"Señor Elliotte, nuestros hombres ya están buscando al responsable que le hizo esto." Habló en voz baja y neutra mientras el médico extraía la bala del cuerpo de su jefe y cosía la herida, las manos del doctor temblaban.
El hombre se posicionó a la espera de su jefe con un bastón nuevo esperando a que este estuviera listo para ofrecerle el bastón. Su jefe le había llamado desde un teléfono público y había llegado lo más rápido posible para que un médico pudiera atenderle. "Estamos en ello." respondió y rápidamente intentó ayudar a su jefe a levantarse, pero él ni siquiera le dejó ayudarlo. Eliotte rechazó con un gesto la mano de su teniente, con la mandíbula apretada mientras se ponía de pie con el bastón. Podía sentir el dolor que irradiaba de su hombro, pero se negaba a mostrar debilidad. "Tenemos que actuar rápido." dijo, en voz baja y urgente. "Viktor no se detendrá hasta que esté muerto, y no le daré la satisfacción de volver a pillarme desprevenido." Dio un paso adelante, probando su peso sobre la pierna herida. Le dolía muchísimo, pero podía hacerlo. Tenía que hacerlo. "¿Qué tienes para mí?" preguntó, volviéndose para mirar a su teniente "Dime que encontraste algo útil en esa m*****a iglesia." Esperaba al menos una pista de esa niña pecadora. "Están patrullando y no hay gran cosa. Los hombres de Viktor se han ido y sólo queda el cura de la iglesia y algunas monjas y monaguillos." Un momento antes había hablado por teléfono con uno de los muchachos y le había dado alguna información, pero aún no habían terminado. Eliotte maldijo en voz baja, apretando el puño alrededor del mango del bastón. “M*****a sea”, gruñó, sus ojos pálidos brillando con ira y frustración. “No puedo creer que ese bastardo se nos haya escapado otra vez”. Empezó a caminar de un lado a otro por la pequeña habitación, su mente corriendo mientras intentaba pensar en su próximo movimiento. El dolor en su hombro palpitaba con cada paso, pero lo ignoró, concentrándose solo en la tarea en cuestión. Dejaría los burdeles por un tiempo. . . . La risa de los niños llenaba el pasillo mientras Reira organizaba unos materiales en su escritorio. Era una maestra dedicada, aunque su timidez le dificultaba muchas veces interactuar con sus colegas. Estaba sumida en sus pensamientos cuando sintió una presencia detrás de ella. "Reira", dijo una voz grave y cálida. Al girarse, encontró la mirada de Christopher, el director del colegio. Tenía 35 años, con una presencia que combinaba elegancia y cercanía. Su cabello castaño oscuro mostraba mechones ligeramente canosos en las sienes, un detalle que no le restaba atractivo, sino que le añadía un aire de madurez. Sus ojos color avellana, cálidos pero intensos, parecían captar cada detalle de su entorno, y su sonrisa, tan natural y relajada, hizo que el corazón de Reira se acelerara. "Ah, Christopher… ¿necesitas algo?", preguntó, bajando ligeramente la mirada y tratando de no sonar nerviosa. "En realidad, solo quería saber si tienes un plumón extra. Parece que los míos decidieron no trabajar hoy." Christopher se apoyó en el borde del escritorio, demasiado cerca para el confort de Reira, pero no lo suficiente como para ser inapropiado. Con sus mangas remangadas hasta los codos, dejaba a la vista unas muñecas fuertes y un reloj discreto que reflejaba su estilo: sencillo pero elegante. Reira se inclinó sobre su cajón, buscando el plumón, consciente de que sus manos temblaban ligeramente. Sabía que no era solo su cercanía; era él, con esa voz grave y modulada que parecía diseñada para atraer la atención de cualquiera. La amplitud de sus hombros quedaba perfectamente resaltada por la camisa de tonos neutros que llevaba, y cada pequeño detalle, desde su postura relajada hasta