CAPITULO IV

Eliotte hizo una pausa en su paseo. Habían pasado semanas desde que había estado con una mujer, no desde que ese bastardo de Viktor lo había emboscado y lo había dejado por muerto. Normalmente, habría tenido una serie de bellezas calentándole la cama, ansiosas por complacer al poderoso y peligroso jefe.

El estrés lo tenía tenso y no había salido porque estaba recuperándose, estaba aburrido.

De mala gana pensó en maldecir mentalmente mientras lamentaba no estar en compañía de muchas chicas hermosas en ese momento.

Eliotte hizo una pausa, con el ceño fruncido mientras intentaba recordar los detalles de su encuentro con la chica en la iglesia. Había estado tan concentrado en su propio dolor y en la amenaza inmediata de los hombres de Viktor que no había pensado mucho en ella desde entonces.

Ahora, mientras estaba sentado en una banca, su mente volvió a sus delicados rasgos y a la forma en que sus ojos habían brillado con una mezcla de inocencia y algo más... complicado.

Se dio cuenta con un sobresalto de que ni siquiera sabía su nombre. En toda su conversación, ella nunca se había presentado, y él había estado demasiado absorto en sus propios problemas como para preguntar.

Sacudió la cabeza, tratando de alejar los pensamientos. ¿Qué importaba, de todos modos? Ella era solo una chica, una cosita tonta enamorada de un hombre casado. Apenas merecía su tiempo o consideración.

Sin embargo era una situación ridículamente cómica.

Volvió a sacudir la cabeza, descartando la idea. Estaba dejando que su lesión y el estrés de las últimas semanas nublaran su juicio. Necesitaba centrarse en lo que importaba: ocuparse de su negocio.

Pero aún así, el recuerdo de su rostro persistía en su mente. Su delicada belleza, sus ojos inocentes, su voz suave mientras confesaba sus deseos prohibidos...

Una sonrisa sádica y divertida apareció en sus labios, para desgracia de esa pobre chica, él estaba aburrido y tenía curiosidad por ella y si seguiría yendo a esa iglesia.

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Reira regresó a casa después de un largo día de clases. El sol comenzaba a ponerse, lanzando una cálida luz dorada a través de las ventanas de la casa. Abrió la puerta con una suave sonrisa, el aroma del hogar la envolvía de inmediato, aunque algo peculiar había en el aire, como si la comida estuviera a medio preparar.

"¿Papá?" llamó suavemente mientras se quitaba los zapatos y entraba al recibidor.

Desde la cocina, escuchó una respuesta tranquila, pero con algo de caos en el tono.

"Reira, ya llegaste." dijo su padre, su voz calmada pero con un leve dejo de agotamiento.

Ella caminó hacia la cocina y vio la escena: su papá, vestido con su bata de médico, estaba removiendo una olla, mientras su hermano Luca, con un delantal demasiado grande para él, intentaba, sin mucho éxito, cortar algunas verduras. Ambos parecían estar en plena travesía culinaria, como si estuvieran buscando algo comestible entre los ingredientes disponibles.

"¿Otra vez?" dijo Reira con tono divertido, sonriendo ante la escena. Sabía que la cocina no era el punto fuerte de su padre, aunque siempre intentaba hacer algo digno de comer.

"No." respondió su papá, con calma. "hoy estamos buscando una receta especial. Algo... diferente."

Luca se giró hacia su hermana, con una expresión un tanto frustrada en el rostro.

"¡No quiero comer verduras otra vez!" exclamó, cruzando los brazos. "Quiero algo con carne."

Reira se acercó a su hermano y le acarició la cabeza, riendo suavemente.

"Ya sabemos que no comes verduras, Luca." le dijo. "Pero hay que probar cosas nuevas, ¿no?"

El padre de Reira, con su carácter tranquilo, solo observó la escena sin mucho entusiasmo por defender su causa. Era evidente que este intento culinario no iba a ser uno de sus mejores.

