–No sabes lo que me molestan estas reuniones. –Chico se sorprendió y levantó la cabeza para ver a su esposa que se colocaba los aretes cortos frente al espejo. –O si lo sabes y por eso las propicias.
–Me sorprende escucharte, pensé que a estas alturas ya estabas acostumbrada a los Rivero, te veo ir y venir con Trina, compran, almuerzan, comparten gusto.
–¿Y qué quieres que haga ahora que es inminente el matrimonio de Santos con esa muchacha? No puedo dejarles todo a su elección. Sería una boda llena de servidumbre como amistades, con música en vivo campestre y ropa de domingo.
Chico rió inevitablemente sorprendido de la respuesta de su mujer, se imaginó a todos nosotros vestidos como asistíamos los domingos a la iglesia. Ropa de lino cubierta hasta el cuello, la mayoría de las veces de blanco, sombreros discretos, miradas bajas.
Se levant&oacu
–Otra cosa que nadie sabe, es del talento que tiene Eugenio con el piano. –Chico no pareció inmutarse ante lo que dijera Milagros. Sonrió de oreja a oreja con la misma sinceridad con la que venía hablando. –¿Pasamos al salón?La cara de la señora Consuelo era de total desprecio. Miró a mi madre con desaprobación y yo permanecí atrás con Milagros.Sentía mis mejillas hirviendo, tenía mucha vergüenza a pesar de que no fui yo la que habló, pero igual estaban mis hermanos, enrojecidos, con los ojos abiertos, muy abiertos. Astrid nos dirigió una mirada de “no son más mis hermanas” y eso me dolió pero creo que a Milagros no, para nada.–¿Qué crees que haces? –Mamá pellizcó con fuerza el brazo de Milagros, habló muy bajito mientras el resto caminaba hacia el salón.
–Tenía tiempo sin recorrer tu casa, Chico. Me encantó como quedó ese salón de juegos donde está el piano, la lámpara es bellísima. El baño que está en el descanso de la subida de escaleras está compuesto con piezas muy modernas.–Sabía que por algo te tardabas tanto. –Rieron ambos encontrándose a solas en el despacho de Chico Castro.Los hombres siempre quieren tiempo a solas. Hablar de sus cosas de hombres, sentir que tienen el poder de la intimidad, alejados de las miradas femeninas y los hijos molestos. Significaba ser un hombre libre de compartir tiempo a solas.–Este despacho tuyo es el triple del mío, me gusta.–Tal vez puedas estrenar uno muy pronto Pedro, los negocios van muy bien ¿no?–Van bien. –Papá rechazó un trago de whisky que el anfitrión le ofrecía.–Eso
– ¿Quieres algo más Trina?Mamá y Consuelo también se alejaron del grupo. Fueron a un salón aparte que ella tenía, que casi no usaba, porque no era que pasara mucho tiempo en casa con amistades.–No, claro que no Consuelo, estoy más que satisfecha y muy feliz.–Sí, nuestros hijos crecen y se unen, la verdad no lo pensé cuando estaban pequeños.–Tampoco yo. –Siento que mamá siempre trató de igualar a Consuelo Castro. Me hubiese gustado expresarle mi sentido de negación. Consuelo Castro es una mujer peculiar. Podía ser muy intimidante con sus ojos verdes y sus pecas punzando en frente, con los gestos de sus manos además dejaban a las personas sin argumentos. Mamá nunca sería como ella, sonreía de oreja a oreja, comía a deshoras, jugaba con Gilberto y sus barcos. Sabía cómo agradar a
Mientras nuestros padres hablaban cada uno por su lado. Nosotros, los hijos tratábamos de interactuar. No era nada fácil. Ramiro parecía tan desconfiado que sus ojos iban de un lado a otro de cada uno de nosotros. Parecía algo ansioso, quizás porque llevaba tiempo sin fumar. Nadie sabía que lo hacía. Con nadie me refiero a sus padres.Flor y Gonzalo se desaparecieron un rato. No muy largo, suficiente para decirse algo y besarse, eso lo supongo ahora. Mi hermano…él la amo desde siempre, aun cuando ella se marchó tres años.Ella, para mí, era la chica más linda que vieran mis ojos. Tenía el pelirrojo de su madre pero sus labios y gestos eran más de Chico. Su cabello recordaba al atardecer, no era muy rojo, nada exagerado. Lo peinaba siempre y colocaba algún gancho con flores subiéndolo de lado. Bonita y dulce, con fragancia fresca, Flor era especial para
