—Esto tiene que tener una explicación. No es posible que estén casados… —dije apenas, intentando no llorar.
—Lamento si no fue de su agrado la noticia, señora Camile, pero es una información verídica —me quedé en silencio, sin poder decir nada, con los ojos fijos en aquellos malditos papeles—. Si me disculpa… —el detective se puso de pie para marcharse y fue cuando volví en mí y reaccioné—, debo marcharme.
—Gracias por todo, detective —agradecí sin ser capaz de decir algo más.
—Conozco la salida. No hace falta que me acompañe —dijo cuándo intenté ponerme de pie en vano. Solo asentí y me quedé allí, sin mover ni un ápice de mis músculos ni pestañear por lo que pareció una eternidad.
«Todo fue mentira…», pensé
Los rayos del sol me despertaron a duras penas, y sentía como si un enorme camión me hubiera pasado por encima. Caminé adolorida hacia el tocador, desnudándome sin ganas y abriendo el grifo de la ducha para que el agua caliente cayera de lleno sobre mí. Tragué con fuerza y respiré varias veces hondo, para no dejarme caer en el pozo profundo que significaba ese momento de revelaciones en mi vida.Tallé mi cuerpo con esfuerzo por las pocas ganas que tenía de siquiera mover un dedo y salí envuelta en una toalla, mientras que de mi larga cabellera caían gotas gruesas de agua que empapaban el piso. Me sequé la piel y con la misma toalla enrollé mi pelo. Busqué en una de las gavetas una muda de ropa que siempre tenía allí por si acaso, y me la calcé sin prisa.Por unos minutos, permanecí sentada en el borde la cama, viendo todo el desastre que era la
HENRYSalí de la habitación y del departamento completamente afectado. El cuerpo me temblaba por el enfrentamiento que acababa de tener con la mujer que amaba. Me recosté en la puerta y suspiré, intentado recobrar un poco de cordura. La había lastimado, la había amenazado y ni siquiera dudé en hacerlo cuando el pánico me invadió al darme por enterado que ella no quería volver a verme.¡Maldición!Todo se me estaba yendo de las manos. Absolutamente todo se me estaba dando vuelta y me estaba volviendo loco. Me hubiera gustado quedarme y conciliar la situación de otra manera, pero no podía dejar sola a Danielle en este momento tan crucial para ambos, en el que por fin, después de cuatro años de sufrimiento y tres de haber iniciado nuestro plan, podríamos ponerle punto final a esa pesadilla llamada Daniel Adams.Con la frustra
DANIEL ADAMS¡Maldición!Bramé furioso luego de colgar el teléfono y darme por enterado lo que aquella maldita bastarda había hecho.¡¿Cómo se atrevía la muy estúpida a denunciarme y acusarme de aquella manera?!¡De dónde mierda había sacado tantas agallas para hacerlo!¡Ahhh! Si la tuviera delante de mí, la estrangularía con mis propias manos hasta ver en sus ojos el terror y el pánico que predecía a la muerte.La odiaba, la detestaba y aborrecía desde el primer momento en que supe que existía.Maldita aquella ramera de su madre, quien se quedó preñada para amargarme la existencia, y lo peor de todo, para arruinarme la vida y marcar para siempre mi futuro. Tanta mala suerte me había traído esa pequeña bastarda, que la vida me condenó a que fuer
HENRYPrácticamente me había vuelto loco. Ella desapareció como por arte de magia y ni siquiera los detectives que había contratado pudieron hallarla. No había registros de que hubiera salido del país, y rogarle a su madre que me dijera donde había ido, era en vano.Edward ni Ester quisieron ayudarme, alegando que si yo la había alejado solito, de la misma manera debía encontrarla.Durante cuatro meses, cada día y prácticamente las veinticuatro horas, me quedaba vigilando en las afueras de la casa de Stella Staton, intentando encontrarle sentido a todo, intentado descubrir una mínima pista de donde pudiera haber marchado, escapando de mí y de toda la locura y la crueldad a la que la sometí.Una noche tras otras, desde aquel día en que me di por enterado de su partida, le había hablado mirando las estrellas, diciéndole lo
—No puede ser cierto… no puede ser verdad —murmuré, tomando asiento de nuevo. El cuerpo comenzó a temblarme y de pronto sentí que me ahogaría.No podía dejar las cosas así; tenía que encontrarla, tenía que aclarar una infinidad de cosas que de golpe se acumularon en mi cabeza formulándome miles de preguntas.—¿Sigue casada? —la voz de Zachari me devolvió en sí lentamente.—No —musité—. Su esposo murió hace poco más de un año.—Vaya… no lo sabía —un absoluto silencio reinó en la estancia por unos minutos—. ¿No has pensado en buscarla? Tal vez, las cosas entre ustedes pudieran reanudarse. Quien quita y el destino decide unirlos otra vez.—No sé si ella querrá reanudar las cosas conmigo, Zac. Yo… yo cometí muchos e
CAMILEDespués de que Henry se marchara del departamento, había quedado rendida en aquella maldita cama que me traía tantos recuerdos. Recuerdos de momentos bonitos, de palabras sublimes susurradas al oído y promesas de un infinito amor que duraría para siempre.Sin embargo, la realidad me dio un duro golpe y me encontré con un hombre casado, que el viernes se había despedido de su amante, para salir de viaje el domingo con su esposa.El dolor que sentía en el alma, era indescriptible; no tenía palabras para explicar lo que sentía por dentro: la humillación, la decepción por tantas cosas, especialmente por el engaño al que ciegamente me sometí. Me había pintado un mundo color de rosa sobre nubes de algodón en relación a lo nuestro, y la caída fue espantosamente dolorosa.Más calmada, salí del piso mie
HENRYA duras penas conseguí que Camile regresara conmigo a la ciudad, prometiéndole algo que en absoluto cumpliría. Estaba completamente loca si pensaba que me daría por vencido así como así, sin luchar por ella.Avisé a mis acompañantes que podían acercarse, y esperé paciente a que hiciera las maletas, mientras me deleitaba con la compañía de mi recién descubierto hijo.—¿Cuántos años tienes, campeón? —pregunté, mientras estábamos ambos sentados en el piso y jugando con su tren de juguete.—Tres —respondió completamente ajeno a lo que causaba en mí—. Pronto comeré pastel y cumpliré cuatro —elevó su manita, intentando mostrar la cantidad de dedos adecuados y sonreí.—Ya eres grande, campeón. ¿Me invitar&
Luego de haber sofocado el inmenso ardor que me provocaba Camile, bajé a la cocina por un poco de beber. Dormir en la habitación contigua y no poder siquiera asomarme a verla, me estaba matando.Abrí la nevera, y me serví un poco de leche. Me senté en una de las butacas y recosté mis brazos sobre el desayunador.Bebí despacio, pensando en la mejor manera de aclarar las cosas con esa bruja que me atormentaba desde el primer día que la vi, cuando chocamos en la empresa y evité su caída. Había pasado tanto tiempo, y tantas cosas que sentía miedo de que no llegáramos a ponernos de acuerdo. No comprendía los designios de la vida, ni entendía el por qué de muchas situaciones que me tocaron vivir.Mi vida dio un giro completo, y existían momentos en los que deseaba seguir siendo Henry Ross, el asistente personal de Camile Staton.Los momentos qu