su sonrisa fácil, la hacía sentir vulnerable, como si él tuviera el control incluso en un momento tan trivial. Cuando finalmente encontró el plumón, se lo extendió, pero al hacerlo, sus dedos rozaron los de Christopher por un breve instante. Fue un toque insignificante, pero para Reira fue como un chispazo que la dejó paralizada por un segundo. Christopher sonrió. "Gracias, eres un salvavidas." Reira estaba a punto de responder, balbuceando un tímido "de nada" cuando, de repente, escuchó los pasos de alguien acercándose. Al levantar la vista, vio a Vivian, la esposa de Christopher, aparecer en el pasillo. Vivian, con su aire despreocupado y la sonrisa de siempre, los observó por un momento. "¡Vaya! ¿Qué tenemos aquí?" dijo, acercándose a su esposo. "¿Cómo te ha ido hoy?" Luego, sin esperar respuesta, lo saludó con un beso en los labios, tan natural que Reira apenas pudo evitar mirar, y ese beso, tan suave, tan familiar, le hizo a Reira un nudo en el estómago. Observaba cómo Christopher respondía al gesto, la forma en que su abrazo no era nada forzado, simplemente perfecto, como si fuera lo más sencillo del mundo. Reira sintió una punzada, como si no estuviera hecha para pertenecer a esa escena, como si todo en esa relación fuera un escenario al que no podía acceder. Y aun así, no podía dejar de mirarlos. Vivian era perfecta. Tenía esa elegancia natural, esa sonrisa tranquila que parecía hacer que todo a su alrededor brillara. Su belleza era tan serena, tan contenida, y su presencia dominaba el aire sin esfuerzo. Era imposible no sentir que, en comparación, Reira era la sombra de alguien que nunca podría alcanzar esa perfección. Vivian se separó de Christopher y le sonrió a Reira, reconociéndola por fin. "¿Qué hacen aquí las dos? ¿Pasa algo?" Reira, que todavía sentía el eco del beso que había presenciado, apenas logró reunir fuerzas para hablar. “No, solo… solo estaba ayudando con un plumón.” Respondió con una voz tan suave que casi dudó que Vivian la escuchara. Pero en vez de hacer un comentario más, Vivian la miró con una sonrisa afable. "¿Y por qué no vienes con nosotros al comedor de profesores? Ya que estás aquí, deberías aprovechar." Extendió la mano hacia Reira, con una naturalidad que hizo que todo pareciera aún más sencillo, como si fuera lo más normal del mundo. Reira no pudo evitar dudar por un segundo. La invitación de Vivian era tan cálida, tan natural, y esa mano extendida, con su delicadeza perfecta, parecía invitarla a un mundo al que ella no pertenecía. Pero no pudo decir que no. Con un leve suspiro, tomó la mano de Vivian. La suavidad de su piel la hizo sentir pequeña, como si algo dentro de ella la empujara a seguir, a estar cerca, aunque no supiera si era lo que realmente quería. A medida que Reira caminaba junto a Vivian hacia el comedor de profesores, no podía evitar notar lo fácil que todo parecía ser para ella. La forma en que Vivian caminaba, tan confiada y tranquila, con una ligera sonrisa en el rostro como si nada fuera una preocupación. Mientras Reira, por otro lado, sentía que cada paso la acercaba más a algo que no sabía cómo manejar. Era como si todo a su alrededor se moviera con una gracia natural que Reira nunca había logrado alcanzar. Su timidez, esa sensación constante de no encajar, de ser una espectadora en su propia vida, la perseguía incluso en un momento tan simple como este. No dejaba de pensar en lo perfecta que era Vivian, desde su postura hasta el brillo en su cabello, esa calma con la que se movía, como si estuviera destinada a ocupar su lugar en el mundo sin esfuerzo. “Reira, ¿por qué tan callada?” Vivian dijo, volteando a mirarla con una sonrisa curiosa, como si ya la conociera de toda la vida. “¿Te pasa algo?” Reira se