Hace poco menos de dos décadas, una joven dama, hija de un gran señor jamás pensó con ser emperatriz. Sola, le pedía a la luna que iluminara su camino, que le dijera, casi como en un secreto qué le deparaba el destino, quería saber qué pasaría en unos años, pues su vida tranquila en el castillo de su padre no iba a ser para siempre.
Ella, Aurora, de la familia Lumen, era hermosa, brillante, inocente y creía en la bondad de todos. Su cabello castaño enmarcaba su preciosa cara, y sus ojos eran brillantes como zafiros azules. Tenía la voz más melodiosa y todos creían que era muy especial. Era el orgullo de su casa, de su padre, de todos los que la rodeaban. Amaba ver las estrellas, jugar con los animales y plantar flores en el jardín.
Quizás por eso, cuando el Emperador Otelo Caelum buscaba esposa, quedó prendado de ella. Otelo había enviudado hace muchos años y después de mucha consideración había decidido que su joven hijo y heredero necesitaba una madre.
Cuando Aurora Lumen fue presentada, era obvio que era la favorita en ocupar el puesto, ser la emperatriz. El emperador sonreía y se reía de sus comentarios inteligentes. El emperador era mayor que ella, pero cuando estaba junto a la joven dama, parecía rejuvenecido. Sus cabellos eran dorados y tenía una barba que bordeaba sus facciones. Sus ojos castaños brillaban cuando la veía.
Aurora no pensaba en tener un mejor título, no ansiaba poder, ni tampoco casarse con un hombre un poco mayor que ella. Sin embargo, luego de conocerse… parecían llevarse muy bien, y al poco tiempo Aurora estaba feliz con la idea de casarse, Otelo la había enamorado y mucho.
La fecha fue fijada y Aurora lucía hermosa, decían que parecía la Diosa misma, caminando hacia el templo, donde ambos se jurarían amor eterno frente a la Luna y al Sol.
Dicen que por años todo fue muy bien. Pero como en la vida y en el destino siempre había una dificultad, pero… en este caso había dos. Dos problemas, cosas que no sucedían como lo esperaban. El primero era que la joven emperatriz no se embarazaba. El imperio parecía clamar que era necesario otro heredero.
No era algo que preocupara a la pareja. Por años fueron felices… él la amaba, no existía otra mujer más hermosa para él, no tenía amantes ni concubinas. Otelo solo tenía ojos para su joven esposa, embarazada o no, él solo ansiaba tener su compañía, escuchar su risa, verla como los animales la amaban.
Ella también lo amaba, se dejaba arropar en sus brazos, lo esperaba luego de las reuniones e inclusive lo acompañaba cuando salía del palacio. No había una pareja más devota, donde había cariño luego de un matrimonio que al inicio apreció arreglado o un negocio.
¿Cuántas veces una unión planeada… sale mejor de lo planeado? En la vida de los nobles solo hay deber, no placer ni felicidad. Menos en la de un emperador de un imperio tan fuerte como Aveyron. El destino les sonreía, el emperador y su esposa tenían todo. O al menos así lo creían.
El otro problema, y quizás el más complicado como ya verán, era el primer hijo del emperador, Markus. Era un joven irascible, violento y de una fría calma que pareciera que siempre estaba meditando algún plan terrible.
Era inteligente, pero le faltaba esa compasión que tenía su padre y su madrastra. Aurora intentaba acercarse a él, pero desde pequeño la rechazaba. Algunos dicen que nunca le perdonó a su padre volver a casarse, otros dicen que envidiaba la atención que su padre le daba a su nueva esposa. Supongo que ambas opciones son posibles.
Markus ansiaba el trono, inclusive desde pequeño, y esa idea se ancló en su mente, pensaba eso día y noche, creía que por obra de los dioses es era su lugar. Odiaba a su madrastra, pero odiaba aún más la idea de tener un posible hermano, un competidor. Él quería ser el único, en el poder, el emperador absoluto.
El emperador creía que era aparte de una etapa juvenil, o que incluso esa rabia le iba a funcionar en la guerra, pues siempre había enemigos en la frontera del reino, bárbaros que querían tomar parte del imperio y conquistarlo.
