CAPITULO VII

Elliotte tomó el vaso de ron entre sus dedos con calma, observando cómo el líquido oscuro se agitaba suavemente al ritmo de su movimiento. Su mirada, fría y calculadora, nunca se desvió de la figura tendida en su cama. La luz tenue de la habitación, apenas filtrada por las cortinas, acariciaba la piel de Reira, revelando las suaves curvas de su cuerpo aún en reposo. La escena era tan tranquila, tan perfecta, que casi parecía irreal.

El ron ardía en su garganta, pero no lo sintió. Su mente estaba ocupada en algo mucho más profundo, mucho más oscuro. Ella estaba allí, su pequeña pecadora, inconsciente de la tormenta que había desatado dentro de él. Había algo en la forma en que su cuerpo se desplazaba en el colchón, relajado y vulnerable, que lo mantenía en un estado de espera. No la tocó. No aún.

Elliotte dejó el vaso en la mesa de noche, sus ojos nunca abandonaron a Reira. La tentación era palpable en el aire, tan densa que casi podía saborearla. Ella, tan inexperta, tan indefensa,
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