tensó un poco, sintiendo que la habían sacado de su burbuja de pensamientos. “No, nada,” respondió rápidamente, bajando la mirada. “Solo… estaba pensando.” Vivian asintió y sonrió, aparentemente satisfecha con la respuesta, antes de volverse hacia Christopher. Con un gesto natural, se acercó a él y lo besó, un beso corto, pero lleno de la familiaridad y comodidad que solo el tiempo podría crear. Mientras Reira observaba, no pudo evitar notar la química entre ellos, cómo se entendían sin palabras, como si todo en su relación fuera perfecto. Pero lo que más la sorprendió fue la mirada de Christopher. Aunque estaba en medio del beso, sus ojos se dirigieron brevemente hacia Reira, como si buscara su reacción. Era una mirada intensa, como si algo más estuviera ocurriendo bajo la superficie, como si ese pequeño gesto fuera más que simple afecto. La sensación de incomodidad que Reira había estado sintiendo comenzó a intensificarse, pero no supo si debía interpretarlo o simplemente dejarlo pasar. Reira observó a Christopher y Vivian interactuar, y por un momento, su mente se desvió hacia el pasado. Ella los conocía desde antes de comenzar a trabajar en esa escuela. Christopher había sido profesor en su universidad, y aunque ella nunca se atrevió a hablarle directamente, siempre lo había admirado desde lejos. Su forma de ser tan cálida, su sonrisa siempre sincera, el modo en que parecía realmente interesado en sus alumnos, todo eso la había cautivado. Desde aquellos días en la universidad, Reira se había sentido atraída por él, no solo por su apariencia, sino por la manera en que siempre fue tan amable con ella. A veces, cuando él la veía en los pasillos, le dedicaba una sonrisa o un saludo tan genuino que Reira sentía que, tal vez, era la única que recibía esa atención especial. Eso la hizo enamorarse de él en silencio, imaginando, por un tiempo, que tal vez, algún día, las cosas podrían ser diferentes. Ahora, sin embargo, él era el director de la escuela donde trabajaba Vivian y ella, y aunque Reira lo veía todos los días, algo en su interior le decía que ese amor imposible seguiría siendo solo una ilusión. Reira observó a Christopher y Vivian interactuar, y por un momento, su mente se desvió hacia el pasado. Ella los conocía desde antes de comenzar a trabajar en esa escuela. Christopher había sido profesor en su universidad, y aunque ella nunca se atrevió a hablarle directamente, siempre lo había admirado desde lejos. Su forma de ser tan cálida, su sonrisa siempre sincera, el modo en que parecía realmente interesado en sus alumnos, todo eso la había cautivado. Desde aquellos días en la universidad, Reira se había sentido atraída por él, no solo por su apariencia, sino por la manera en que siempre fue tan amable con ella. A veces, cuando él la veía en los pasillos, le dedicaba una sonrisa o un saludo tan genuino que Reira sentía que, tal vez, era la única que recibía esa atención especial. Eso la hizo enamorarse de él en silencio, imaginando, por un tiempo, que tal vez, algún día, las cosas podrían ser diferentes. Pero mientras sus sentimientos crecían, Reira aprendió a guardarlos, escondiéndolos en lo más profundo de su ser. Se decía a sí misma que lo correcto era reprimir todo eso, pensar que debía poner esos deseos bajo control. Se aferraba a su fe, convencida de que su devoción religiosa debía ser la forma de manejar esos sentimientos, de alinearse con lo que consideraba la moral correcta. Y aunque sus deseos por él seguían latentes, los mantenía escondidos, como algo prohibido, algo que nunca debía salir a la luz. A pesar de que él era el director de la escuela y estaba casado, algo en ella nunca dejó de sentirse atraída por él. En su corazón, sabía que sus deseos eran