Es discutible si Markus estaba destinado a la violencia y el odio desde pequeño o todos los acontecimientos en su vida desencadenaron en eso. No hay buenas fuentes que confirmen de donde nació su desagrado. El emperador lo amaba, era su único hijo. Siempre tuvo todo, los mejores profesores, una niñez soñada, lo que pedía lo tenía.
Los años pasaban y Aurora perdió algunos embarazos, lo que la entristecía terriblemente. El emperador la apoyaba y le decía que no era necesario pasar por todo eso. Eran felices, era lo que importaba. Hasta que un día… parecía que todo iba a salir bien.
Estaba embarazada y Aurora brillaba de felicidad y el emperador también. Empezó a cuidar a su esposa con recelo, considerándola aún más como una joya preciosa.
Aurora parecía la reina del universo, la gloria de la luna, la flor más exquisita del bosque, Otelo no escatimaba nada para ella. Pocos lo sabían, ya que no querían emocionar a la corte y después todo fallara. Fue su secreto, su pequeño secreto. Lo sabían muy pocos, la sobrina del emperador y querida amiga de Aurora, Nara, algunos criados, y por supuesto, Markus. Y ahí fue la debacle.
Su cólera parecía indetenible, y su mal carácter empeoró. Era un muchacho joven, casi había salido de la adolescencia y a punto de cumplir la mayoría de edad. Pero una idea maliciosa crecía en su mente, cada vez más clara, tomando forma como un pequeño demonio con alas: no podría tener un medio hermano, era una atrocidad.
Esa idea empezó a empeorar cuando al ser consultados los sacerdotes sobre el nuevo integrante de la familia imperial… salieron maravillas y todos auguraban un hijo especial, un joven dotado de excelencia, carisma y que todos caerían a sus pies.
Algunos lo llamaban el salvador, el hijo de la luna, el hijo prometido, se renovaron profecías antiguas. Esto solo ayudó a que el odio de Markus se propagara como el fuego. No podía haber un heredero más que él, nadie le quitaría su derecho justo al trono.
No se sabe exactamente que sucedió, y quizás ya lo sabrán, pero la historia es solo contada por pocos, particularmente los ganadores. Pero un día, el emperador Otelo venía de un viaje de recorrer el imperio con su hijo, llegó cansado, saludó a su esposa… y simplemente murió.
No era un hombre anciano ni mucho menos, se podría decir que era un hombre vigoroso y que con su matrimonio con Aurora, había rejuvenecido aún más, era por lejos un hombre que no debería encontrar a la muerte a la vuelta de la esquina.
No parecía sensato y casi increíble. Pero en pocos días la noticia corría a lo largo y ancho del imperio, que dentro de poco se encontró de luto. El joven Markus era el nuevo emperador a solo meses de cumplir su mayoría de edad. El destino se había sellado nuevamente, las estrellas habían hablado… y este hecho desencadenó la pesadilla.
El mundo se le había caído a Aurora en pedazos, estaba desolada. No podía entender como el hombre que amaba, que la había tratado con cariño, su compañero, su amigo, su amor había muerto. En este mundo de nobles donde cada uno quería lo mejor para sí, donde solo importaba el nombre de sus casas… Otelo había sido todo para ella.
Dicen que ella no dejaba de llorar, echada sobre el cuerpo del emperador muerto, arrugando sus dedos en su túnica, sus lágrimas vertiéndose desesperadamente. La joven mujer estaba embarazada y ahora… viuda. Su corazón estaba roto, no había consuelo.
Aurora pensó que su existencia se concentraría en extrañarlo y en contarle a su hijo o hija lo bueno que fue su padre y cuanto los amaba, que hubiese deseado estar ahí para él o ella, y para su madre también. Sin embargo… el destino traía otras cosas. Ya decía que el destino hacía lo que quería.
Algunos decían que estaba escrito en las estrellas, pero para mí, era más bien una estrella que titilaba con una luz extraña, que desaparece en algunas noches, solo para aparecer en otro lado, en el opuesto del cielo. Una estrella mimada, irresponsable e incontrolable.
Quizás si Aurora no estuviera embarazada, se podría casar con otro hombre. El nuevo emperador le hubiese perdonado la vida, y ella tendría una existencia tranquila, con melancolía de su esposo muerto, pero viviría. Sin embargo, ella estaba embarazada y la competencia de Markus crecía dentro de ella. El mal ya estaba hecho.
