DANIEL ADAMS
¡Maldición!
Bramé furioso luego de colgar el teléfono y darme por enterado lo que aquella maldita bastarda había hecho.
¡¿Cómo se atrevía la muy estúpida a denunciarme y acusarme de aquella manera?!
¡De dónde mierda había sacado tantas agallas para hacerlo!
¡Ahhh! Si la tuviera delante de mí, la estrangularía con mis propias manos hasta ver en sus ojos el terror y el pánico que predecía a la muerte.
La odiaba, la detestaba y aborrecía desde el primer momento en que supe que existía.
Maldita aquella ramera de su madre, quien se quedó preñada para amargarme la existencia, y lo peor de todo, para arruinarme la vida y marcar para siempre mi futuro. Tanta mala suerte me había traído esa pequeña bastarda, que la vida me condenó a que fuerHENRYPrácticamente me había vuelto loco. Ella desapareció como por arte de magia y ni siquiera los detectives que había contratado pudieron hallarla. No había registros de que hubiera salido del país, y rogarle a su madre que me dijera donde había ido, era en vano.Edward ni Ester quisieron ayudarme, alegando que si yo la había alejado solito, de la misma manera debía encontrarla.Durante cuatro meses, cada día y prácticamente las veinticuatro horas, me quedaba vigilando en las afueras de la casa de Stella Staton, intentando encontrarle sentido a todo, intentado descubrir una mínima pista de donde pudiera haber marchado, escapando de mí y de toda la locura y la crueldad a la que la sometí.Una noche tras otras, desde aquel día en que me di por enterado de su partida, le había hablado mirando las estrellas, diciéndole lo
—No puede ser cierto… no puede ser verdad —murmuré, tomando asiento de nuevo. El cuerpo comenzó a temblarme y de pronto sentí que me ahogaría.No podía dejar las cosas así; tenía que encontrarla, tenía que aclarar una infinidad de cosas que de golpe se acumularon en mi cabeza formulándome miles de preguntas.—¿Sigue casada? —la voz de Zachari me devolvió en sí lentamente.—No —musité—. Su esposo murió hace poco más de un año.—Vaya… no lo sabía —un absoluto silencio reinó en la estancia por unos minutos—. ¿No has pensado en buscarla? Tal vez, las cosas entre ustedes pudieran reanudarse. Quien quita y el destino decide unirlos otra vez.—No sé si ella querrá reanudar las cosas conmigo, Zac. Yo… yo cometí muchos e
CAMILEDespués de que Henry se marchara del departamento, había quedado rendida en aquella maldita cama que me traía tantos recuerdos. Recuerdos de momentos bonitos, de palabras sublimes susurradas al oído y promesas de un infinito amor que duraría para siempre.Sin embargo, la realidad me dio un duro golpe y me encontré con un hombre casado, que el viernes se había despedido de su amante, para salir de viaje el domingo con su esposa.El dolor que sentía en el alma, era indescriptible; no tenía palabras para explicar lo que sentía por dentro: la humillación, la decepción por tantas cosas, especialmente por el engaño al que ciegamente me sometí. Me había pintado un mundo color de rosa sobre nubes de algodón en relación a lo nuestro, y la caída fue espantosamente dolorosa.Más calmada, salí del piso mie
HENRYA duras penas conseguí que Camile regresara conmigo a la ciudad, prometiéndole algo que en absoluto cumpliría. Estaba completamente loca si pensaba que me daría por vencido así como así, sin luchar por ella.Avisé a mis acompañantes que podían acercarse, y esperé paciente a que hiciera las maletas, mientras me deleitaba con la compañía de mi recién descubierto hijo.—¿Cuántos años tienes, campeón? —pregunté, mientras estábamos ambos sentados en el piso y jugando con su tren de juguete.—Tres —respondió completamente ajeno a lo que causaba en mí—. Pronto comeré pastel y cumpliré cuatro —elevó su manita, intentando mostrar la cantidad de dedos adecuados y sonreí.—Ya eres grande, campeón. ¿Me invitar&
Luego de haber sofocado el inmenso ardor que me provocaba Camile, bajé a la cocina por un poco de beber. Dormir en la habitación contigua y no poder siquiera asomarme a verla, me estaba matando.Abrí la nevera, y me serví un poco de leche. Me senté en una de las butacas y recosté mis brazos sobre el desayunador.Bebí despacio, pensando en la mejor manera de aclarar las cosas con esa bruja que me atormentaba desde el primer día que la vi, cuando chocamos en la empresa y evité su caída. Había pasado tanto tiempo, y tantas cosas que sentía miedo de que no llegáramos a ponernos de acuerdo. No comprendía los designios de la vida, ni entendía el por qué de muchas situaciones que me tocaron vivir.Mi vida dio un giro completo, y existían momentos en los que deseaba seguir siendo Henry Ross, el asistente personal de Camile Staton.Los momentos qu
—Oh, Camile. Yo también te amo… —respondí, afianzando mi agarre a su cintura.Ella ocultó su rostro en mi pecho y aspiró profundo para luego volver a mirarme.—Me lastimaste… —murmuró llorando—. Me rompiste el corazón de una manera en que creo, ya no tiene remedio.—Lo siento tanto… —respondí sincero, mientras mis ojos también se llenaban de lágrimas—. Perdóname, por favor.—Más lo siento yo, Henry. Y aunque quisiera decirte que si te perdono, no puedo hacerlo… no quiero volver a llorar a por ti, no quiero seguir sufriendo por tu causa. Ya me has lastimado demasiado —volvió a hundir su rostro en mi pecho, intentando ahogar su llanto.Sentí que estaba perdiendo la partida, que en un abrir y cerrar de ojos, si no hacia algo pronto, la perdería y esta vez para siempre.
—¿Por qué, Henry? —pregunté desconcertada y asintió—. ¿Qué deseaba de Henry? Digo, en esa época era un empleado más…—Es precisamente lo que necesito sepas; Daniel se casó con una mujer joven y ambiciosa: Jessica Davis. ¿Te resulta familiar su nombre? —preguntó y haciendo memoria recordé que cuando Gina mandó investigar a Henry, en los registros aparecía una persona con ese nombre, aunque no recordaba el apellido, y era la madre de su hija.—¿Es la madre de Jillian? —indagué.—Sí. Jessica Davis la madre de la hija de Henry, y es el cerebro detrás de toda la historia que te narraré a continuación.»Cuando me presenté en la empresa por primera vez, Gina se había disgustado tanto que dejó de hablarme. Estaba desesperada porque era la &uacut
CAMILE—¡Por dónde se lo llevaron, Vivian! —grité aterrada y la mujer, viéndome con horror señaló hacia el lado derecho del pasillo.Corrí desesperada, mirando cada rincón del lugar. El cartel indicaba que el camino terminaba en la morgue, y siguiendo hacia la izquierda, la salida donde seguramente sacaban los cadáveres del hospital.Oí a lo lejos a Rocco, quien me seguía de cerca pero hice caso omiso a sus gritos, solo seguí corriendo, intentando alcanzar la salida con la esperanza de que aún no se lo hubieran llevado.La doble puerta roja de vaivén, con cristales en la parte superior, apareció delante de mí y la atropellé con violencia. Si apenas lo habían sacado del cuarto, aún tenían que estar allí, en el aparcamiento del piso cuatro.Respirando agitadamente, y sintiendo c