El aire en la oficina de Brianna estaba cargado de deseo, la tensión entre ella y Maximiliam crecía con cada segundo. Él la había levantado sobre el escritorio, sus cuerpos fundidos en una mezcla de amor y pasión. Brianna, entregada al momento, apenas podía contener el suspiro que se le escapaba mientras él la besaba con hambre, como si el tiempo se hubiera detenido y no existiera nada más que ellos dos.— No sabes cuánto te deseo — susurró Maximiliam, sus manos recorriendo su piel con una familiaridad ansiosa.— Lo sé — respondió ella, apenas audible, correspondiendo el beso con la misma intensidad.Pero entonces, la puerta de la oficina resonó con un golpe fuerte e insistente, interrumpiendo el momento.— ¡Estamos en una reunión! — gritó Maximiliam, su voz cargada de frustración.Brianna no pudo evitar reírse, el sonido ligero de su risa rompía la seriedad del ambiente, y Maximiliam, con una sonrisa traviesa, la silenciaba con otro beso, decidido a ignorar la interrupción. Sin embar
Brianna intentaba no llorar, pero el miedo la estaba consumiendo. Sus ojos se encontraron con los de Maximiliam, y en ese momento, algo cambió en él. No era solo miedo, era una determinación feroz. Maximiliam nunca había sido alguien que se rindiera, y aunque ahora estaba atado, ya estaba planeando cómo sacarla de allí.La mujer, disfrutando de cada segundo de su sufrimiento, se inclinó hacia él.— Te daré una oportunidad, Max. Una sola. Si puedes salvarla antes de que el reloj marque la medianoche, podrías salir de aquí con vida... ambos.La amenaza era clara, y mientras las risas de la mujer resonaban en la habitación, Maximiliam solo tenía una cosa en mente; no dejaría que Brianna muriera. No hoy, no nunca.La habitación estaba impregnada de una oscuridad opresiva, la atmósfera densa con el silencio roto solo por la respiración agitada de Maximiliam, encadenado a la silla, mientras veía cómo un hombre desconocido se acercaba a su esposa Brianna, sosteniendo un látigo que resplandec
La noche era oscura y tensa frente a la majestuosa mansión. Las luces exteriores apenas iluminaban el camino que llevaba a la entrada principal, donde el auto de Cristhian estaba estacionado. El sonido de una rama quebrándose bajo una bota rompió el silencio. Cristhian, con el ceño fruncido, miró a su alrededor mientras caminaba hacia la entrada después de una larga búsqueda. Justo cuando giraba la esquina, la vio; el cuerpo de Brianna, desplomado frente a la puerta, su rostro pálido y su ropa desgarrada.— ¡Brianna! — gritó, corriendo hacia ella.Se arrodilló, alarmado al notar la sangre en la ropa de su cuñada y el estado de su espalda. Con un gesto rápido, la levantó en sus brazos, la piel de Brianna helada contra su pecho. Ella murmuró algo, apenas un susurro.— Max… Max… — susurró con debilidad.— ¡Por Dios! — exclamó Cristhian —. ¡Brianna! ¡Aguanta, por favor! ¡Llamen a un médico!Apenas reaccionaba, pero abrió los ojos lo suficiente para intentar ponerse de pie, tambaleándose.
