Capítulo 50... Ya a más de la mitas del camino. ¿Quién creen que sea el enemigo? -Paula. -Cristhian. -La madre de Liz. -Fidel. -Liz. -Alguna amante perdida. Regalo 5$ al primer comentario que adivine. :)
La mañana siguiente comenzó con un aire de ligereza, un contraste total con la intensidad de la noche anterior. Maximiliam estaba sentado en la cama, viendo cómo Brianna se vestía con elegancia, preparándose para salir. Al llegar frente a sus respectivos edificios, ambos salieron del coche. La despedida fue efusiva, casi como si no quisieran separarse. Se besaron varias veces antes de que ella se despidiera y él le advirtiera, con una sonrisa en los labios y un tono casi juguetón, que la pasaría a buscar más tarde.— Te veo luego, no te olvides de mí — dijo Maximiliam, su voz con un toque de diversión mientras la miraba salir de la mansión.— Como si pudiera — respondió Brianna con una sonrisa antes de subirse desaparecer dentro de su edificio.Con un suspiro satisfecho, Maximiliam se dirigió a su oficina. Sabía que ese día le aguardaba una reunión importante, pero no podía sacarse de la cabeza la imagen de Brianna. Quizás era por lo vivido anoche, o quizás porque por primera vez en m
Maximiliam conducía por la ciudad, la mente nublada por una mezcla de celos y dudas. No quería aceptar que la imagen de su esposa, Brianna, riéndose junto a su hermano David lo había afectado tanto. Había algo en la familiaridad de sus risas que lo inquietaba profundamente. No era solo una cuestión de celos, sino una sensación de estar perdiendo terreno, de que alguien más, incluso su propio hermano, podía ofrecerle a Brianna algo que él no lograba darle; una conexión sin reservas.Cuando estuvo a punto de salir del centro de la ciudad, sus manos apretaron el volante con más fuerza de la necesaria. Justo en ese momento, vio una florería a su derecha, pequeña y sencilla, pero con un despliegue de colores brillantes en la ventana. Sin pensarlo dos veces, giró bruscamente y estacionó frente al local. ¿Flores? Se sentía un poco ridículo con la idea, pero una voz interna le dijo que, si tenía que competir por la atención de su esposa, lo haría. Después de todo, no debía dejar que los celos
El aire en la oficina de Brianna estaba cargado de deseo, la tensión entre ella y Maximiliam crecía con cada segundo. Él la había levantado sobre el escritorio, sus cuerpos fundidos en una mezcla de amor y pasión. Brianna, entregada al momento, apenas podía contener el suspiro que se le escapaba mientras él la besaba con hambre, como si el tiempo se hubiera detenido y no existiera nada más que ellos dos.— No sabes cuánto te deseo — susurró Maximiliam, sus manos recorriendo su piel con una familiaridad ansiosa.— Lo sé — respondió ella, apenas audible, correspondiendo el beso con la misma intensidad.Pero entonces, la puerta de la oficina resonó con un golpe fuerte e insistente, interrumpiendo el momento.— ¡Estamos en una reunión! — gritó Maximiliam, su voz cargada de frustración.Brianna no pudo evitar reírse, el sonido ligero de su risa rompía la seriedad del ambiente, y Maximiliam, con una sonrisa traviesa, la silenciaba con otro beso, decidido a ignorar la interrupción. Sin embar
Brianna intentaba no llorar, pero el miedo la estaba consumiendo. Sus ojos se encontraron con los de Maximiliam, y en ese momento, algo cambió en él. No era solo miedo, era una determinación feroz. Maximiliam nunca había sido alguien que se rindiera, y aunque ahora estaba atado, ya estaba planeando cómo sacarla de allí.La mujer, disfrutando de cada segundo de su sufrimiento, se inclinó hacia él.— Te daré una oportunidad, Max. Una sola. Si puedes salvarla antes de que el reloj marque la medianoche, podrías salir de aquí con vida... ambos.La amenaza era clara, y mientras las risas de la mujer resonaban en la habitación, Maximiliam solo tenía una cosa en mente; no dejaría que Brianna muriera. No hoy, no nunca.La habitación estaba impregnada de una oscuridad opresiva, la atmósfera densa con el silencio roto solo por la respiración agitada de Maximiliam, encadenado a la silla, mientras veía cómo un hombre desconocido se acercaba a su esposa Brianna, sosteniendo un látigo que resplandec
La noche era oscura y tensa frente a la majestuosa mansión. Las luces exteriores apenas iluminaban el camino que llevaba a la entrada principal, donde el auto de Cristhian estaba estacionado. El sonido de una rama quebrándose bajo una bota rompió el silencio. Cristhian, con el ceño fruncido, miró a su alrededor mientras caminaba hacia la entrada después de una larga búsqueda. Justo cuando giraba la esquina, la vio; el cuerpo de Brianna, desplomado frente a la puerta, su rostro pálido y su ropa desgarrada.— ¡Brianna! — gritó, corriendo hacia ella.Se arrodilló, alarmado al notar la sangre en la ropa de su cuñada y el estado de su espalda. Con un gesto rápido, la levantó en sus brazos, la piel de Brianna helada contra su pecho. Ella murmuró algo, apenas un susurro.— Max… Max… — susurró con debilidad.— ¡Por Dios! — exclamó Cristhian —. ¡Brianna! ¡Aguanta, por favor! ¡Llamen a un médico!Apenas reaccionaba, pero abrió los ojos lo suficiente para intentar ponerse de pie, tambaleándose.
