La noche era oscura y tensa frente a la majestuosa mansión. Las luces exteriores apenas iluminaban el camino que llevaba a la entrada principal, donde el auto de Cristhian estaba estacionado. El sonido de una rama quebrándose bajo una bota rompió el silencio. Cristhian, con el ceño fruncido, miró a su alrededor mientras caminaba hacia la entrada después de una larga búsqueda. Justo cuando giraba la esquina, la vio; el cuerpo de Brianna, desplomado frente a la puerta, su rostro pálido y su ropa desgarrada.— ¡Brianna! — gritó, corriendo hacia ella.Se arrodilló, alarmado al notar la sangre en la ropa de su cuñada y el estado de su espalda. Con un gesto rápido, la levantó en sus brazos, la piel de Brianna helada contra su pecho. Ella murmuró algo, apenas un susurro.— Max… Max… — susurró con debilidad.— ¡Por Dios! — exclamó Cristhian —. ¡Brianna! ¡Aguanta, por favor! ¡Llamen a un médico!Apenas reaccionaba, pero abrió los ojos lo suficiente para intentar ponerse de pie, tambaleándose.
Brianna se dejó caer sobre la cama del hotel, el silencio de la habitación solo roto por el eco de sus sollozos. Las lágrimas corrían por su rostro como un torrente imparable, cada una cargada con el peso de la traición y la desesperanza.«¿Cómo he llegado hasta aquí?» pensaba, golpeando el colchón con las manos. La imagen de Maximiliam, su esposo, diciéndole aquellas palabras horribles, aún quemaba en su mente. Las frases crueles resonaban, como si su amor, aquel que creyó tan profundo, hubiera sido solo un espejismo.— ¿Cómo pude ser tan estúpida? — murmuraba entre dientes, maldiciendo su corazón por haberse enamorado de alguien que nunca la vio como igual, que no confió en ella cuando más lo necesitaba. La mente de Brianna, sin embargo, luchaba contra esa narrativa. Sabía que algo le había sucedido a Maximiliam. Lo conocía lo suficiente para notar que aquella frialdad, aquella brutal indiferencia, no eran parte de su naturaleza. No con ella. Pero eso no cambiaba el hecho de que él
Brianna se dejó caer en el sillón de su sala, exhausta pero llena de una dicha indescriptible. Con una mano acariciaba el trofeo que había recibido esa mañana, el premio a la mejor interiorista del año. Era la culminación de años de esfuerzo, noches en vela y un amor inquebrantable por su trabajo. Miró alrededor de su recién reformada casa, admirando cada detalle, cada rincón que ella misma había diseñado con pasión y dedicación.Cada mueble, cada textura en las paredes, cada elección de color y material había sido fruto de su creatividad y arduo trabajo. La casa era un reflejo de su alma, de su estilo único y atrevido, que la hacía destacar en el mundo del diseño de interiores. Brianna aún llevaba puesto el vestido con el que había asistido a la ceremonia, un elegante conjunto que contrastaba con su usual atuendo de trabajo más práctico y cómodo. Pero hoy era un día especial, y ella se había permitido este pequeño lujo.A veces, Brianna se quedaba despierta hasta altas horas de la no
Brianna salió de la casa que creía sería su refugio de amor y felicidad. Las paredes que ella había diseñado con tanto esmero ahora parecían frías y vacías, reflejo de su propio corazón. Sintió que se vaciaba de toda emoción, pero extrañamente, eso la fortalecía. Decidió que nunca más derramaría una lágrima por Fidel. No valía la pena.En cuanto cerró la puerta, sacó su teléfono y marcó el número de Fidel. Su voz sonaba distante, cargada de una frialdad que Brianna no reconocía. Sin embargo, estaba decidida.— Fidel, quiero el divorcio — dijo, con una voz firme y clara.Fidel, lejos de mostrarse avergonzado o arrepentido, reaccionó con una frialdad que la dejó atónita.— ¿Divorcio? ¿Quién te crees que eres para pedirme eso? Seguro que tú también me has estado engañando. ¿No es así, Brianna? — la acusó con desprecio —. No me sorprendería que tuvieras a otro hombre, aunque con ese aspecto tuyo, dudo que alguien se atreva a mirarte.“¿Tan fea la creían?” Pensó, mientras se limpiaba una l