Mis pasos eran lentos, vacilantes. Sentía como mi pecho no dejaba pasar aire. Miraba a mí alrededor. Todos me observaban tan sorprendidos como yo misma. Santos desde el altar lucía muy triste. Todos, el resto de las personas de cada lado en las hileras de la iglesia, me miraban con diferentes expresiones. ¿Tu Virginia? Se preguntaban, hasta yo me lo preguntaba, mis pies pisaban una mezcla espesa y pastosa, y mis ojos entonces se encontraron con los de Santos envueltos en pecas. Desperté.Estaba a oscuras en la habitación. Apenas si escuchaba a Milagros respirar. Sudaba, estaba aterrorizada.–¡Arriba, arriba, despierten todos, hoy me caso!Pocas veces podíamos escuchar tanta alegría en la voz de Astrid. De modo que Milagros y yo saltamos de la cama. Tuve que hacer un gran esfuerzo, no sé a qué hora me dormiría después de ese horrible sueño tan repetitivo.
–Estamos reunidos todos aquí, esta tarde, hermosa tarde de noviembre, para celebrar la unión frente a Dios de estos dos jóvenes: Astrid y Santos. –Por fin en la iglesia, las últimas horas fueron eternas, por lo menos para mí. Después de que nos enteráramos que las personas de servicio, a los cuales mi padre había invitado a la boda de su hija mayor, no asistirían por orden de mamá, las cosas cambiaron. No sé cómo era para los demás, pero yo hasta ese momento me sentí muy feliz y afortunada de estar disfrutando de la celebración de la boda, sin embargo, después de ese momento, todo cambió. El fotógrafo no notó nada, Astrid estaba radiante, sus amigas que llegaron a la casa también, mis hermanos, y mamá y papá se mostraron amables y muy elegantes. Milagros no dejaba de quejarse y hacer gestos de negación. De estar
Llegamos a la casa de los Castro en una cola de autos. No tenía idea de donde salieron tantos y tan ruidosos. A la cabeza los novios.Las tres bajamos corriendo para alcanzar desde más cerca la caravana donde ya los novios descendían sonrientes, felices. No cabía duda que un evento como este es muy emocionante. La novia es el centro de atención durante todo el evento y una novia tan bonita como mi hermana mucho más.Las tres seguimos a prisa entre los autos cuando a Flor la haló por el brazo su madre.–¿Dónde estabas? ¿Por qué te subiste a ese auto? –La pelirroja quedó muda, con los ojos muy grandes como si se tratara de un enorme pecado del cual nosotras éramos cómplices. – ¡Respóndeme Flor! Tenías que subirte al auto con tus hermanos.–No vi nada de malo en venir con los Rivero mamá, la idea era
Flor entró nerviosa a su cuarto. Todo muy oscuro, la fiesta continuaba abajo, pero ella llevaba horas evitando a Gonzalo.Apenas con la luz de la luna se iluminaba el interior de su cuarto. Quedó pegada a la puerta con las manos contra la madera y la vista alerta.–Dudaba que entendieras mis señas.Lo escuchó y soltó el aire. Lo vio apenas en la penumbra.–Nos estamos arriesgando tanto Gonzalo. –Le dijo cuándo lo tuvo cerca, apenas mirándolo, oliéndolo, tratando de respirar con normalidad.–Seis horas afuera mirándote pasar, bailar con todos los invitados, reír, y para mí nada, casi nada,.–Tu disfrutaste presumir de tus habilidades ¿crees que no vi a las muchachas coquetas amigas de tu hermana?–¿Estas celosa y piensas en dejarme aquí como carne fresca mientras te regresas al norte?–Ya ha