"Creo que necesitaré tu ayuda." dijo finalmente Reira, dirigiéndose hacia la olla. "Pero primero, ¿por qué no dejamos de lado la cocina por un momento? Hay algo en lo que puedo ayudar yo."

Su padre, sin levantar mucho la vista de la olla, asintió lentamente, siempre dispuesto a aceptar su ayuda.

"Sería un alivio." respondió con una ligera sonrisa, sabiendo que, en el fondo, su hija siempre tenía una forma de hacer que todo fuera más llevadero.

La cena quedó lista después de algunos esfuerzos, aunque no era nada elaborado. El padre de Reira, con su forma sencilla de cocinar, había preparado un guiso de verduras con un toque de especias suaves, acompañadas de arroz integral. No era mucho, pero el aroma en la casa creaba una sensación acogedora.

Reira se sentó en la mesa, mirando a su padre mientras él terminaba de servir la comida. Su hermano Luca, un niño de 12 años, estaba jugueteando con la cuchara, distraído en su mundo.

"Papá", le preguntó Reira mientras se llevaba un poco de arroz a la boca. "¿Atendiste gente hoy?"

El hombre, que estaba sentado frente a ella, levantó la mirada. Sus ojos tranquilos, como siempre, se encontraron con los de su hija.

"Sí", respondió con su voz suave. "Ayudé a varias personas que no tenían dinero. Un par de ancianos necesitaban medicinas y una madre con su hijo pequeño. El niño vino herido de jugar. Tuve que curarle un par de raspones y darle algo para el dolor."

Reira asintió, sintiendo una profunda admiración por él. No era la primera vez que su padre hacía algo como eso, pero su bondad nunca dejaba de impresionarla.

"Papá, tienes un corazón tan grande", dijo Reira con una sonrisa, y luego miró a Luca, quien seguía distraído. "Tienes que descansar más, ¿eh?"

Su padre simplemente asintió con humildad, sin necesidad de más palabras. Reira, sintiendo la calma que siempre transmitía su hogar, dejó la cuchara en la mesa.

"Hoy voy a ir al orfanato cerca de aquí", comentó mientras se levantaba. "Llegó un bebé sin madre y quiero ayudar un poco. La situación está difícil para los niños, ya sabes."

Luca la miró con curiosidad, pero no dijo nada. A su corta edad, no entendía completamente el alcance de lo que su hermana hacía, pero sabía que ella siempre estaba dispuesta a ayudar a los demás.

"Está bien", dijo su padre, sin preocuparse. "Pero recuerda que tienes que cuidarte también, hija. No todo el mundo tiene la suerte de tener un corazón tan grande como el tuyo."

Reira sonrió, agradecida por la preocupación de su padre.

"No te preocupes, papá", respondió mientras se ponía su chaqueta. "Volveré pronto."

Salió por la puerta con una sonrisa tranquila, lista para cumplir con su propósito del día. El ambiente en la casa volvió a estar en silencio, pero con la satisfacción de haber dado un paso más en su jornada de ayudar a los demás.

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Reira se sentó cuidadosamente en una pequeña silla al lado de la cuna, con el bebé en brazos. El pequeño seguía con leves espasmos, como si los ecos del llanto aún recorrieran su cuerpo, pero en cuanto ella lo arropó y lo acunó, el llanto comenzó a calmarse lentamente. Su cuerpo pequeño y vulnerable se relajó en sus brazos, sintiendo la suavidad de su canto mientras la melodía fluía suavemente de sus labios.

"Shh... tranquilo, pequeño, ya no estás solo..." susurró en voz baja, acariciando su cabecita. La canción que le cantaba era una que había aprendido desde pequeña, una melodía sencilla que siempre había servido para calmar a los niños más necesitados de consuelo.