Finalmente, cuando colgó la llamada, la ventanilla del lujoso Ferrari estacionado frente a ella, bajó y hombre serio y a simple vista, elegante la observó.— Señorita Guzmán, por favor suba al auto.Brianna lo miró con desconfianza y preguntó, aún con el teléfono en la mano: — ¿Y usted quién es?— Solo cumplo órdenes. No se preocupe, no le haré daño — respondió el hombre con una calma que era casi desconcertante.Brianna debía estar loca para considerar subir a ese coche, pero algo en su mente insistía en que lo hiciera. Tal vez era la desesperación, la necesidad de escapar de todo lo que estaba pasando. Sin pensarlo mucho más, abrió la puerta y se subió al auto.Se acercó con su maleta y arqueó las cejas, esperando que al menos la ayude con la cajuela o que la caballerosidad lo obligara a actuar para ayudarla a subir su maleta, pero estaba claro que esas costumbres no existían.— Podrías abrir el portabultos — pidió.Guardó su maleta, y con la rabia que ya tenía acumulado, cerró con
Brianna se encontraba en la lujosa habitación que le habían asignado, sintiéndose abrumada por la cantidad de emociones y pensamientos que la asaltaban. Había pasado de la tristeza y la incertidumbre a un reencuentro inesperado con su madre, para luego enfrentarse a la realidad de que su madre se había casado con un anciano veinte años mayor que ella.¡Casanova!"Mi madre está casada con un anciano que es veinte años mayor que ella," pensó Brianna, tratando de procesar lo que había descubierto. Le resultaba difícil entender cómo su madre, una mujer vibrante y llena de vida, había terminado unida en matrimonio con Ángelo Casanova, el hombre más rico del país, pero también mucho mayor que ella.— ¿Cómo pudo pasar esto? — se preguntaba en susurro Brianna en la soledad de la habitación —. Mi madre está casada con un anciano que es veinte años mayor que ella...En ese momento, la puerta se abrió suavemente y su madre, entró en la habitación. Detrás de ella, un mayordomo empujaba una maleta
El comedor quedó sumido en el silencio después de que Brianna salió a caminar para calmar sus nervios. Maximiliam seguía satisfecho con su deseo de casarse con esa mujer desarreglada. Extendió sus brazos para tomar su copa de vino nuevamente y entonces se percató de que tanto su abuelo como su esposa tenían la vista en él. A Maximiliam no le importaba lo que su abuelo dijera, pero que la mujer de él lo mirara interrogante lo molestaba. Ella no tenía derecho a intervenir, no después de abandonarla a su suerte con esa familia de sinvergüenzas.— ¿Sucede algo? — preguntó, irritado de convertirse en el centro de atención de dos adultos.— ¿Es esta chica la que quieres como esposa? — El anciano le preguntó a su nieto después de que Brianna se fuera.— Así es. Es ella, abuelo — respondió Maximiliam, sin una pizca de duda en su voz.Casualmente, unos meses antes, Maximiliam vio accidentalmente una foto de su madrastra con Brianna. Sus grandes anteojos y su vestir exagerado no ocultaban esos
—¿Saber qué? — preguntó Brianna —. No podría perderme la boda de mi hermana y… de Fidel.Entonces, sintió las manos de Maximiliam tomar las suyas, y sus dedos unirse con los suyos.— Así Que, él es el famoso, Fidel — masculló Max —. Tú nombre proviene de la palabra, ¿fidelidad?La mujer miró a Maximiliam sorprendida, pero no le dijo nada, al contrario, le sonrió mostrándole todos sus dientes y cautivándolo en el proceso.— Liz, Fidel, les presento a…— ¿Es tu nuevo enamorado? No sabía que eras tan rápida, hermanita — dijo elevando la voz —. Ahora que Fidel está casado conmigo, no pierdes el tiempo en buscar otro hombre para que te mantenga. Brianna sabía que eso iba a pasar, pero esta vez no se iba a dejar intimidar. Arqueó una ceja mientras observaba a la novia.— ¿Estás diciendo que Fidel me mantenía? — cuestionó. El susodicho levantó la mirada con altanería.— ¿Es este hombre tu nueva billetera? No me sorprendería que quisiera descubrir debajo de tu asquerosa forma de vestir.Maxi