Brianna se dejó caer sobre la cama del hotel, el silencio de la habitación solo roto por el eco de sus sollozos. Las lágrimas corrían por su rostro como un torrente imparable, cada una cargada con el peso de la traición y la desesperanza.«¿Cómo he llegado hasta aquí?» pensaba, golpeando el colchón con las manos. La imagen de Maximiliam, su esposo, diciéndole aquellas palabras horribles, aún quemaba en su mente. Las frases crueles resonaban, como si su amor, aquel que creyó tan profundo, hubiera sido solo un espejismo.— ¿Cómo pude ser tan estúpida? — murmuraba entre dientes, maldiciendo su corazón por haberse enamorado de alguien que nunca la vio como igual, que no confió en ella cuando más lo necesitaba. La mente de Brianna, sin embargo, luchaba contra esa narrativa. Sabía que algo le había sucedido a Maximiliam. Lo conocía lo suficiente para notar que aquella frialdad, aquella brutal indiferencia, no eran parte de su naturaleza. No con ella. Pero eso no cambiaba el hecho de que él
Fidel estaba sentado en su oficina, con la mirada clavada en la pantalla de su computadora, donde los correos de rechazo se acumulaban uno tras otro. Cada contrato que había estado asegurado para su empresa se desmoronaba ante sus ojos. Los inversores, los clientes, incluso algunos de sus socios de confianza estaban retirando sus ofertas."Nos hemos decidido por Brianna Guzmán, la mejor interiorista", repetía cada mensaje. El nombre de Brianna aparecía como una sentencia final, burlándose de él, recordándole cómo la había subestimado.― ¡Maldita sea! ― gritó, lanzando el vaso de whisky que tenía en la mano contra la pared, estrellándolo en mil pedazos. Su oficina se llenó de silencio, solo roto por el temblor en su respiración. Fidel se puso de pie bruscamente, su rabia vibraba en sus manos, cerradas en puños tan fuertes que los nudillos se le ponían blancos.Todo estaba derrumbándose, y el nombre de Brianna se alzaba como una sombra oscura en su vida. No solo había perdido contratos
— ¡Esto está de locos! — exclamó su mejor amiga, Vivianne.— Sí — susurró.— ¡Dios mío, Brianna! ¿Lo escuchas? ¡Es el corazón de tu bebé! — exclamó nuevamente Vivianne con emoción, sus ojos brillaban al ritmo de los rápidos latidos que llenaban la sala de ultrasonido.Brianna, sin embargo, permanecía en silencio, mirando la pantalla con una mezcla de asombro y confusión. Aún estaba en shock. Apenas hacía unos días se había enterado de que estaba embarazada de Maximiliam, el hombre con el que había comenzado una relación que, en un principio, solo era un contrato. Un matrimonio de conveniencia que se había transformado en algo más... o eso había creído ella.Las lágrimas amenazaban con desbordarse de sus ojos. Brianna sentía una tristeza profunda, pero al mismo tiempo, un destello de esperanza la atravesaba cuando se llevaba las manos al vientre. Sentir la vida que crecía dentro de ella despertaba una emoción intensa, casi inexplicable. Con suavidad, acarició su estómago, y por primera
El día había comenzado tranquilo para Brianna. Después de la tormenta emocional de la semana pasada, sentía que, aunque fuera por un breve instante, su vida había encontrado una tregua. Sin embargo, esa calma se rompió al llegar una carta a su departamento, una carta que, al abrirla, la hizo detenerse por un momento.Era una invitación a la inauguración de un lujoso hotel en el que había trabajado como interiorista hacía un tiempo. El evento estaba programado para esa noche, en uno de los hoteles más importantes de la ciudad, diseñado por el multimillonario Aleksander Ivanov. Aunque la idea de asistir no la convencía al principio, estaba tentada a rechazar la invitación por cortesía, ya que no se sentía con ánimos de socializar ni de participar en eventos públicos, especialmente tras las recientes tensiones en su vida.Brianna se sentó en su escritorio, frente a la ventana, observando el horizonte. Abrió su teléfono con la intención de redactar un correo de disculpa, pero antes de com
— ¡¿Qué demonios significa esto, Maximiliam?! — gritó Paula, con los ojos desorbitados y la voz quebrada por la furia —. ¡No puedo creer que no me hayas invitado al evento de Aleksander! ¿Cómo te atreves a humillarme de esta manera?Maximiliam permaneció impasible, sentado en la gran sala de su apartamento, con una copa de whisky en la mano. Sabía que la confrontación era inevitable, pero no esperaba que Paula lo atacara tan abiertamente. Su mirada estaba fija en el cristal del vaso, observando cómo el líquido dorado se agitaba lentamente.— No es necesario tu presencia — respondió fríamente, sin levantar la vista —. Este evento es de negocios, no de relaciones públicas.Paula apretó las manos en puños, sus nudillos blanqueándose por la presión. Su rostro, que solía estar cuidadosamente maquillado, ahora mostraba una mezcla de rabia y frustración.— ¿No es necesario? — repitió con una risa sarcástica que resonaba en la sala —. ¿De verdad piensas que no me daría cuenta de tus juegos? T