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La esclava de oro

 Claro que en público Consuelo Castro no hizo ninguna escena. Tampoco mi madre dijo nada. Sé que tragó grueso, buscó  los ojos de mi padre y este solamente encogió los hombros. La gente seguía ahí y mi hermana mayor estaba ya justo a subirse al auto con su esposo, se iban.

Mamá la besó entonces una vez la alcanzara. Besó sus dos mejillas y le hizo una cruz en la frente. La miró con devoción y apretó sus manos. ¿A dónde iba Astrid? ¿A una condena?

Papá besó su mejilla y le sonrió un poco triste, era su hijita y la había entregado a Santos, pero era una buena entrega pensaba yo, Santos era un caballero muy enamorado.

El resto de nosotros dijimos nada más adiós. Ella apenas si nos miró, estaba ocupada claro, ansiosa y nerviosa.

Las maletas ya tenían rato en la cajuela del auto y cond

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