inapropiados, pero no podía evitarlo. Siempre lo había admirado, desde la primera vez que lo vio. La forma en que él la miraba, el tono suave de su voz y la calidez en su sonrisa la hacían sentirse especial, aunque nunca se atrevió a decírselo. Sin embargo, sabía que debía mantener esos sentimientos en secreto. En su interior, los reprimía, los guardaba profundamente, y los ocultaba bajo su fe. Se decía a sí misma que esos pensamientos eran erróneos y que debía someterlos a su creencia, controlarlos y dejar de lado cualquier impulso. A través de la religión, trataba de encontrar el control, de silenciar su corazón, de no sucumbir a lo que sentía. Aunque el deseo por él seguía allí, se obligaba a ignorarlo, a relegarlo a un rincón oscuro de su alma.La mujer desconocida se quitó desesperadamente la máscara como si le quemara la cara para poder hablar; necesitaba la penitencia para sentirse menos culpable.Apretó la máscara entre sus manos y sus labios temblaron.“Perdóname, Padre, porque he pecado… mis pensamientos me traicionan en cada silencio, en cada oración, y mi piel arde de deseos que ni siquiera la oración puede calmar. Mis manos buscan lo prohibido y mi alma, aunque lo intenta, se entrega a lo que no puedo decir en voz alta, a lo que sólo tú podrías absolver.”Al quitarse la máscara dejó al descubierto un lindo rostro libre de malicia y con rasgos delicados, era muy bonita.¿Así que hasta las chicas más inocentes tenían ese lado travieso? No pudo evitar contener una sonrisa.Eliotte miró a la muchacha y abrió un poco los ojos al contemplar su delicada belleza. A pesar del dolor que irradiaba de su hombro, se sintió intrigado por su comportamiento inocente pero atribulado. Se inclinó ligeramente hacia delante y dijo en v
Elliotte fumó su porro mientras observaba a todas las putas frente a él posando como carne en una exhibición, sus ojos se iluminaron mientras recorrían sus cuerpos en las diminutas prendas que vestían, sonriendo y listas para ser elegidas.Lo apagó y su mirada pasó de sus senos que sobresalían de su escote a sus diminutas cinturas y cuando el gerente les hizo girarse pudo ver sus traseros apenas cubiertos por la tela de sus vestidos brillando por las luces del lugar.Cada una valía una pequeña fortuna.Eliotte dio una larga calada a su cigarrillo y exhaló el humo lentamente mientras observaba la fila de mujeres escasamente vestidas que tenía frente a él. Sus ojos, fríos y calculadores, escudriñaban sus cuerpos apenas cubiertos con una mirada crítica. Todas eran jóvenes, hermosas y ansiosas por complacer: la flor y nata de la cosecha, escogidas a mano para su disfrute personal. Su mirada se posó en Isa, la mayor del grupo, su voluptuosa figura apenas contenida por el pequeño trozo de
Eliotte miró a la muchacha y abrió un poco los ojos al contemplar su delicada belleza. A pesar del dolor que irradiaba de su hombro, se sintió intrigado por su comportamiento inocente pero atribulado. Se inclinó ligeramente hacia delante y dijo en voz baja y tranquilizadora: "Hay algo en ti... algo que lucha por salir, pero no te atreves a dejarlo escapar. ¿Es miedo? ¿O tal vez... placer disfrazado de culpa?"La escuchó atentamente, sin apartar la mirada de su rostro mientras ella luchaba por encontrar las palabras para expresar su confusión interior. Podía ver el conflicto en sus ojos, la guerra entre su fe y sus deseos. "Habla libremente", la animó con un tono suave pero firme. "Libérate de tu carga y encontremos juntos un camino hacia la redención". Quería extender la mano y tocarla, pero sus dedos estaban manchados de sangre y se daría cuenta de la mentira."Yo..." dijo conteniendo las palabras, le daba vergüenza decirlas en voz alta. "Deseo un hombre... un hombre casado..." ad