Pero mientras lo miraba, su corazón latió un poco más rápido, una sensación peculiar que no podía negar, una necesidad que había estado aprendiendo a ocultar desde hace un tiempo. El bebé se alimentaba tranquilamente de su pecho, ajeno a todo, y ella lo abrazaba, temerosa de que en algún momento alguien pudiera descubrir el pequeño secreto que llevaba consigo.

Nadie sabía, ni siquiera ella, cómo había llegado a este punto. La naturaleza de su cuerpo había cambiado de alguna manera, desarrollando una capacidad que nunca pensó que tendría. Ella era capaz de producir leche, algo que, en principio, no había buscado. El deseo por dar y nutrir, por ser la figura materna para aquellos huérfanos, había desencadenado algo dentro de ella, algo que solo parecía aflorar cuando el deseo de ayudar la invadía con más fuerza. Sin embargo, lo que nadie sabía, ni siquiera su propio padre, era que la raíz de esta extraña habilidad venía de algo mucho más profundo.

El deseo de ayudar a estos niños... había comenzado a nacer por la fascinación por un hombre, uno que no debía ser deseado. Un hombre casado, un hombre que pertenecía a otro mundo, pero que había estado presente en sus pensamientos de manera constante, a pesar de que ella no quería reconocerlo. El amor no correspondido, la necesidad reprimida, era lo que había desatado todo esto. Y mientras ella abrazaba al bebé, se sentía atrapada entre dos mundos: el de la maternidad natural, ese impulso de cuidado incondicional, y el de los deseos que guardaba celosamente, los que la hacían cuestionarse a sí misma.

"Todo estará bien." susurró, sin dejar de cantar la melodía, mientras una lágrima, apenas perceptible, resbalaba por su mejilla. Pero esa lágrima no era solo por el bebé que acunaba. Era también por la confusión que sentía dentro de su pecho, una mezcla de sentimientos que no sabía cómo manejar.

El pequeño, ajeno a todo, siguió alimentándose mientras ella le cantaba, y Reira se permitió un breve momento de paz, aunque sabía que su secreto seguía creciendo en lo más profundo de ella, silencioso pero presente.

Reira acunó al bebé contra su pecho, dejando que sus pequeñas manos se aferraran a su blusa mientras él se alimentaba de ella, su respiración irregular empezando a calmarse. Ella suspiró, mirando el rostro del niño, tan vulnerable, tan necesitado de consuelo. Con cada movimiento, sentía una conexión extraña, profunda, y por un momento, el resto del mundo desaparecía.

El niño terminó de alimentarse, pero Reira no podía dejar de acariciar su cabello, aún sintiendo el calor de su pequeño cuerpo entre sus brazos. Sabía que estaba haciendo lo correcto, pero la sensación de estar brindando algo más de lo que cualquier otra mujer podría dar la inquietaba. No entendía del todo cómo había llegado a esto, cómo esa capacidad de alimentar a los huérfanos nacía dentro de ella. ¿Era solo un deseo de ser útil, o había algo más, algo que estaba relacionado con ese hombre prohibido que nunca dejaría de rondar su mente?

El sentimiento de culpabilidad creció en su pecho, nublando su mente. Necesitaba liberarse de esa carga, necesitaba encontrar paz, y sabía que la única forma de hacerlo era regresar a la iglesia. Tal vez, allí, en la quietud y la oración, podría purgar esos pensamientos oscuros y volver a la calma. Ya había pasado demasiado tiempo sin enfrentarse a lo que sentía, y el peso de su deseo por algo que sabía que nunca podría tener la estaba consumiendo.

Con un último suspiro, colocó al bebé en su cuna, cubriéndolo con una manta suave antes de ponerse en pie. Tenía que ir, tenía que hacerlo para liberarse de esa sensación que no la dejaba vivir en paz. El tiempo apremiaba, y el sacrificio de sí misma era lo único que podía ofrecer. Sabía lo que tenía que hacer.

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