Brianna se dejó caer sobre la cama del hotel, el silencio de la habitación solo roto por el eco de sus sollozos. Las lágrimas corrían por su rostro como un torrente imparable, cada una cargada con el peso de la traición y la desesperanza.«¿Cómo he llegado hasta aquí?» pensaba, golpeando el colchón con las manos. La imagen de Maximiliam, su esposo, diciéndole aquellas palabras horribles, aún quemaba en su mente. Las frases crueles resonaban, como si su amor, aquel que creyó tan profundo, hubiera sido solo un espejismo.— ¿Cómo pude ser tan estúpida? — murmuraba entre dientes, maldiciendo su corazón por haberse enamorado de alguien que nunca la vio como igual, que no confió en ella cuando más lo necesitaba. La mente de Brianna, sin embargo, luchaba contra esa narrativa. Sabía que algo le había sucedido a Maximiliam. Lo conocía lo suficiente para notar que aquella frialdad, aquella brutal indiferencia, no eran parte de su naturaleza. No con ella. Pero eso no cambiaba el hecho de que él
Brianna se dejó caer en el sillón de su sala, exhausta pero llena de una dicha indescriptible. Con una mano acariciaba el trofeo que había recibido esa mañana, el premio a la mejor interiorista del año. Era la culminación de años de esfuerzo, noches en vela y un amor inquebrantable por su trabajo. Miró alrededor de su recién reformada casa, admirando cada detalle, cada rincón que ella misma había diseñado con pasión y dedicación.Cada mueble, cada textura en las paredes, cada elección de color y material había sido fruto de su creatividad y arduo trabajo. La casa era un reflejo de su alma, de su estilo único y atrevido, que la hacía destacar en el mundo del diseño de interiores. Brianna aún llevaba puesto el vestido con el que había asistido a la ceremonia, un elegante conjunto que contrastaba con su usual atuendo de trabajo más práctico y cómodo. Pero hoy era un día especial, y ella se había permitido este pequeño lujo.A veces, Brianna se quedaba despierta hasta altas horas de la no
Brianna salió de la casa que creía sería su refugio de amor y felicidad. Las paredes que ella había diseñado con tanto esmero ahora parecían frías y vacías, reflejo de su propio corazón. Sintió que se vaciaba de toda emoción, pero extrañamente, eso la fortalecía. Decidió que nunca más derramaría una lágrima por Fidel. No valía la pena.En cuanto cerró la puerta, sacó su teléfono y marcó el número de Fidel. Su voz sonaba distante, cargada de una frialdad que Brianna no reconocía. Sin embargo, estaba decidida.— Fidel, quiero el divorcio — dijo, con una voz firme y clara.Fidel, lejos de mostrarse avergonzado o arrepentido, reaccionó con una frialdad que la dejó atónita.— ¿Divorcio? ¿Quién te crees que eres para pedirme eso? Seguro que tú también me has estado engañando. ¿No es así, Brianna? — la acusó con desprecio —. No me sorprendería que tuvieras a otro hombre, aunque con ese aspecto tuyo, dudo que alguien se atreva a mirarte.“¿Tan fea la creían?” Pensó, mientras se limpiaba una l