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6 La jugada de Fátima Lombardí

Capitulo 6

La Jugada de Fátima Lombardí

La oficina de Fabricio Castiglioni era un reflejo de su arrogancia: muebles de cuero negro, libros que nunca había leído y una barra de bebidas más decorativa que funcional. Pero esa tarde, el verdadero espectáculo era Fátima Lombardi, recostada en el amplio sillón, jugando con su copa de vino mientras sonreía con superioridad.

El eco de los jadeos aún flotaba en el aire, y Fátima, con su falda desordenada y el cabello revuelto, se sentía invencible. La imagen de Anahir Montes, con el rostro destrozado al descubrirlos, aún le producía una satisfacción casi morbosa.

—¿Sabes qué fue lo mejor? —dijo, girándose hacia Fabricio, que aún se abotonaba la camisa—. Ver su carita de tonta, creyendo hasta el último momento que eras suyo. Pobrecita… tan ingenua.

Fabricio rió suavemente, sin una pizca de culpa.

—Siempre fue fácil engañarla. Un par de sonrisas, unas palabras dulces y listo.

Fátima se acercó a él, acariciando su pecho.

—Lo mejor es que ni siquiera necesitaste esforzarte. Ella te entregó todo en bandeja de plata. Planos, ideas, noches de trabajo… mientras tú solo recogías los aplausos.

Fabricio asintió, satisfecho.

—Eso es lo que me encanta de ti, Fátima. Sabes exactamente lo que quiero y cómo conseguirlo.

Pero ella lo miró con una chispa peligrosa en los ojos.

—No te confundas, amor. Lo que quiero lo consigo yo… y ahora te quiero a ti, sin esa arquitectita molesta en medio. Por eso mandé el mensaje.

Fabricio se detuvo en seco.

—¿Qué mensaje?

—El que enviaste a Anahir para que nos encontrara —respondió ella, sonriendo con malicia.

—Fátima, ¡te dije que aún no era el momento! —gruñó Fabricio, visiblemente molesto.

—Oh, vamos, Fabri —replicó ella con sarcasmo—. ¿Cuánto más ibas a fingir? Ya tienes todo lo que necesitabas de ella. No me digas que te estabas encariñando…

—No digas estupideces —bufó él, sirviéndose un whisky—. Solo quería asegurarme de que no hubiera problemas con los inversionistas.

Fátima soltó una carcajada.

—¿Problemas? Por favor…" Los inversionistas te adoran, no porque seas brillante, sino porque yo estoy aquí para asegurarlo". Recuerda quién maneja el dinero de este proyecto, mi padre. Y ahora que Anahir está fuera, todo será más fácil.

Fabricio la observó con una mezcla de irritación y admiración.

—Eres más peligrosa de lo que pensé.

—Soy exactamente lo que necesitas, amor —susurró Fátima, acercándose para besarlo—. Y lo sabes.

Mientras lo hacía, una parte de ella se deleitaba al recordar las lágrimas de Anahir. Pobre tonta, pensó. Creía que el amor y el talento eran suficientes. Pero aquí gana el más astuto.

Lo que Fátima no sabía era que, a veces, adelantarse en el juego podía costar caro. Y que, aunque creía haber ganado, la verdadera partida apenas estaba por comenzar.

Fabricio Castiglioni caminaba nervioso por su oficina, repasando cada detalle de la obra en su mente. Pero la verdad es que no había mucho que recordar. No sabía casi nada. Anahir Montes había sido su salvavidas desde el primer día, y ahora, gracias a la impulsiva jugada de Fátima, ese salvavidas estaba fuera de su alcance.

—Maldita Fátima —murmuró, frotándose las sienes—. Creyó que al sacarla de la ecuación me hacía un favor, pero… ¿cómo voy a sostener esto sin Anahir?

Fabricio siempre había tenido un talento indiscutible para manipular, pero su capacidad técnica dejaba mucho que desear. Desde la universidad, se había salvado gracias a su encanto y a mujeres que, enamoradas de él, hacían su trabajo.

Recordó a Alejandra Martínez, otra “tonta útil”. Una chica brillante pero vulnerable que lo ayudó a pasar cada año de Ingeniería. Ella hacía sus tareas, le soplaba en los exámenes e incluso llegó a perder los suyos para que él aprobara. Qué fácil es manipularlas… siempre me tocan las tontas —pensó con una sonrisa amarga.

Pero Alejandra dejó de serle útil cuando apareció Anahir, la joven prodigio que había ganado el concurso de las cinco estrellas. Ahí estaba su nueva oportunidad. Fabricio ni siquiera había terminado bien su carrera; sus calificaciones dependieron siempre de otras manos. Pero cuando supo que Anahir lideraría el proyecto, supo que debía atraparla.

—Si logro que su proyecto se asocie conmigo, voy a ser el gran ingeniero que mi padre nunca creyó que podía ser —se dijo a sí mismo aquella vez.

Su padre, un empresario fracasado, siempre le recordó que era un inútil. Fabricio había crecido con ese peso, y la única manera de callar esa voz era construir algo grande. No importaba cómo lo hiciera, solo necesitaba un rostro bonito y una historia convincente.

Anahir… pensó, mordiéndose el labio. Ella había sido su mejor inversión. Pero ahora, sin ella, ¿cómo iba a mantener el proyecto en pie? No sabía ni por dónde empezar con los planos.

—Fátima cree que me usa, pero soy yo quien la exprime. Su fortuna es mi boleto a la libertad… —susurró, riéndose con desprecio. El padre de Fátima había perdido su imperio, pero ella aún manejaba suficientes fondos para mantener viva la obra… y su estilo de vida. Fabricio la manipulaba con facilidad, aunque ella creyera lo contrario.

Pero ahora, la realidad lo golpeaba como un puñetazo en el estómago: sin Anahir, no había obra. No habrá éxito. No había venganza contra su padre.

—¿Qué demonios voy a hacer si no vuelve?

Por primera vez en mucho tiempo, Fabricio sintió miedo. Un miedo real. Y eso lo hacía odiar aún más a Anahir… y a sí mismo. Lo que Fabricio jamás imaginó fue que la ilusa Anahir, aquella mujer a la que subestimo , jugaría su partida con una maestría que lo dejaría en jaque.

No solo golpearía donde más le dolía—su dinero—sino que destrozaria su ego, arrojándolo al suelo mientras su humillación alcanzaba el cielo. Porque ella no se quebró por su traición. No suplicó, no lloró. En cambio, lo reemplazó sin titubear… y no por alguien de su mismo nivel, sino por un simple capataz de obra. Nada pudo herir más su orgullo que ver a la mujer que creyó insignificante elegir a alguien que, según su propio mundo de arrogancia, no valía nada.

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