Una noche Nara, la sobrina de Otelo y mejor amiga de Aurora, la despertó en medio de la noche. Ella compartía las impresiones y dudas de Aurora: el emperador no había muerto así como si, Nara, que amaba a su tío, tenía la idea de que seguramente había sido envenenado.
Más allá de eso, Nara clamaba que Markus, su primo, tenía todas las intenciones de suceder, y lo había escuchado decir que cuando el fuera emperador, lo primero que haría sería desaparecer a su madrastra. Markus no quería tener ningún familiar, siquiera hijos ni esposa, prefería vivir solo y que su la casa Caelum se extinguiera, para que nadie le quitara el poder.
Aurora no lo podía creer y, sin embargo, una rabia nació en la joven viuda. Alguien le había quitado a su esposo. Aurora no era nada sin su esposo, solo una pobre viuda. Y pocos sabían que ella estaba embarazada, siempre anduvo con ropas largas y apareció poco en público, siquiera en el funeral de su esposo. La tristeza la mataba por dentro.
Esa misma noche Nara y con la ayuda de cuatro fieles señores la ayudaron a huir. Salieron del palacio imperial de la ciudad de Halia, vestidos de negro, Aurora escondida en un carruaje, saliendo por una puerta oculta que daba al bosque, mientras los hombres daban la vida para protegerla. Nara se quedó atrás para hacer tiempo antes que la descubrieran. La noche con su suave manto los protegió y Aurora pudo huir.
Por semanas viajó fuera del imperio, desterrada como una criminal, huyendo para salvar su vida y la de su no nacido. Además de perder a su querido esposo, había perdido su tierra, su familia, su raíz en el mundo.
Se enteraron por noticias después que el imperio colapsó. Markus desterró a varios señores, pasó por la espada a otros más. Tomó medidas catastróficas y el imperio pasó de ser pacífico a temido. Nara fue castigada y condenada a muerte por la traición hacia el nuevo emperador Markus, que gritó y blandió la espada contra sus señores y guardias por dejar huir a la emperatriz.
Pero uno de los caballeros que iba a matarla, se compadeció de ella y la escondió en un templo donde pasó el resto de sus días, oculta. Las estrellas habían dejado de estar a su favor.
La leyenda dice que justo al cruzar la frontera este, Aurora, aún en una carreta y cuidada por los cuatro señores, sintió los dolores y entró en trabajo de parto. No tenían donde resguardarse, sino lo que había era una cueva.
La emperatriz pudo haber dado a luz en su cuarto, junto a sus criadas, con Nara a su lado, con su amado esposo tomando su mano con cariño, susurrando palabras de coraje, de amor, de fuerza. Pero ahí estaba ella en una humilde cueva, con señores fieles, desesperanzada y con miedo.
Pero el mundo tenía otra cosa planeada. Los orígenes de esa noche eran humildes, pero eso no quería decir que no era, sin embargo, espléndido. Esa noche la luna nueva brillaba sobre el cielo como deseando ver lo que sucedía en la húmeda cueva.
Uno de los señores, fue corriendo hacia el lugar más próximo en busca de ayuda, encontrando justamente un templo con sacerdotisas, las cuales acudieron al encuentro de Aurora, sin saber quién era ella.
Después de horas de esfuerzo y sufrimiento, Aurora dio por fin a luz. Y ahí, alrededor de la naturaleza, a la expectativa de los árboles, las flores, los pájaros, los venados, los felinos, ratones e insectos… nació una niña. Cuando las sacerdotisas la vieron, se hincaron sobre sus rodillas y rezaron.
Aurora sonreía tomando un pequeño en sus brazos de un bebé que no lloraba, sino que veía a su madre con amor. Las sacerdotisas elevaban plegarias a los cielos y a las estrellas. Decían que el momento había llegado.
El bulto era una pequeña niña, su piel era bronceada de un color entre dorado y bronce, sus ojos eran azules claros como una mañana clara de primavera y su cabello… era blanco como la luna llena que se asomaba en el cielo.
