Azaleia Mi castillo, mi hogar. Lo único que yo había conocido durante años. Recordaba asomarme por la ventana, imaginando cómo sería el mundo desde afuera, ¿habría algo para mí? ¿Sería simplemente una criada por siempre? Imaginaba que Marchelina se iba a casar, y yo me iría con ella, y no me equivoco al pensar que estaría completamente feliz con ese futuro. Yo hubiese sido feliz, si ella fuese feliz. Pero todavía ha cambiado. En el castillo había pasado la muerte, desde aquí veía la tumba de ella y de mi Duque. Jamás los olvidaría. Pero también había vida, y amor. Me habían dicho que yo había heredado una especie de suerte o bendición... pues ahora estaba segura. —¡Vamos, ríndete!— decía una vocecita insistente mientras yo veía al patio. Me encargaba de preparar las habitaciones a Dashi y al capitán que vendrían en las próximas semanas. La extrañaba tanto, y las niñas la adoraban. —¡Jamás lo haré! ¿Acaso no sabes que soy un Conde? ¡El Conde Haggard! — gritaba Roldán mientras Ma
Naiara El mundo había cambiado y mucho más rápido de lo que había imaginado. Y, sin embargo, había cosas que se habían convertido en lo más usual para mi vida. Yo despertaba inmediatamente en sus brazos, podía sentir la brisa fría que era su piel, y escuchar el sonido de su corazón, y yo recordaba esa vez que casi lo perdía, el cómo mi oído se afinó para escuchar ese suave latido. Habían sido momentos difíciles y hay situaciones que no se pueden olvidar tan fácilmente. Jamás olvidaré que esta felicidad que tengo ahora costó sangre, sudor y lágrimas y que por poco no la tenía. —Quería dejarte dormir un poco, todos saben que mereces un descanso— dice él que de seguro hace ya bastante tiempo que está despierto. Mi esposo se queda ahí, usualmente a primeras horas de la mañana, acostado conmigo, acariciando mi espalda. Un pequeño momento en silencio donde él está conmigo. Él lo llama su “momento de seguridad” esas primeras horas de la mañana, donde todo está bien, donde yo estoy e
Hace poco menos de dos décadas, una joven dama, hija de un gran señor jamás pensó con ser emperatriz. Sola, le pedía a la luna que iluminara su camino, que le dijera, casi como en un secreto qué le deparaba el destino, quería saber qué pasaría en unos años, pues su vida tranquila en el castillo de su padre no iba a ser para siempre. Ella, Aurora, de la familia Lumen, era hermosa, brillante, inocente y creía en la bondad de todos. Su cabello castaño enmarcaba su preciosa cara, y sus ojos eran brillantes como zafiros azules. Tenía la voz más melodiosa y todos creían que era muy especial. Era el orgullo de su casa, de su padre, de todos los que la rodeaban. Amaba ver las estrellas, jugar con los animales y plantar flores en el jardín. Quizás por eso, cuando el Emperador Otelo Caelum buscaba esposa, quedó prendado de ella. Otelo había enviudado hace muchos años y después de mucha consideración había decidido que su joven hijo y heredero necesitaba una madre. Cuando Aurora Lumen fue pre
NaiaraEl tiempo pasó y yo crecí lejos del imperio. De niña escuchaba historias de Aveyron. El imperio y sus casas, con familias, sus grandes señores, sus ríos, sus bosques, sus lagos, sus animales… pero yo no sabía nada de eso más que en libros. Conocía solo palabras, imágenes y de lo que me contaba mi madre y señores. Me críe en un templo con las sacerdotisas que ayudaron a mi madre a traerme al mundo. Mi familia eran ellas, algunos criados y los señores que nos salvaron. Era un pequeño valle, húmedo, con muchos árboles dispersos, con pantanos, con lagunas y con pequeños barcos para movernos de un lado a otro.Tuve clases de historia, de idiomas, de espada, arco y flecha, de lucha cuerpo a cuerpo, de navegación y de las estrellas y sus secretos.No era una niña común, era una persona tan odiada como amada. Odiaba por mis enemigos que escondían mi nacimiento, amada por una facción de imperio que esperaba mi regreso, así como un profeta esperando que lo que dice se haga verdad. Para
