estoy dando de legua con alguien que apenas conozco.

—Bájame —le espeto.

—No quiero  —hace un puchero y hunde su cara en mis pechos.

Esto es un castigo divino.

Me arrepentiré de esto.

—¿Que tengo qué hacer para qué me dejes ir? Tengo mucho trabajo.

Tengo ganas de acariciar su suave cabello, pero me contengo.

—Cena conmigo, —susurra contra mis pechos—, en mi habitación.

Levanta la cara de mis pechos y yo respiro aliviada. Sus pozos azules me derriten. ¿cómo le digo que no?

Pues con la boca, pero es muy difícil.

—No puedo —sonríe.

—Pues no te dejaré ir.

Su voz suena decidida y sus ojos muestran determinación.

Me jo-di.

—No puedes hacerme eso. —gruño. Intento moverme pero me pega más a la pared, mostrándome su dureza con esa acción.

Jadeo.

Y él sonríe.

—Claro que puedo. Acepta cenar conmigo, esta noche, y te dejo ir. —besa castamente mis labios—. Quiero conocerte.

—Yo no quiero que lo hagas. —manifiesto.

—Pues yo si quiero y eso para mi es suficiente. —me abraza y besa mi cuello.

Que distracción...

Él me distrae...

¿Pero cómo no hacerlo?

Ese cuerpo.

Esos brazos.

Esos ojos.

—Está bien. —me rindo.

—¿Esta bien, qué? —da media sonrisa y acerca su boca a la mía.

—Ganó señor Rusakov, cenaré con usted hoy en la noche.

—Excelente.

Pega sus labios a los míos, pero no los mueve. Es como si estuviera atesorando este momento.

Pero yo quiero más, intento besarlo pero se aleja.

—No, si quieres besarme será en la cena. —sonríe.

Me baja de sus brazos y me tambaleo, había durado mucho tiempo en volandas.

—Hasta la noche. —le digo.

Salgo del pequeño cubículo de limpieza.

Y extrañamente, lo hago sonriendo.

Marcus

Han pasado unos minutos desde que Génesis se fue y sigo aquí. Recostado de la pared con los ojos cerrados.

Con una maldita erección que presiona dolorosamente mi pantalón.

Respiro, tratando de pensar en conejitos y no en sus carnosos labios. En como ese sujetador blanco guardaba sus hermosos senos.

No tan grandes, pero perfectos para mi.

Salgo del pequeño cuartito de limpieza.

Una mucama se me queda viendo.

La ignoro.

Camino por el pasillo, ajusto mi corbata y cuando voy a cruzar el ascensor la particular voz de Brian me llama.

—Marc, ¿Dónde estabas? —camina hacia mí.

Esta con su cabello castaño bien peinado. Trae puesto un traje negro, igual al mío.

Brian sin duda es un hombre atractivo, pero también un asesino sin piedad.

—Estaba... por ahí. —sonrío ante el recuerdo.

—Pero no solo, por lo que veo. —me apunta con su dedo el mentón— Labial rosa, uy, es una mojigata.

Se carcajea.

—El labial de una mujer no define su personalidad.—entramos al ascensor.

Comenzamos a descender y en cinco minutos ya estamos en el casino.

Caminamos hacia el ala privada.

Hay un grupo de tres hombres, mayores de cincuenta, por lo que puedo apreciarlo,  jugando póker.

—Los estábamos esperado, un gusto, Fernando Ivanovic. —se presenta uno de ellos, el que esta sentado en el medio.

—Enzo Donatello. —habla el hombre al lado izquierdo de Fernando.

—Félix Montreal.

—Un placer.  —digo sentándome al lado de Enzo.

Estamos nosotros cuatros, y quedan dos lugares vacíos. Brian se iba a sentar pero recibió una llamada. En ese instante, escuchamos un fuerte ruido, todos volteamos en esa dirección.

Al parecer una botella se había roto en el suelo, causando un desastre.

—Caballeros, no se preocupen, ese pequeño error será corregido, si me disculpan. Necesito arreglar un asunto.

Comenzamos a Jugar.

Génesis

—Ya terminé con el cuarto de la Sr. Folk, ahora voy donde el amargado Señor Millar.

Ruedo los ojos.

—Bueno, yo tengo que ir donde tu Romeo Salvador.

Karen le ha puesto así a Marcus, ahora me molesta con eso.

—Oye, Génesis. Cintia te mandó a buscar. —me informa Luz, una compañera.

—¿Qué? Pero si yo no he terminado —Protesto.

—Es mejor que vayas, no está de buen humor.

—¿Ahora que hiciste?

—Karen, por Dios. ¡yo soy un pan dulce! Nunca hago nada.

Ella se ríe y yo voy a escuchar mis reclamos.

—¿Qué pasó? —le pregunto.

—Ve a limpiar un desastre que causó un cliente en el ala privada del casino  —musita revisando su labial en un espejo.

—Ese no es mi trabajo. —gruño.

—Ahora lo es, vete que no tengo tiempo para escuchar tus estupideces.

Salgo hecha una furia.

Bajo en el ascensor, entro al ala privada del casino por la puerta inferior.

Comienzo a limpiar y mi celular suena, es una llamada de Anny.

¿Qué querrá?

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