Elliotte tomó el vaso de ron entre sus dedos con calma, observando cómo el líquido oscuro se agitaba suavemente al ritmo de su movimiento. Su mirada, fría y calculadora, nunca se desvió de la figura tendida en su cama. La luz tenue de la habitación, apenas filtrada por las cortinas, acariciaba la piel de Reira, revelando las suaves curvas de su cuerpo aún en reposo. La escena era tan tranquila, tan perfecta, que casi parecía irreal.El ron ardía en su garganta, pero no lo sintió. Su mente estaba ocupada en algo mucho más profundo, mucho más oscuro. Ella estaba allí, su pequeña pecadora, inconsciente de la tormenta que había desatado dentro de él. Había algo en la forma en que su cuerpo se desplazaba en el colchón, relajado y vulnerable, que lo mantenía en un estado de espera. No la tocó. No aún. Elliotte dejó el vaso en la mesa de noche, sus ojos nunca abandonaron a Reira. La tentación era palpable en el aire, tan densa que casi podía saborearla. Ella, tan inexperta, tan indefensa,
La mujer desconocida se quitó desesperadamente la máscara como si le quemara la cara para poder hablar; necesitaba la penitencia para sentirse menos culpable.Apretó la máscara entre sus manos y sus labios temblaron.“Perdóname, Padre, porque he pecado… mis pensamientos me traicionan en cada silencio, en cada oración, y mi piel arde de deseos que ni siquiera la oración puede calmar. Mis manos buscan lo prohibido y mi alma, aunque lo intenta, se entrega a lo que no puedo decir en voz alta, a lo que sólo tú podrías absolver.”Al quitarse la máscara dejó al descubierto un lindo rostro libre de malicia y con rasgos delicados, era muy bonita.¿Así que hasta las chicas más inocentes tenían ese lado travieso? No pudo evitar contener una sonrisa.Eliotte miró a la muchacha y abrió un poco los ojos al contemplar su delicada belleza. A pesar del dolor que irradiaba de su hombro, se sintió intrigado por su comportamiento inocente pero atribulado. Se inclinó ligeramente hacia delante y dijo en v
Elliotte fumó su porro mientras observaba a todas las putas frente a él posando como carne en una exhibición, sus ojos se iluminaron mientras recorrían sus cuerpos en las diminutas prendas que vestían, sonriendo y listas para ser elegidas.Lo apagó y su mirada pasó de sus senos que sobresalían de su escote a sus diminutas cinturas y cuando el gerente les hizo girarse pudo ver sus traseros apenas cubiertos por la tela de sus vestidos brillando por las luces del lugar.Cada una valía una pequeña fortuna.Eliotte dio una larga calada a su cigarrillo y exhaló el humo lentamente mientras observaba la fila de mujeres escasamente vestidas que tenía frente a él. Sus ojos, fríos y calculadores, escudriñaban sus cuerpos apenas cubiertos con una mirada crítica. Todas eran jóvenes, hermosas y ansiosas por complacer: la flor y nata de la cosecha, escogidas a mano para su disfrute personal. Su mirada se posó en Isa, la mayor del grupo, su voluptuosa figura apenas contenida por el pequeño trozo de
Eliotte miró a la muchacha y abrió un poco los ojos al contemplar su delicada belleza. A pesar del dolor que irradiaba de su hombro, se sintió intrigado por su comportamiento inocente pero atribulado. Se inclinó ligeramente hacia delante y dijo en voz baja y tranquilizadora: "Hay algo en ti... algo que lucha por salir, pero no te atreves a dejarlo escapar. ¿Es miedo? ¿O tal vez... placer disfrazado de culpa?"La escuchó atentamente, sin apartar la mirada de su rostro mientras ella luchaba por encontrar las palabras para expresar su confusión interior. Podía ver el conflicto en sus ojos, la guerra entre su fe y sus deseos. "Habla libremente", la animó con un tono suave pero firme. "Libérate de tu carga y encontremos juntos un camino hacia la redención". Quería extender la mano y tocarla, pero sus dedos estaban manchados de sangre y se daría cuenta de la mentira."Yo..." dijo conteniendo las palabras, le daba vergüenza decirlas en voz alta. "Deseo un hombre... un hombre casado..." ad
"Señor Elliotte, nuestros hombres ya están buscando al responsable que le hizo esto." Habló en voz baja y neutra mientras el médico extraía la bala del cuerpo de su jefe y cosía la herida, las manos del doctor temblaban.El hombre se posicionó a la espera de su jefe con un bastón nuevo esperando a que este estuviera listo para ofrecerle el bastón.Su jefe le había llamado desde un teléfono público y había llegado lo más rápido posible para que un médico pudiera atenderle."Estamos en ello." respondió y rápidamente intentó ayudar a su jefe a levantarse, pero él ni siquiera le dejó ayudarlo.Eliotte rechazó con un gesto la mano de su teniente, con la mandíbula apretada mientras se ponía de pie con el bastón. Podía sentir el dolor que irradiaba de su hombro, pero se negaba a mostrar debilidad. "Tenemos que actuar rápido." dijo, en voz baja y urgente. "Viktor no se detendrá hasta que esté muerto, y no le daré la satisfacción de volver a pillarme desprevenido."Dio un paso adelante, proba
Eliotte hizo una pausa en su paseo. Habían pasado semanas desde que había estado con una mujer, no desde que ese bastardo de Viktor lo había emboscado y lo había dejado por muerto. Normalmente, habría tenido una serie de bellezas calentándole la cama, ansiosas por complacer al poderoso y peligroso jefe.El estrés lo tenía tenso y no había salido porque estaba recuperándose, estaba aburrido.De mala gana pensó en maldecir mentalmente mientras lamentaba no estar en compañía de muchas chicas hermosas en ese momento.Eliotte hizo una pausa, con el ceño fruncido mientras intentaba recordar los detalles de su encuentro con la chica en la iglesia. Había estado tan concentrado en su propio dolor y en la amenaza inmediata de los hombres de Viktor que no había pensado mucho en ella desde entonces. Ahora, mientras estaba sentado en una banca, su mente volvió a sus delicados rasgos y a la forma en que sus ojos habían brillado con una mezcla de inocencia y algo más... complicado. Se dio cuenta c
Elliotte nació en el seno de una familia donde la disciplina brillaba por su ausencia y la autoridad paterna era solo un concepto lejano. Su madre, una mujer de carácter volátil, nunca supo si criar a su hijo con mano dura o dejarlo hacer lo que quisiera, pero más de una vez terminó cediendo a sus exigencias. Desde niño, Elliotte entendió que el dinero era poder, y no tardó en buscar formas de conseguirlo. Empezó con mandados para los vecinos, cobrando tarifas infladas a los más confiados y quedándose con el cambio de los despistados. Descubrió que podía duplicar o triplicar sus ganancias apostando en juegos de azar, y en poco tiempo se volvió experto en cartas, dados y cualquier apuesta que le prometiera un margen de ganancia. Se movía por las calles con la picardía de quien sabe que la vida es un juego, siempre con los bolsillos llenos, aunque fuera con billetes ajenos. Si no tenía dinero, lo inventaba: un perro rabioso que lo había obligado a tomar un taxi, un billete que el vient