NaiaraUna princesa tiene muchas cosas que hacer, no se crean. No es solo vestidos y lecciones de buenos modales y etiqueta. Yo no iba a tener un rol secundario ni iba a ser la madre del imperio, yo era todo lo que no pudo ser y fue. La niña perdida, abandonada, viva de milagro, de nacimiento pobre en una cueva, de sobrevivir hasta adulta en contra de todas las posibilidades. Las sacerdotisas decían que yo era como una flor que nace en un risco, con todas las posibilidades en contra, pero que aun así, floreció. Así que yo tenía una rutina que nada coincidía con las de otras princesas, ni bailando, ni probándome vestidos, ni caminando con la corona, ni pensando en caballeros de brillante armadura. Yo aprendía de la historia de Aveyron, de las casas familiares, de aliados y enemigos, de tácticas de guerra, de la luna y el sol, de batallas, de como defenderme, de cómo ser observadora y atenta a mi alrededor para identificar miradas, gestos. El templo donde me encontraba estaba en un
Naiara No tengo dudas en afirmar que este templo jamás había visto tanto movimiento desde que fue creado, yo no recuerdo tantas personas yendo y viniendo desde la época en que mi madre vivía. Las devotas estaban tan emocionadas que rezaban día y noche. Se preparaba un consejo entre las casas más cercanas, una reunión entre los aliados de la noche, donde además de los señores juramentados, se había corrido la voz entre casas más pequeñas que querían ofrecer sus manos, y sus espaldas a mi causa. No era algo pequeño que ofrecer, el principal problema de mi causa era que yo… no tenía nada. Literalmente era nadie para el común del pueblo de Aveyron. No solo eso, sino que la mayoría de las casas y familias me desconocían y así no iban a mover un dedo por mí. Sin contar que significaría poner su cuello en juego ¿Por qué? ¿Por una niña que el mismo emperador mandó a echar cuando estaba aún en el vientre de su madre? No soy una Caelum reconocida, no soy nadie. ¿Por qué alguien lucharía por
Layne Este valle es realmente escondido, había olvidado como era venir aquí. Habían sido años desde la última vez que yo pisaba estas tierras. Habíamos pasado de todo en los últimos meses, que mi corazón y mi alma aún no se recuperaba. Se habían celebrado matrimonios, habíamos sufrido traiciones y desapariciones, habíamos hecho descubrimientos, una batalla y finalmente un funeral, del cual aún yo no me recobraba. Mientras mi caballo iba poco a poco por una montaña escarpada, en un camino precario, bajo el sol… pensaba en ella. Princesa… la señora emperatriz. La primera vez que la vi era una pequeña niña y todo en ella me había asombrado. Yo era solo un muchacho que intentaba ganar los favores de todos los señores, me hacía un lugar entre los grandes nobles, yo que era un segundón. Solo acarreaba el apellido Haggard de mi madre, pero no tenía derecho a nada, tenía que ganármelo, un poco como hizo mi primo Brock, quizás por eso nos llevábamos tan bien. Naiara era una niña encantado
Layne Creo que por un simple instante simplemente me preguntaba si realmente estábamos frente a frente. El tiempo indudablemente nos había cambiado, nos había hecho otros, y si bien nos unía el objetivo del imperio, de lo que queríamos para Aveyron, de lo que necesitábamos hacer, también es cierto que conocía otras cosas de ella, algunas que pensaba que quizás solamente había compartido conmigo o que yo me daba cuenta Sabía que a Naiara no le gustaba que la interrumpieran cuando hablara, que no preguntaran su opinión, o que la trataran como una simple niña. También añoraba el contacto con los animales, con la naturaleza, con las plantas, con el paisaje. Además, sabía que aunque estaba insegura de su posición para ocupar el trono, y aunque era una chica dulce, ella tenía un carácter fuerte que no solía mostrar a todos. Igualmente, solía desconcentrarse y su mente vagaba de temas más simples, algunos más complejos, generalmente abstractos y relacionados con las creencias, con el futur