Los señores también se hincaron y ahí mismo juraron fidelidad. Cuatro señores que junto a la emperatriz formaban las puntas de una estrella, de una estrella que tiene el destino escrito. Esa niña era una Caelum, una heredera del emperador Otelo y de su amada esposa Aurora.
Esa niña era yo, Naira que significa luz de luna.
NaiaraEl tiempo pasó y yo crecí lejos del imperio. De niña escuchaba historias de Aveyron. El imperio y sus casas, con familias, sus grandes señores, sus ríos, sus bosques, sus lagos, sus animales… pero yo no sabía nada de eso más que en libros. Conocía solo palabras, imágenes y de lo que me contaba mi madre y señores. Me críe en un templo con las sacerdotisas que ayudaron a mi madre a traerme al mundo. Mi familia eran ellas, algunos criados y los señores que nos salvaron. Era un pequeño valle, húmedo, con muchos árboles dispersos, con pantanos, con lagunas y con pequeños barcos para movernos de un lado a otro.Tuve clases de historia, de idiomas, de espada, arco y flecha, de lucha cuerpo a cuerpo, de navegación y de las estrellas y sus secretos.No era una niña común, era una persona tan odiada como amada. Odiaba por mis enemigos que escondían mi nacimiento, amada por una facción de imperio que esperaba mi regreso, así como un profeta esperando que lo que dice se haga verdad. Para
NaiaraUna princesa tiene muchas cosas que hacer, no se crean. No es solo vestidos y lecciones de buenos modales y etiqueta. Yo no iba a tener un rol secundario ni iba a ser la madre del imperio, yo era todo lo que no pudo ser y fue. La niña perdida, abandonada, viva de milagro, de nacimiento pobre en una cueva, de sobrevivir hasta adulta en contra de todas las posibilidades. Las sacerdotisas decían que yo era como una flor que nace en un risco, con todas las posibilidades en contra, pero que aun así, floreció. Así que yo tenía una rutina que nada coincidía con las de otras princesas, ni bailando, ni probándome vestidos, ni caminando con la corona, ni pensando en caballeros de brillante armadura. Yo aprendía de la historia de Aveyron, de las casas familiares, de aliados y enemigos, de tácticas de guerra, de la luna y el sol, de batallas, de como defenderme, de cómo ser observadora y atenta a mi alrededor para identificar miradas, gestos. El templo donde me encontraba estaba en un
Naiara No tengo dudas en afirmar que este templo jamás había visto tanto movimiento desde que fue creado, yo no recuerdo tantas personas yendo y viniendo desde la época en que mi madre vivía. Las devotas estaban tan emocionadas que rezaban día y noche. Se preparaba un consejo entre las casas más cercanas, una reunión entre los aliados de la noche, donde además de los señores juramentados, se había corrido la voz entre casas más pequeñas que querían ofrecer sus manos, y sus espaldas a mi causa. No era algo pequeño que ofrecer, el principal problema de mi causa era que yo… no tenía nada. Literalmente era nadie para el común del pueblo de Aveyron. No solo eso, sino que la mayoría de las casas y familias me desconocían y así no iban a mover un dedo por mí. Sin contar que significaría poner su cuello en juego ¿Por qué? ¿Por una niña que el mismo emperador mandó a echar cuando estaba aún en el vientre de su madre? No soy una Caelum reconocida, no soy nadie. ¿Por qué alguien lucharía por
Layne Este valle es realmente escondido, había olvidado como era venir aquí. Habían sido años desde la última vez que yo pisaba estas tierras. Habíamos pasado de todo en los últimos meses, que mi corazón y mi alma aún no se recuperaba. Se habían celebrado matrimonios, habíamos sufrido traiciones y desapariciones, habíamos hecho descubrimientos, una batalla y finalmente un funeral, del cual aún yo no me recobraba. Mientras mi caballo iba poco a poco por una montaña escarpada, en un camino precario, bajo el sol… pensaba en ella. Princesa… la señora emperatriz. La primera vez que la vi era una pequeña niña y todo en ella me había asombrado. Yo era solo un muchacho que intentaba ganar los favores de todos los señores, me hacía un lugar entre los grandes nobles, yo que era un segundón. Solo acarreaba el apellido Haggard de mi madre, pero no tenía derecho a nada, tenía que ganármelo, un poco como hizo mi primo Brock, quizás por eso nos llevábamos tan bien. Naiara era una niña encantado
