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3 Las Dulces Mentiras

Flashback

Unos meses antes

Las Dulces Mentiras

La noche había caído sobre la ciudad, envolviendo las calles en un resplandor tenue. Anahir Montes miró su reflejo en el espejo mientras se ajustaba un par de aretes sencillos. Su camisa blanca impecable y su falda azul marino resaltaban sus ojos del mismo color. Hoy fue una noche especial. Fabricio le había enviado un mensaje más temprano:

“Reservé un lugar especial para nosotros esta noche. Te lo mereces.”

Su corazón latía con fuerza. Fabricio siempre tenía gestos encantadores cuando menos lo esperaba, y aunque sus últimas semanas habían estado cargadas de trabajo, ella sentía que algo importante estaba por suceder. Tal vez… tal vez esta vez sería el momento que tanto había soñado.

Cuando llegó al restaurante, lo encontró esperándola en una mesa apartada, con una sonrisa que parecía sacada de un cuento. La mirada oscura de Fabricio tenía esa chispa que siempre lograba desarmarla.

—Estás hermosa —susurró al verla, levantándose para besar su mejilla.

—Y tú encantador como siempre —respondió ella, sintiendo cómo sus mejillas se sonrojaron.

La cena transcurrió entre risas, miradas cómplices y caricias furtivas sobre la mesa. Fabricio, con su encanto natural, mantenía a Anahir completamente hipnotizada. Cada palabra, cada gesto, parecía diseñado para enamorarla aún más.

—Sabes que eres lo mejor que me ha pasado, ¿verdad? —dijo él, entrelazando sus dedos con los de ella.

—Y tú para mí —respondió Anahir sin dudarlo.

Fabricio sonrió, pero en su mente, un plan más oscuro se cocinaba. Si tan solo supiera lo fácil que ha sido… pensó. La había conocido en la universidad cuando su nombre comenzaba a sonar por su talento. Ganar aquel concurso de arquitectura había sido su boleto al éxito, y Fabricio, siempre ambicioso, vio en ella la oportunidad perfecta.

—He estado pensando mucho en nosotros —dijo Fabricio, adoptando un tono serio pero suave—. Hay algo especial que estoy preparando… algo que cambiará nuestras vidas.

El corazón de Anahir se aceleró.

—¿En serio?

—Claro —respondió él, acariciando su mano—. Pero aún no puedo darte detalles. Solo quiero que sepas que cada cosa que hago, la hago pensando en nuestro futuro juntos.

Anahir sonrió, convencida de que esas palabras solo podían significar una cosa: una propuesta de matrimonio. Desde ese momento, no podía dejar de imaginar cómo sería. ¿Un anillo escondido en un postre? ¿Un viaje sorpresa? La idea de un futuro junto a Fabricio era su mayor anhelo.

Fabricio observó su expresión soñadora y supo que su trampa estaba funcionando. Tan ingenua… pensó. Mientras ella dibujaba planos, él construía su propio proyecto: uno donde su nombre brillara solo, donde nadie recordara que Anahir había sido la mente detrás de todo. No necesitaba saber trazar una sola línea; su carisma y su sonrisa se encargarían de vender la ilusión.

—¿Sabías que cada vez que hablas de tu proyecto, me haces admirarte más? —dijo él, inclinándose hacia ella.

Anahir sintió un calor dulce en el pecho.

—Es nuestro proyecto, Fabricio. Lo estamos logrando juntos.

—Sí, juntos —repitió él, aunque en su mente solo resonaba una palabra: mío.

Mientras ella hablaba emocionada sobre los avances en la obra y los detalles que aún debía ajustar, Fabricio asentía con atención fingida. En realidad, no le importaban los detalles técnicos. No necesitaba saber cómo se sostenía una estructura o cómo se calculaba la luz natural. Eso era cosa de Anahir. Él solo necesitaba que, al final, su nombre fuera el único que importara.

Al terminar la cena, salieron tomados de la mano. Fabricio, con su sonrisa perfecta, la atrajo hacia sí y le susurró al oído:

—Te prometo que lo que viene será inolvidable.

Anahir lo miró, perdiéndose en sus ojos, sin notar la sombra de arrogancia que se ocultaba detrás. Para ella, Fabricio era su amor, su compañero, el hombre con quien compartiría su vida. Para él, Anahir era solo el medio para llegar al reconocimiento que siempre había deseado.

Esa noche, mientras ella se dormía soñando con vestidos blancos y futuros compartidos, Fabricio, recostado en su cama, pensaba en el momento en que su nombre brillaría solo, sin que nadie recordara el de Anahir Montes.

Solo un poco más, pensó. Y todo será mío.

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