Layne Creo que por un simple instante simplemente me preguntaba si realmente estábamos frente a frente. El tiempo indudablemente nos había cambiado, nos había hecho otros, y si bien nos unía el objetivo del imperio, de lo que queríamos para Aveyron, de lo que necesitábamos hacer, también es cierto que conocía otras cosas de ella, algunas que pensaba que quizás solamente había compartido conmigo o que yo me daba cuenta Sabía que a Naiara no le gustaba que la interrumpieran cuando hablara, que no preguntaran su opinión, o que la trataran como una simple niña. También añoraba el contacto con los animales, con la naturaleza, con las plantas, con el paisaje. Además, sabía que aunque estaba insegura de su posición para ocupar el trono, y aunque era una chica dulce, ella tenía un carácter fuerte que no solía mostrar a todos. Igualmente, solía desconcentrarse y su mente vagaba de temas más simples, algunos más complejos, generalmente abstractos y relacionados con las creencias, con el futur
Naiara Mi caballero oscuro se había tomado casi a modo personal buscar una solución. Digamos otra, a la que ya teníamos que era casarme. Lo único que tenía de ventaja era mi linaje, el cual también estaba en duda por varios, especialmente por los nobles del imperio de Aveyron. Pero, aun así, si mi linaje fallaba, mi aspecto, mi físico, qué extrañamente no tiene que ver nada con la belleza femenina, en mi caso; me ayudaba. De tal forma que, en teoría, muchos candidatos se ofrecerían a casarse conmigo. Simplemente por estar, por un lado, emparentados con la familia imperial, con el gran y antiguo linaje Caelum, y si a eso le sumamos con la hija de la diosa en sí... pues mucho mejor. Idealmente en otros tiempos, si yo hubiese sido criada en el palacio imperial de la ciudad de Halia, mi matrimonio se hubiese negociado desde pequeña con los hijos de los grandes nobles, las casas se pelearían por mí. Sin embargo, los nobles actualmente eran un caos y no se sabía cuáles eran enemigos. S
Layne ¡Es ridículo! ¿Cómo se atreve? ¡Es una blasfemia! ¡Una bajeza inclusive para él! Es lo único que se escuchaba en el templo, una y otra vez en todas partes, de parte de los señores y señoras que se habían enterado de la noticia. Honestamente jamás imaginé. Mi princesa había sido desacreditada incluso antes de ser aceptada, antes de siquiera aceptaran que ella existía. Con este comunicado el emperador se deshacía de ella, no solo negaba sus rumores de su existencia, de la posibilidad de que ella fuera una contrincante por el trono. Al decretar su muerte había enterrado también su imagen, y a la vez había fortalecido la suya, cómo el pobre hermano que había perdido a su pequeña hermana, si es posible, hasta podría generar simpatías, sin mencionar que entonces estaba sin discutir, el hecho de que él era el último Caelum sobre la faz de la tierra. La princesa tenía que casarse, odiaba la idea, no podía empezar a explicar cuánto. Es una hipocresía, ¿no lo creen? Yo fui el pr
NaiaraSindri se había quedado en el templo con el resto de las sacerdotisas, algunos soldados se habían quedado también para resguardarlas. Mis señores y caballeros me acompañaban, junto con Mer la sacerdotisa, íbamos en grupos separados, unos adelantes, otros hacia atrás y yo en el medio.Me di cuenta de que este templo, este lugar, con estas personas, que sin dudar a mi familia, había sido todo lo que yo conocía, pero a la vez, todos ellos se habían movido hasta acá, habían trastocado sus vidas, habían dejado todo lo que conocían solamente por mí. Con una emperatriz y una recién nacida sin tener a dónde ir… Sindri recordó este templo y esta zona y nos trajo hasta acá, mis caballeros estuvieron un tiempo conmigo y luego enviaron a sus hijos o sobrinos a cuidarme, a continuar su juramento. Este valle olvidado con estos ríos, con ese templo ahora sagrado, fue su hogar, de todos los que vivían conmigo… solamente porque yo requería estar segura y cuidada. Afortunadamente, Azaleia y l